Julio Díaz, una vida de actor

Con una sólida trayectoria en teatro y cine, el actor Julio Díaz es uno de los referentes de las artes escénicas del país. Su historia familiar, sus inicios en el TAU, su pertenencia al emblemático Grupo Diez y las dos películas en las que ha actuado, forman parte de este perfil, publicado originalmente en 2021 y que hoy recuperamos para celebrarlo, debido a los graves problemas de salud por los que atraviesa en la actualidad.

Ana Lucía Mendizábal

septiembre 1, 2024 - Actualizado septiembre 1, 2024

Cuando era adolescente, Julio Díaz Aldana (Zacapa, junio 1937) caminaba una cuadra de más para no pasar frente a un grupo de vecinas que gozaban con su muy evidente timidez. En ese tiempo, el jovencito cursaba estudios en el colegio Santa Cecilia, y su carácter introvertido no dejaba adivinar que con el tiempo se convertiría en un destacado actor, que además de ser protagonista de la Época de Oro del teatro guatemalteco, estelarizaría dos de las más aclamadas películas del cine nacional.

La lucha familiar

Julio fue el cuarto de los siete hijos de la unión de José Rufino Díaz Portillo, de San Agustín Acasaguastlán, y María Angelina Aldana Cordón, de Zacapa. “Ellos vivieron ciertas penurias. Se vinieron de Zacapa a vivir a Guatemala, pero no les fue bien. Ya tenían dos hijos y se fueron a El Salvador”, relata el actor acerca del recorrido que sus progenitores debieron hacer antes de que él viniera al mundo.  

En El Salvador, las cosas no fueron fáciles. “Era un tormento, porque al no tener casa propia, vivían como en covachas de lámina. Aquello era un horno”, dice acerca de los recuerdos que su madre tenía de esa experiencia. 

Por esa época, nació el tercero de los hijos, Óscar Bayardo, quien falleció de neumonía a los tres meses y medio. Poco tiempo después, decidieron regresar a Zacapa y un mes después de estar de vuelta nació Julio. “Ahí boté el ombligo”, comenta.

Pronto la familia estaba de vuelta en la capital de Guatemala. “Se pusieron a trabajar acá con ahínco. Mi papá abrió muchos créditos y siempre fue muy cumplido”, cuenta. Un golpe de suerte contribuyó a sentar las bases de la estabilidad de la familia. “Mi mamá compró un número de lotería en El Salvador y se sacaron la mitad del premio. Eso les sirvió para comprar una propiedad en la Avenida Bolívar”, recuerda. 

Ya con casa propia, la familia siguió creciendo. Llegaron tres hijos más: Luis, quien más adelante, se convirtió en uno de los más reconocidos artistas de la plástica nacional; Jorge Bayardo, y Édgar. El padre se dedicó a la venta de tabaco. “Se hacía el famoso cigarro de doblador. Los paquetitos de cinco cigarros costaban dos o tres centavos”, recuerda.

El impulso y el trabajo temprano

Llegó un momento, cuando los hijos estaban ya en la última parte de la adolescencia, en el que el padre les dijo que no seguiría sosteniéndolos económicamente. Los muchachos debieron buscar trabajo. Julio, de 17 años, y Luis, de 16, empezaron a trabajar en la Dirección General de Caminos. “Él en la sección de tornos, y yo supuestamente llegué como ayudante de carpintería”, cuenta. Sin embargo, el jefe decidió que Julio debía quedarse en la oficina para ser ayudante de contabilidad.

Las exigencias del trabajo no impidieron que los jóvenes dejaran atrás sus ansias de conocimiento. Por esa razón, se inscribieron en un instituto nocturno en la zona 1 y se graduaron como maestros. 

Un día de 1957, leyendo el periódico, Julio se encontró con la que sería la puerta que lo llevaría a descubrir su vocación: una convocatoria para integrar el Teatro de Arte Universitario (TAU). “Me inscribí y al momento de las preguntas y respuestas yo cambiaba de colores. Yo no trataba de vos a nadie, era muy retraído”, rememora.

