Nunca los hechos han sucedido de forma tan vertiginosa como durante el siglo V A. de C. griego; según se ha dicho, lo único que puede compararse a este período es el tiempo que va del 14 de julio de 1789 al 18 de junio de 1815, de la toma de la Bastilla a la batalla de Waterloo, en la Francia de la Revolución.
Desde el inicio de las hostilidades con Persia en el 498 A. de C. hasta el fin de la guerra del Peloponeso en el 404 A. de C., en Grecia pasó todo, y decir todo no es en absoluto un exceso: de la guerra a la paz varias veces, de las penas de la miseria a la abundancia de la opulencia, de la democracia al imperio al mismo tiempo, del gobierno capaz de unificar a un pueblo al golpe de Estado, de la voz de Sócrates viva en el aliento a la letra manipulada de la ley; todo ello puede apreciarse claramente en la escritura de Tucídides, el testigo de Atenas, en su libro conocido hoy como La guerra del Peloponeso.
Hoy entendemos que Tucídides ha sido un historiador, como entendemos, también, lo fue Heródoto, pese a las obvias diferencias entre uno y otro, pese a que leer a Tucídides es casi leer a un teórico de la vida de la polis y leer a Heródoto es casi leer las impresiones de un cronista de viajes; lo que sí es cierto y claro es que Tucídides nunca menciona la palabra historia, mucho menos la palabra historiador; parece seguro que Tucídides no quiere ser como Heródoto ni hacer lo mismo que él hace, su propósito es hacer algo distinto, otra cosa, buscando y persiguiendo otros fines.
¿Qué es Tucídides…? No es un historiador, pero casi lo es, no es un poeta, pero casi lo es, no es un político, pero casi lo es, no es un filósofo, pero piensa como un sofista; es alguien que sólo habla y escribe de lo que le consta, de aquello de lo que es testigo.
¿Qué busca Tucídides, al hacer eso…? La forma más sincera de responder esto es decir que persigue seguir el hilo de los acontecimientos, pero no sólo a través de los sucesos en sí mismos, sino también a través de lo que se dice en torno a ellos, de lo que se dice acerca de ellos: cómo se reciben, cómo se entienden, cómo se justifican, cómo se evaden; todo, como si buscara trazar los síntomas de la crisis o, incluso más, como si buscara trazar la patología de la guerra; su fin parece ser más amplio que la guerra, quiere llegar a la crisis que ha sido su causa.
Tucídides es un general del ejército ateniense que ha recibido el castigo del ostracismo, por haber llegado tarde a la batalla de Anfípolis, lo cual no es motivo para que escriba en favor o en contra de alguno de los contendientes enfrentados en la guerra; él sólo escribe lo que le consta de uno y otro bando, sin tomar partido, sin justificar, perjudicar o favorecer a ninguno o, incluso, como si la verdad no estuviese en ningún bando.
La única verdad que le interesa es la de las causas aparentes, la personificación de las excusas, todo aquello que se airea, que se enarbola, que se ventila en tono de arenga política o de acusación grave de la enfermedad que corroe a Grecia, acaso, la vanidad y el orgullo en el caso de Atenas y la envidia y el resentimiento en el caso de Esparta.
La peste de Atenas durante la Guerra del Peloponeso, por Michael Sweerts, c. 1652–1654
El discurso de Tucídides es una declaración de los hechos testimoniados y narrados, en obediencia a la enfermedad de crisis política y decadencia moral, que él es capaz de ver y que desearía curar.
Grecia, con toda su genialidad y grandeza, está enferma de muerte, y la política, en lugar de ser la cura, agudiza los síntomas y profundiza las heridas, a golpe de maniobras, manipulaciones y adulteraciones.
La política de la ciudad más célebre de la antigüedad clásica, de la mismísima Atenas, no fue capaz de salvarla, eso es lo que queda perfectamente claro luego de leer La guerra del Peloponeso de Tucídides.
Sin embargo, queda algo por decir, algo que quizá se entienda mejor si se busca seguir el tono del trabajo de Tucídides, si se alude a los hechos: cinco años después de que ha acabado el desastre de la guerra, durante el primer año del siglo siguiente en 399 A. de C. Sócrates es condenado a muerte por la ciudad de Atenas.
Dicho lo cual, nada impide conjeturar o, tal vez, debería decirse certificar que, si la política no pudo salvar a la polis, tampoco pudo hacerlo la filosofía: ni Pericles ni Sócrates fueron capaces de educar a alguien como Alcibíades, por ejemplo; un personaje como él es el fracaso personificado de la política y de la filosofía, un hombre incapaz de cuidar de sí y, también, de lo propio.
No se sabe si Platón leyó a Tucídides, no hay referencias al respecto, pero resulta muy poco probable que no lo haya hecho, casi imposible pensar que no lo hiciese; si La guerra del Peloponeso es el testimonio de cómo se pudre la democracia, La República de Platón es un esfuerzo casi heroico por pensar un mundo situado más allá de la democracia.
Cualquier reflejo o destello de todo aquello con la realidad actual ¿…debería extrañarnos o, más bien, todo lo contrario…?
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