La memoria: Platón y Proust

...la memoria a la que se refiere Platón, es, en realidad, la facultad propia de todo ser humano de recordar un conocimiento o información de algo que ya se conoce, y, que se activa al recibir una o unas preguntas lógicamente correctas.

Camilo García Giraldo

marzo 2, 2025 - Actualizado marzo 1, 2025

Ilustración El mito de la Caverna de Platón.

Platón, en la Antigüedad consideró que la memoria es una facultad central y fundamental de los seres humanos, porque les permite recordar todos los conocimientos posibles, siempre y cuando, se les formule una pregunta, o, una serie de preguntas correctas sobre un asunto o tema determinado. Pues, cuando una persona le plantea bien una pregunta a otra, o, cuando esa persona se plantea a sí misma una pregunta esencial sobre algo de la vida o del mundo encontrará tarde o temprano la respuesta correcta. Respuesta, que es un conocimiento que recuerda debido a que su alma lo contempló o aprendió alguna vez en el pasado cuando habitó el mundo suprasensible de las ideas. Esto lo pretendió demostrar en su diálogo de El Menón, en el que Sócrates le formula una serie de preguntas sobre un problema geométrico relacionado con el tamaño de un cuadrado a un esclavo analfabeto, que lo conducen, a hallar la respuesta acertada.

Platón y Sócrates. Imagen: Wikipedia

Sin embargo, este ejemplo que expone Platón, para tratar de probar su teoría de que los conocimientos sobre la esencia de las cosas de la vida y el mundo, que tienen los seres humanos, los adquieren, recordando las ideas generales que los reflejan, y, que, sus almas aprendieron cuando, antes de nacer físicamente, habitaban el mundo de las ideas, es un hecho excepcional y muy escaso. Es un ejemplo, que no se puede aplicar a todos tipos o formas de conocimientos. Solo, aquellos matemáticos bastantes simples que cualquier persona puede hallar, si recibe ordenadamente, como el esclavo Menón, las preguntas adecuadas y correctas que le actividad su capacidad racional lógica deductiva.  Por lo tanto, en este caso, esa persona no recuerda, como pretende Platón, un conocimiento que había adquirido su alma antes de nacer, sino, simplemente, los obtiene por primera vez, usando su capacidad lógica-deductiva dirigida correctamente por la serie de preguntas que recibe. 

En efecto, es posible que alguien, que ignora un conocimiento científico, en especial matemático, determinado pueda, finalmente, identificarlo, siguiendo una sucesión lógica y ordenada de preguntas, que enlacen un razonamiento. Pues, cada pregunta bien hecha que se le formule a esa persona, lo conduce a activar, no tanto su memoria, como sostiene Platón, sino su capacidad racional. Y, al activarla puede deducir, al final de las preguntas que recibe, el contenido de ese conocimiento. De tal manera, que, el hecho, que este esclavo logre, al final de las preguntas, que recibe, dar la respuesta acertada, no prueba que su alma ya la supiera desde antes de nacer, sino, más bien, el poder lógico-deductivo de su razón.

Entonces, este ejemplo que da Platón con el trata de probar su teoría de que los conocimientos que tienen los seres humanos son el recuerdo de las ideas esenciales que sus almas antes de nacer contemplaron en el mundo suprasensible de las ideas, no la prueba en realidad.  Y, al no probarla, su teoría del conocimiento pierde la posibilidad de ser verdadera. A lo sumo, se convierte en una teoría puramente especulativa del proceso cognoscitivo de los seres humanos.

Sin embargo, a pesar de esta falta de fundamento real de esta teoría, contiene un núcleo racional válido, el de que los seres humanos solo aprenden de verdad una idea o conocimiento cuando lo recuerdan, cuando son capaces de repetirlo y exponerlo ante sí mismos o ante otros. Al recordarlo, confirman que efectivamente lo han aprendido e interiorizado en sus mentes. Es en ese momento que prueban que lo saben. Pues, alguien demuestra que ha aprendido un conocimiento cada vez que lo revive en su memoria para describir o explicar algo de la realidad o para usarlo en sus labores prácticas.    

A comienzos del siglo pasado, en gran escritor francés Marcel Proust, en su monumental y extensa novela, En busca del tiempo perdido, afirmó, también, la primacía de la memoria en la existencia de los hombres. Pero, no de la memoria que les permite recordar los conocimientos esenciales de carácter científico o filosófico que han aprendido o que ya saben, o, informaciones sobre múltiples y diversos hechos que conoce, sino, aquella que se despierta, y, opera cuando consume de nuevo unas bebidas y alimentos, como una taza de té o una madalena, que solía consumir con frecuencia en familia o con grupo de amigos, o, conocidos en el pasado de su infancia y juventud. Una memoria, que denomina involuntaria, porque, precisamente, se activa por la presencia sensorial o sensible de estos alimentos cuya forma, colores, sabores y aromas, le despiertan, los recuerdos de lo vivido alguna vez con las personas que las consumían. Recuerdos, que se hacen presentes en la superficie de su conciencia, tornándose vivos, claros y distintos.