Ahí empezó a trabajar con Carlos Mencos Deká, fundador y director del TAU. En el grupo también impartían clases Roberto, hermano de Mencos, y Rufino Amézquita, entre otros. La personalidad de Julio se transformó. “Como a los dos meses ya trataba de vos a la gente, tenía confianza. De tímido pasé a molestón. Me dieron vuelta como calcetín.”, recuerda entre risas.

Al encuentro de Europa
Muy pronto, Julio tuvo una oportunidad que no se imaginó. “Entré (al TAU) en 1957 y más o menos en junio, Carlos Mencos me llamó a formar el grupo de danza y teatro para montar el Popol Vuh”, relata. La obra que tenía música de Jorge Sarmientos y coreografía de Judith Armas requirió largas horas de ensayo. Esto empezó a desesperar al joven actor, quien había empezado a trabajar en la Tesorería Nacional. “Le dije a Mencos que ya no quería seguir porque me quitaba mucho tiempo y que me iba”. 

El director le pidió que se quedara porque lo necesitaban y estaba haciendo un buen trabajo. A los tres meses, se citó al equipo al antiguo edificio municipal, que estaba ubicada en la 5ta avenida, entre 8ª y 9ª calles. Ahí les dirían que habían sido seleccionados para realizar una gira por Europa y Oriente medio. 

Llegaron nerviosos y les dijeron que originalmente se había pensado que fueran 16, pero solo viajarían 12. Luego de haber escuchado ya dos nombres, Julio supo que el viaje sería una realidad para él. Cuenta que estuvo muy feliz, pero no quiso demostrar demasiada algarabía para no ofender a quienes no consiguieron ser seleccionados.

La gira se inició en diciembre de 1959. Los artistas viajaron a México, donde durmieron. De ahí salieron para Houston, Texas. Luego a Montreal. “Ahí, por primera vez sentí el frío. Salí del avión y sentí como si las orejas se me hubieran quebrado”, relata. 

Volaron hasta Ámsterdam, y de ahí a Israel, en donde comenzó oficialmente la gira. Presentaron la obra en Turquía, Italia, Francia, Inglaterra y Bélgica. En ese país el director les anunció que concluía el tour artístico, y que ellos podían decidir regresar a casa o quedarse un tiempo.

En la gira viajaban también Olga Celada y Lupita Hernández de un conjunto de baile, y junto a ellas y otros artistas decidieron quedarse. “En Bélgica yo hice una solicitud de visa para Estados Unidos y me la negaron, entonces decidimos regresar por otra ruta”, comenta.  Volaron a España. Visitaron Barcelona, Madrid, Toledo y Valencia. “Algo estilo ‘mochileros’, pero ahí estábamos, con juventud y con ganas de conocer”, relata.

Este viaje de trabajo que se inició el 19 de diciembre de 1959, concluyó para Julio a mediados de marzo de 1960. “Fue muy interesante y aleccionador. Me fui pesando 128 libras y regresé con 118, porque cuando ofrecíamos función, a veces comenzábamos a las 6 de la mañana y a las 4 de la tarde no nos habían ofrecido ni una taza de café”, recuerda. 

Tiempo de crecimiento

El joven actor continuó estudiando en el TAU, en donde cuenta que “Carlos Mencos se encargaba de pelear hasta el último centavo y gestionar hasta el último apoyo, porque de lo contrario hubiera sido una dependencia más”. El ambiente teatral en Guatemala había despuntado ya con producciones tanto de la compañía universitaria, como de la Universidad Popular y otras que tomaban vida. 

En el TAU participó en varios montajes. Sin embargo, una decisión tomada por Mencos hizo que Díaz se retirara. “Mencos nos dijo que iba a montar la obra Ha llegado un inspector. En el elenco había un joven y pensamos que podríamos ser o Carlos Obregón o yo”, señala. Pero el director tenía ya otro plan. “Nos dijo que traía a un argentino y que a través de él iba a tener el apoyo de la embajada argentina”. 

