Ilustración: Amílcar Rodas
Las imágenes de las guerras, sus batallas sangrientas y sus caudas de muerte y dolor son de los más grandes horrores de la humanidad. Como cúspide de las violencias y la destrucción, son fenómenos históricos que es necesario conocer, saber qué las provocó, quiénes se beneficiaron y qué efectos han tenido en la vida de los pueblos, y específicamente, de las mujeres. Por desagradables que sean todos sus aspectos, es ineludible estudiarlos en momentos cuando la guerra es una amenaza inminente, impuesta por la élite masculina del poder, como una acción necesaria para sostener el sistema.
Desde hace meses tenía en la cola de pendientes de leer, el libro Doce lecciones feministas sobre la guerra (RBA, España, 2024), de la investigadora académica y activista feminista Cynthia Enloe, autora de varios libros y artículos sobre el militarismo, reconocida internacionalmente como defensora de los derechos de las mujeres.

Quizá el lúgubre ambiente creado por los discursos racistas y misóginos que hoy se vociferan desde las esferas de poder, me llevó a acercarme a este libro que, desde miradas feministas, da luces sobre los efectos que tienen las guerras en las vidas de las mujeres, y expone, de manera clara y concisa, fenómenos que antes se pasaban por alto, considerados como efectos colaterales: las violaciones sexuales sistemáticas durante los conflictos armados, las violaciones como armas de guerra y la esclavitud sexual.
Una de sus frases más esclarecedoras dice: “Para la mujer la guerra comienza antes del primer disparo”, en referencia a cómo son las condiciones de vida para ellas previo a que la confrontación armada se declare. Generalmente, para las mujeres la guerra es permanente, en el sentido de que para ellas la sobrevivencia es más difícil y la injusticia, más profunda. Si observamos lo que pasa hoy, con las políticas xenofóbicas hacia las y los migrantes, con los recortes a los fondos sociales y con la amenaza permanente de invasión armada, encontramos a las mujeres en situaciones de vulnerabilidad, nuevamente. Sea como migrantes en la clandestinidad, como refugiadas, retornadas involuntarias o como extranjeras, pueden ser, en cualquier momento, sujetas de persecución, asedio y violencia.
Traigo estos conceptos feministas a Guatemala, no sólo para reexaminar la guerra contrainsurgente (1954-1996), que dejó huellas indelebles en la historia de varias generaciones, sino para analizar la larga posguerra que hemos seguido viviendo, bajo gobiernos dedicados a la corrupción.
Considero que una de las secuelas de la guerra, que constituye uno de los fenómenos de violencia más graves y crueles que afectan a esta sociedad actualmente, es el de las violaciones de niñas y los embarazos forzados como consecuencia de las mismas. Los números y las estadísticas han venido poniendo alarmas rojas desde hace años. En cifras mayores a los 70 mil casos anuales, se mide un daño irreversible a la niñez, a varias generaciones de mujeres y hombres producto de la violencia. Todo ello ante el silencio de autoridades e instituciones supuestamente protectoras y guardianas del bienestar de las personas. Y ante la triste resignación de una ciudadanía fragmentada que opta por ver para otro lado.
Enloe dedica un apartado del libro a la organización feminista: sobre su necesidad como fuerza política para exigir los derechos de las mujeres, como estructura para la sobrevivencia, como herramienta de lucha, como espacio de solidaridad. Da ejemplos que merece la pena conocer a fondo, narra los hitos históricos de las mujeres que se atrevieron a romper el silencio, reconoce y comparte los conceptos que las feministas en el mundo han acuñado para nombrar sus realidades y sus deseos. Las Mujeres de Negro en la guerra de los Balcanes, las asiáticas que denunciaron al imperio japonés y sus “mujeres de consuelo”, explotadas sexualmente; las colombianas y cientos de mujeres que se han implicado en procesos de justicia, -como las valientes ixiles, achí, kaqchikeles y demás mujeres indígenas-, exponiendo las atrocidades cometidas por los ejércitos contra las mujeres.
Ruanda, Bosnia, Afganistán, las grandes guerras y los conflictos localizados, son examinados bajo la lente feminista, para poner de relieve, no sólo las penurias, las heridas, las pérdidas de las mujeres en las guerras, sino sus grandes aportes por la Paz y por los derechos humanos, como la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre Mujeres, Paz y Seguridad, donde contribuyó -entre varias feministas- nuestra recordada colega feminista, Luz Méndez, firmante de los Acuerdos de Paz.
“La impunidad es una plaga de la posguerra” dice nuestra autora, y no podemos evitar pensar en cómo en Guatemala la impunidad cubrió todos los espacios y creó una cultura que, a través del olvido inducido, el engaño y la manipulación, nos quiere convertir en creyentes servidores de un sistema basado en el uso de las armas para sostener su poder. En esta posguerra prolongada, donde se procura implantar una sola narrativa sobre este periodo, y donde las causas que llevaron a la organización de resistencias siguen vigentes, es fundamental analizarlas y saber cómo funcionan, para preverlas, evitarlas y seguir construyendo un mundo de armonía y paz.
La tradición antimilitarista de las feministas ha creado redes, ha tendido puentes y ha alcanzado algunos logros. Los retrocesos que hoy vemos con espanto, no son irreversibles. La historia, en sus giros y espirales, todavía nos puede sorprender. Hay muchas personas en el mundo confluyendo y acercándose para evitar otra guerra. Es cierto que, para las mujeres, las guerras son distintas que, para los hombres, igualmente la paz. La ausencia de batallas, bombas y soldados está lejos de la paz justa y duradera que las mujeres demandamos, que, como ya hemos dicho, abarca todos los espacios de la vida y garantiza la no repetición.
Admiro el temple de la presidenta Claudia Sheinbaum para negociar con tipos tan desagradables como su vecino del norte, y aclamo su propuesta de destinar un porcentaje mínimo de los presupuestos de Defensa de todos los países para la reforestación del planeta. Su discurso pacifista, de respeto al derecho ajeno, como Benito Juárez, es una lección histórica. No cabe duda que los planteamientos feministas han dejado huella en la historia y la cultura. Aunque en el panorama internacional hay oscuros nubarrones, en el vecindario vemos signos de transformaciones importantes.
Etiquetas:Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre Mujeres Feminismo guerra mujeres en la guerra Portada