Disfruto enormemente hurgar en las librerías y encontrar libros que me piden ser leídos, ya sea porque coinciden con mis intereses o porque en algún lugar los vi citados. Por dicha, en Antigua también tenemos librerías -aparte de papelerías- que ofrecen variedad y calidad. Gracias a eso, di con La nación de las plantas del botánico italiano Stefano Mancuso, autoridad reconocida y autor de muchos textos sobre la inteligencia de las plantas y fundador del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal. Hace un par de años había leído El viaje de las plantas, publicado por la editorial Galaxia Gutenberg, sobre el que el autor habla en este video.
La Nación de las Plantas es una propuesta política para una organización de la vida que nos permita sobrevivir la hecatombe climática. Con sentido del humor, Mancuso nos informa en el prólogo que en el libro encontraremos los ocho artículos de la Constitución de la Nación de las Plantas, “tal y como ellas mismas me los han dictado a lo largo de varias décadas de trabajo asiduo con estas encantadoras compañeras de viaje.”
La Declaración de los derechos de las plantas inicia con el principio de que la Tierra es la casa común de la vida y que su soberanía pertenece a todos los seres vivos. Los datos y las cifras sobre nuestro planeta y el universo nos permiten hacernos imágenes de la interdependencia en que está basada la vida, y por otro lado, nos ponen frente a realidades innegables, como la extinción masiva de especies.
Con razonamientos claros, discute las interpretaciones sobre las teorías de Darwin, en las que se basan el racismo, el androcentrismo y otras formas de poder. Cuestiona lo que se entiende por ser mejor en términos de supervivencia y pone de relieve cómo la biomasa vegetal es mucho más amplia que cualquiera otra forma de vida y afirma que las plantas sobreviven mucho más tiempo que los animales. Los ejemplos son hermosos: Ginko biloba (para la memoria) tiene más de 250 millones de años. Los seres humanos están sobre la faz de la tierra hace apenas 300 mil años.
El segundo artículo de esa Constitución trata sobre las comunidades naturales como sociedades basadas en las relaciones mutuas entre los organismos que las conforman. Y aunque hay mucho que decir acerca de estas páginas, vale la pena leer la iniciativa que tuvo Mao Zedong en los años cincuenta para luchar contra las cuatro plagas que asolaban China. Cuando lo supe hace décadas, no lo podía creer, pero sí fue un hecho que el Gran Timonel mandó exterminar a los gorriones que se comían el arroz, con lo cual se creó una crisis en la que aumentó la cantidad de insectos, las langostas atacaron los cultivos, y como consecuencia, la población padeció efectos letales. Mao tuvo que reconocer el error, pero el daño ya estaba hecho. El autor enfatiza que para la continuidad de la vida son las comunidades de seres vivos las que la garantizan. “Es por eso que la Nación de las Plantas reconoce como derecho inalienable la inviolabilidad de todas las comunidades naturales.”
Los planteamientos de Mancuso visibilizan las relaciones de los seres vegetales con los animales, entre quienes nos encontramos las y los humanos. Rechaza la idea de la superioridad animal basada en su inteligencia y propone la organización difusa y descentralizada de la Democracia Vegetal. Rechaza frontalmente, con base en investigaciones científicas, las jerarquías que crean burocracias y perjudican la salud, y pone de relieve, con ejemplos recientes, que la concentración de poder es un peligro para la estructura social.
Como alternativa, presenta a las organizaciones descentralizadas “que se basan en la decisión difusa y en las que el consenso y la autoridad derivan de la competencia y la capacidad para influir, y no de las órdenes que llegan desde arriba”. Conozco de cerca y soy testiga de organizaciones que funcionan de manera horizontal.
“¡Dejemos actuar de nuevo a las plantas!” es el llamado que nos hace ante las alarmantes emisiones de dióxido de carbono que contribuyen al aumento las temperaturas y la extinción de especies. Es muy claro, y cómo no coincidir con él, en que el primer paso debería ser acabar con la deforestación, prohibirla, considerarla “un crimen contra la humanidad y ser castigado en consecuencia”.
Como tabla de salvación para las ciudades cada vez más cubiertas de cemento, propone llenarlas de plantas por todas partes, para que ellas hagan el trabajo de limpiar el desastre que los humanos, con su gran cerebro, han producido. La profusa evidencia sobre el daño que la deforestación produce, no conmueve los corazones de autoridades municipales que otorgan licencias de construcción a costa de los bosques, como recién sucedió en la zona 14 de la capital de Guatemala.
Debo decir que muchos de los artículos de la Constitución de la Nación de las Plantas coinciden con quienes han defendido la idea del apoyo mutuo como un factor clave de la evolución. El anarquista Piotr Kropotkin habla de “los sentimientos de justicia y equidad que obligan al individuo a considerar los derechos de los otros como iguales a los propios derechos.” Muchas feministas en Guatemala consideramos que la colaboración y el cuidado mutuo son fundamentales para sostener las redes de la vida. Por lo mismo, nos oponemos a la destrucción de las fuentes de agua y los bosques a través de operaciones extractivas que ponen en riesgo la vida.
Al considerar a las plantas como seres sintientes, sensibles a la luz, al sonido, a las temperaturas, al agua, etcétera, y conociendo sus capacidades y cualidades, vemos que no son seres estáticos, sino que se mueven, un poco más lento que los animales, pero que se extienden y trasladan. Es más, se adaptan a distintas condiciones climáticas, reducen su tamaño, sobreviven con menos recursos. Consecuentemente, Mancuso también defiende la migración como un derecho de todos los seres vivos a trasladarse de lugar: “Migrar es una estrategia natural de supervivencia y su impedimento debería ser visto como una coartación de la dignidad humana.” Bueno fuera que los cuatro turbios que dominan el mundo y que lo están llevando a la destrucción, asumieran esta Constitución de la Nación de las Plantas.
La convivencia con la naturaleza es fuente inagotable de bienestar. Quienes podemos compartir espacio con árboles y plantas, gozamos el placer de verlas y sentirlas, su compañía es vital para nosotros, las aves y mariposas, para las abejas, para todo el planeta.
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