Esta decisión no le pareció a Julio ni a sus compañeros y al expresarle su descontento a Mencos, este les dijo: “Ustedes están formados, así que están libres de hacer lo que quieran. A partir de eso me autonombré actor papalote, porque andaba papaloteando a ver en qué grupo trabajaba”, comenta entre risas. 

“Aprendí que se invierte el mismo tiempo haciendo una obra mediocre con un grupo que no tiene formalidad, sin propósito, que con una producción seria. Entonces me volví muy selectivo”, asegura.

Para entonces, Julio debía dividir su tiempo entre el teatro, su trabajo en la Tesorería Nacional, así que no aceptaba cualquier propuesta. “En ese tiempo Xavier Pacheco dejó el papel que representaba en la obra Escándalo en la verdad, que dirigía don Alberto Martínez”. 

“Conocí a Teresita (María Teresa Martínez) y conocí a don Alberto”, rememora. Ahí tuvo la oportunidad de compartir escenario con el actor Mario González, que luego de trabajar en el teatro para niños con René Molina, se fue del país para hacer una brillante carrera en Francia. 

La llegada al Gadem

A finales de la década de 1960, ya Julio había entablado una amistad profesional con Ricardo Mendizábal. “Yo siempre fui un poco temeroso de meterme en cuestiones económicas, pero Ricardo era muy disciplinado y tenía estabilidad económica”, cuenta Díaz.

A Mendizábal le ofrecieron hacerse cargo del Teatro Gadem, que según refiere el actor estaba construido en la casa de Julia Ayau viuda de López, quien era la tía del ‘Muso’ Ayau. Es entonces cuando Mendizábal les propone crear un grupo. 

El 15 de septiembre de 1971, en casa de Mildred Chávez y Antonio Almorza se reunieron Luiz Tuchán, Manuel Lisandro Chávez, Antonio Arriola, Guillermo Tulio González, Adolfo Hernández, Carlos Obregón, Ricardo Mendizábal, Julio Díaz y los dos anfitriones. Empezaron a proponer nombres. Como acababa de venir al país el grupo 11 al Sur, a Julio se le ocurrió, que, por ser casi diez integrantes, podrían llamarse Grupo Diez y así se inició ese colectivo que se convirtió en una referencia del teatro en el país.

“Comenzamos como una cooperativa. A nosotros nos tocaba barrer, trapear, sacudir, hacer taquilla, dirigir, mil cosas”, enumera. Cuenta que, en ese tiempo, luego de su trabajo en la Tesorería Nacional, acudía a las 7 y media de la noche a los ensayos y salía entre las 10 y las 11 de la noche rumbo a su casa.  

La primera obra que montó el grupo fue El huevo, de Felicen Marceau. La crítica les fue favorable, especialmente por sus innovaciones tanto en la dramaturgia como en las escenografías.  A lo largo de su historia realizaron el montaje de más de 25 obras, entre las cuales se destacaron El juego que todos jugamos, Cuatro historias de alquiler, Los forjadores de imperio, La mandrágora, Cuarenta kilates, ¿Eran tres los inocentes?, Trampa Mortal y La empresa perdona un momento de locura

Entre los papeles que Julio destaca se encuentra el personaje que interpretó en El animal vertical, de Manuel Corleto. Era un presidente como marioneta, que lo dirigía Damus, que interpretaba Guillermo Julio González. Los personajes eran caricaturizados. La escenografía era muy novedosa porque decidieron hacer una vagina, de ahí nacía la república de Rumia. María Belén era el personaje femenino y fue la primera vez que una mujer salía desnuda en escena. “Impactó bastante y la obra resultó muy interesante”. 

Por su papel en la obra El animal vertical, Julio se hizo acreedor al primer premio Opus a Mejor Actor y la obra en cuestión conquistó el premio en su categoría. 

Otra puesta en escena que logró atraer a una gran cantidad de público fue Cuarenta kilates. El escenario giratorio fue construido por su hermano Luis Díaz y Daniel Schafer fue el decorador. “Yo dirigía. Estaba Teresita Martínez, Xavier Pacheco y Lidia McDonald”, cuenta.