En efecto, dice Proust, en el famoso pasaje en que expone esta concepción de la memoria del primero libro de su novela Por los caminos de Swann: “¿Llegará hasta la superficie de mi conciencia clara ese recuerdo, ese instante antiguo que la atracción de un instante idéntico ha ido a solicitar tan lejos, a conmover y alzar en el fondo de mi ser? No sé. Ya no siento nada, se ha parado, quizá desciende otra vez, quién sabe si tornará a subir desde lo hondo de su noche. Hay que volver a empezar una y diez veces, hay que inclinarse en su busca. Y a cada vez esa cobardía que nos aparta de todo trabajo dificultoso y de toda obra importante, me aconseja que deje eso y que me beba el té pensando sencillamente en mis preocupaciones de hoy y en mis deseos de mañana, que se dejan rumiar sin esfuerzo.

Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tilo, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa), cuando iba a darle los buenos días a su cuarto. Ver la magdalena no me había recordado nada, antes de que la probara; quizá porque, como había visto muchas, sin comerlas, en las pastelerías, su imagen se había separado de aquellos días de Combray para enlazarse a otros más recientes; ¡quizá porque de esos recuerdos por tanto tiempo abandonados fuera de la memoria no sobrevive nada y todo se va desagregando!; las formas externas también aquella tan grasamente sensual de la concha, con sus dobleces severos y devotos, adormecidas o anuladas, habían perdido la fuerza de expansión que las empujaba hasta la conciencia. Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más, persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo”.

García Márquez, dijo alguna vez, que su país Colombia era «El olor de la guayaba», el olor de una de las frutas más comunes y populares del país; es decir, que al sentir el olor y el aroma de esta fruta, se le hacían presentes en su mente, recordaba, no solo ese lugar o territorio físico-geográfico, la casa y la población donde nació, y, pasó su infancia, sino también, las múltiples vivencias que había tenido en él, las muchas de las personas que había conocido o tratado, las labores que había realizado, las expresiones culturales que amaba, etc.. En una palabra, le aparecían ante sí, cuando percibía ese olor, la totalidad múltiple del universo físico, humano y socio-cultural, al que, originalmente, pertenecía, y, en el que había tenido significativas vivencias.

De ahí, que García Márquez, le ocurrió seguramente lo mismo que a Proust con el té y la madalena, se le activó su memoria involuntaria, para recordar lo vivido en su país, la memoria que les permitió, hacer brotar del sabor de una sencilla fruta, todo un mundo rico de vivencias y recuerdos. Y como él, la convirtió en la fuente y materia originaria, que le sirvió de fondo, para escribir, gran parte de su obra literaria. Y, que, por supuesto, empleó para escribir las memorias de su vida en su libro Vivir para contarlo.

Pero, además, esta experiencia, que mostró y describió tan bien Proust, la viven todos los seres humanos, es una experiencia universal, que los identifica con gran fuerza. Los sabores y aromas de los alimentos, que, habitualmente, consumen en su niñez y adolescencia, se convierten en portadores mudos, pero inmensamente elocuentes, de las vivencias más significativas que tuvieron, porque los llevan consigo durante todas sus vidas. Cada vez, que, en el curso posterior del tiempo de sus vidas, los vuelven a sentir al consumirlos, sienten, que regresan a los lugares, momentos y situaciones, en los que, en el pasado, las consumieron con frecuencia. Transportados, por el sabor y el aroma de esos alimentos, regresan al pasado de sus vidas, para revivir en sus mentes el recuerdo de las vivencias que rodearon ese consumo. O, lo que es lo mismo, sienten que ese pasado distante regresa a sus vidas actuales, hace presencia viva en el presente de sus existencias, suprimiendo o borrando la natural distancia temporal que los separa. Por eso, los alimentos que consumimos desde la niñez, no solo nos sirven para conservar nuestras vidas naturales, sino también, para conservar y renovar el sentido de nuestras existencias, ayudándonos a revivir o recordar las vivencias más significativas del pasado.

De tal manera, que la memoria a la que se refiere Platón, es, en realidad, la facultad propia de todo ser humano de recordar un conocimiento o información de algo que ya se conoce, y, que se activa al recibir una o unas preguntas lógicamente correctas. La pregunta bien hecha, tiene el poder de activar esta facultad esencial de los seres humanos, para que se hagan presentes de nuevo en sus consciencias, los conocimientos que han aprendido previamente. En cambio, la memoria de la que nos habla Proust, y, que, convierte en uno de los ejes centrales de la vida de los personajes de su gran novela, es la que se activa natural e inesperadamente, en una persona, al tener contacto sensible con algo que estuvo, frecuente o constantemente presente en su vida cotidiana en el pasado. El recuerdo, no nace de algo ya sabido conscientemente, sino de algo vivido gracias a la presencia y acción de un objeto sensible como los alimentos y bebidas. Son dos formas de memoria propias de los seres humanos, la primera activada por preguntas bien formuladas, y, la segunda, por la presencia de nuevo de un objeto sensible significativo en el pasado de sus vidas, que estos dos grandes protagonistas del pensamiento y la cultura nos mostraron y enseñaron.  

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