Encontrar información sobre Eloísa Velásquez, mejor conocida como La Locha, fue más difícil que descubrir la ubicación de su burdel sin rótulo, el Pinkis’, perdido entre las calles y memorias de la Ciudad de Guatemala. Y aunque le toqué la puerta a sus vecinos, amigos y personas que frecuentaron su local, apenas pude conseguir información para un artículo que nunca escribí. La mayoría de mis entrevistados me pidieron el anonimato, de sus amigos solo queda uno vivo y las personas que vivieron en su barrio y que se recuerdan de ella eran niños cuando ella estaba viva. Sin embargo, pude descubrir que fue una empresaria exitosa y mecenas de varios artistas nacionales, las mujeres que trabajaban en su burdel eran “ladinas, mestizas o blancas” y algunas de otros países de la región. También encontré que quiso ser pintora, que adoptó a algunos de los hijos de sus trabajadoras y que algunos de sus cuadros le sobreviven. También descubrí que, durante el gobierno de Arana Osorio, en la década de los setenta, “a alguien se le ocurrió prohibir el uso de minifaldas en la ciudad, y había militares que medían el largo de las faldas y con un marcador les pintaban a las mujeres en sus piernas cuál debería de ser el largo de las faldas”; pero, a pesar de ese conservadurismo de estado, esa fue, tal vez, la época de mayor éxito de Eloísa y de su bar, el Pinkis’.
Esta historia ilustra como los hombres han silenciado la historia de las guatemaltecas -indígenas, ladinas, afro-chapinas y de la diversidad sexual- y extranjeras de la historia nacional. Es decir, ¿por qué sabemos tan poco de una mujer quien fuera una de las principales empresarias del país en la segunda mitad del siglo veinte? ¿Por qué fue su modelo de negocios, el burdel Pinkis’, tan exitoso e importante para la élite política, económica, académica y diplomática de Guatemala? ¿Por qué las mujeres que trabajaban en el burdel eran blancas, mestizas, ladinas o extranjeras, pero no indígenas o afro-chapinas? Y con ello no quiero implicar que apruebo la prostitución de mujeres, sino sólo quiero señalar como la intersección entre clase y raza o identidad étnica tal vez hacía que el cuerpo de unas mujeres fuera objeto de intercambio comercial, mientras que el cuerpo de las indígenas era sujeto de la violencia de clase; creo que el tema amerita más investigación. Otra pregunta que surge de esta breve historia es ¿por qué si muchos hombres de la élite del país disfrutaban de la libertad sexual que provee un burdel, en sus posiciones de poder promovían políticas y fantasías que reafirmaban el conservadurismo social? ¿Acaso era para mantener estructuras de poder que les permitían mantener a la mujer sujeta al hogar, al trabajo doméstico y al sexo pagado o forzado? En cualquier caso, el silencio sobre el papel de las mujeres en la historia nacional es un silencio cómplice que usa una ideología de género basada en “estereotipos, sesgos, roles y prejuicios” para controlar a las mujeres (1).
Pero algunos proyectos de historia pública están revalorizando la acción de las mujeres en la construcción de un país más justo, libre y equitativo. En este sentido me gustó leer el artículo “Volver la mirada hacia la Revolución del 44 desde las mujeres”, de Mónica Albizures. En él, Albizures narra como la exposición Revolución en la revolución, maestras protagonistas del cambio cultural, producida por Glenda García y Gabriela Porras Flores, puede dotar “a las mujeres de un sentido de pertenencia desde una genealogía de mujeres que cambió los paradigmas de la educación del país” desde la Revolución de 1944 (2). O como indica Eliane Hauri Fuentes, los monumentos a la memoria también pueden servir para reapropiarse de espacios públicos, para visibilizar el papel de las mujeres en las luchas por los derechos humanos y para conocer a las actrices individuales que han sido silenciadas en nuestra historia (3). Y la historia pública también se expresa con acciones políticas como rememorar el nombre de las madres y abuelas de las mujeres indígenas o el hablar en su propia voz y crear y vestir sus propias indumentarias para resistirse a los intentos por destruir su identidad (4).
Pero la historia pública suele estar limitada por lo efímero de su existencia o por lo limitado de su capacidad comunicativa. Con ello me refiero a que las exhibiciones o manifestaciones suelen tener una vida corta, por lo que su alcance es también corto. Y los monumentos o museos representan solo una pequeña parte de historias más complejas. Al contrario, la historia académica escrita permite investigar a las personas y eventos en toda su complejidad, crear un diálogo o discusiones que actualizan el significado de eventos y actores históricos, aseguran la sobrevivencia de largo plazo de algún conocimiento y supeditan otros intereses al de la verdad validada a través de teorías, métodos de investigación y evidencias sistemáticamente verificables. En este sentido, la historia académica nos permite rescatar a las “grandes mujeres” y también a “la mujer del día a día”, a su posición y relación con respecto a las estructuras de poder, sus ideas y sus acciones, sus silencios y voces, sus tecnologías y culturas y toda la complejidad de su existencia.
Y es en este sentido que debemos desarrollar una historia académica que estudie a las mujeres en Guatemala en toda su complejidad y que sea capaz de sobrevivirnos. Pero para devolverle la voz histórica a las guatemaltecas debemos organizarnos para identificar y discutir los temas y epistemologías que deberían construir su historia. Tal vez podamos usar nuestras propias experiencias y culturas para crear epistemologías basadas en la visión binaria maya de la creación, o en la interseccionalidad estadounidense o en conceptos surgidos de la cotidianidad subalterna de las mujeres; no lo sé, el campo está abierto para la exploración. Pero, en cualquier caso, este es un llamado para que nos organicemos y creemos espacios para apuntalar la liberación de las guatemaltecas sobre la base de una historia que recupere su voz desde los cuartos oscuros en que las han metido.
[1] Mi’nawee’ López González, “El poder de ser mujer,” ep investiga, 4 de mayo, 2024, sec. Opinión, https://epinvestiga.com/opinion/el-poder-de-ser-mujer/.
[2] Mónica Albizures, “Volver la mirada hacia la Revolución del 44 desde las mujeres,” Plaza Pública, 10 de marzo, 2024, sec. Opinión, https://plazapublica.com.gt/opinion/volver-la-mirada-hacia-la-revolucion-del-44-desde-las-mujeres.
[3] Eliane Hauri Fuentes, “El deber de memoria,” Plaza Pública, 16 de enero, 2024, sec. Opinión, https://plazapublica.com.gt/opinion/el-deber-de-memoria.
[4] Sandra Xinico Batz, “Röj, ri öj ikoqi’,” Plaza Pública, 9 de marzo, 2024, sec. Opinión, https://www.plazapublica.com.gt/opinion/roj-ri-oj-ikoqi.
Javier Calderón Abullarade es M.A. en Teoría Política por la Universidad de Nueva York, M.A. en Historia Global por la Universidad Fordham, y actualmente es estudiante de doctorado en historia en la Universidad de Nevada, Reno. Trabaja sobre temas de democracia, radicalización política, política rusa e historia de las mujeres.
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