Para ese entonces, intelectuales como Luz Méndez de la Vega, Marta Mena y Mario Alberto Carrera eran figuras muy influyentes y se ocupaban de exaltar lo que sucedía en el ámbito cultural. “Hicieron muy buenas críticas de nuestras obras”, recuerda Julio.

Julio también jugó un papel preponderante en la administración del grupo, era el encargado de las finanzas y como tal, a veces debió poner orden en cuanto a los gastos. Recuerda que al principio algunos actores se quedaban platicando después de los ensayos y al final pedían taxi, a nombre del grupo. Entonces debieron establecer la regla de no permitir que esto sucediera. 

Julio recuerda que, en cierta ocasión, Xavier Pacheco lo tachó de “miserable”, entonces él le recordó que lo que se ahorraba se dividía entre todos porque esa era una de las características del grupo. 

Díaz reconoce que una de las ventajas del grupo fue precisamente administrar su propio teatro, el Gadem. Lo agarramos con una deuda de Q2 mil. Cuenta que le habían propuesto a la propietaria comprarlo, y ella al principio había aceptado. Sin embargo, su familia la convenció de no venderlo y eso obligó al Grupo Diez a salir de ahí. Fueron casi 25 años en los que trabajaron en ese espacio. 

En 2003, el grupo se mudó para el teatro La Cúpula. “No fue lo mismo. Lamentablemente falleció Ricardo Mendizábal (2004)”, cuenta Julio, y el grupo se disolvió.

Dos películas, dos vivencias

En 1994, cuando aún el Grupo Diez se encontraba en el Teatro Gadem, se abrió una oportunidad distinta para Julio. Ricardo Mendizábal le comentó que Luis Argueta tenía el proyecto de realizar una película. Se trataba de El Silencio de Neto. “Ricardo había hecho el contacto y le habían hecho una prueba e iba a protagonizar al papá de Neto con Herbert Meneses como hermano”. Julio conocía a Justo Chang, quien era coproductor de la cinta. “Me hicieron una prueba. Al rato le dieron vuelta al calcetín y resultó ser que yo fui el papá de Neto y Ricardo el obispo”, detalla. 

En esa producción tuvo la oportunidad de trabajar junto a figuras como Mildred Chávez y Frida Henry. “Yo siempre busqué el roce con gente de nivel superior porque eso lo pule a uno, le enseña muchas cosas”, comenta. “Luis Argueta le puso a la película todo su entusiasmo, su capacidad y conocimiento”, agrega.

El filme fue un parteaguas en Guatemala. Llegó a estar preclasificado para los premios Óscar y fue reconocido en diversos festivales de cine. 

Acerca de su personaje, el actor explica: “El papá de Neto era un señor muy serio que se sentía traicionado por el hermano que enamoraba a la mujer. Se encerró un poco en la bebida, se oscureció y el único que se le pegaba era el más pequeño de sus hijos, porque le tenía más confianza. Neto, en cambio, era más rebelde”. 

Su selección para su segundo papel en el cine llegó años después. Jayro Bustamante vio su trabajo en un trabajo teatral e invitó tanto a Sergio Luna como a Julio. Les dejó una tarjetita. A Sergio le dieron un papel en Temblores y con el tiempo llamaron a Julio para el papel de Enrique Monteverde [trasunto del general Ríos Montt, NDR]”.

Julio Díaz en su papel en La Llorona. Foto: La Casa de producción

“Tomé el personaje porque no es una biografía. No estaba imitando a Ríos Montt. Es un general retirado, con una vida paralela”, afirma. El Monteverde que personifica Julio, es según sus palabras “Un general envuelto en la guerra que elimina gente que le es molesta…  Tiene una hija a la que le eliminó al novio con quien esta tuvo una hija. Una mujer celosa. Hay mucho resentimiento y mucha cólera interior”.  Refiere que su personaje es un hombre que ya un poco trastornado empieza a sentir la presencia de La Llorona. í

En cuanto a la experiencia de trabajar con Jayo Bustamante, señala: “Es un director muy intuitivo”. Exalta también su ‘limpieza’ y claridad de objetivos.

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