El encanto de la obra artística de Fernando Botero

Fernando Botero al pintar y esculpir a todos sus personajes con grandes volúmenes corporales nos reveló y enseñó, en el corazón de la modernidad, que existe un ideal diferente, y tal vez más profundo, de la belleza del cuerpo humano del que forjaron los antiguos griegos con sus obras de arte.

Camilo García Giraldo

octubre 6, 2024 - Actualizado octubre 5, 2024

Fernando Botero es considerado en Colombia como el artista más grande de la historia del país y uno de los de mayor renombre y fama en el mundo actual. Su obra encanta y atrae a todos los públicos hasta haberse convertido en una especie de artista de masas; sus monumentales esculturas se han expuesto en los Campos Elíseos de París, en el Park Avenue de Nueva York y decoran y embellecen el Parque Central de Medellín, su ciudad natal. Sus exposiciones de pinturas y dibujos siempre han sido un acontecimiento cultural de primer orden en las ciudades en donde se han llevado a cabo. La que realizó en el palacio de Bellas Artes en Ciudad de México tuvo más de 300 mil visitantes; en la que celebró en el Museo de Bellas Artes de Bilbao asistieron 155 mil personas y más de 100 mil asistentes concurrieron al Museo de Arte Moderno en Estocolmo para contemplar su obra. La exposición de pinturas y esculturas que realizó en las ciudades chinas de Pekín y Shanghái despertó un gran entusiasmo en miles de ciudadanos de ese país asiático. Exposición que el propio Botero calificó como la “consagración de toda mi carrera artística”.

¿Cuál es la razón de ese encanto manifiesto, de este poder de atracción sobre los públicos de todas las latitudes del mundo, que ejerce la obra artística de Botero? Pienso que la razón de este hecho es la de que los cuerpos voluminosos y redondos que pinta y esculpe revelen algo que los seres humanos con cuerpos voluminosos aparentan ser: seres inofensivos, casi ingenuos, incapaces de hacerle el daño u obrar con violencia contra los demás. Las imágenes de estos seres voluminosos nos revelan esta condición o cualidad que aparentan siempre ser los seres humanos con cuerpos voluminosos; apariencia que no siempre corresponde a la realidad porque los hombres y mujeres con estos cuerpos, a pesar de tener esta condición que les dificulta realizar movimientos ágiles y veloces, pueden llevar a cabo acciones violentas contra otras personas cuando así se lo proponen.

Sin embargo, esta apariencia de la condición inofensiva de estos seres humanos que crean las figuras de Botero tiene el poder de convencernos de que en realidad así son todos los hombres y mujeres con cuerpos voluminosos. Al percibirla así quedamos, entonces, dispuestos anímicamente a unirnos a ellos, a abrazarnos a sus cuerpos voluminosos para así poder sentir en nuestro interior la presencia viva de esta apariencia que nos proyectan, y que creemos en ese instante engañosamente verdadera. Y así sentir que somos o podemos ser semejantes o iguales a estas figuras en la realidad de nuestras vidas, que podemos ser seres inofensivos incapaces de realizar actos de violencia contra los demás. Incapacidad que es la mayor y más valiosa incapacidad que podemos tener los seres humanos.   

Fernando Botero, Muerte de Pablo Escobar.

Por esta razón las pinturas que hizo sobre la violencia política en Colombia mostrando a personajes con estos cuerpos matando y mutilando a sus víctimas o la de los soldados norteamericanos igualmente de cuerpos voluminosos torturando a los presos en la cárcel de Abu Ghraib en Irak en los años en que ocuparon el país, si bien son excelentes piezas de denuncia de estos actos moralmente repudiables y censurables, tienen el defecto central de carecer de veracidad, de no parecer verosímiles, es decir, no tienen el atributo que debe tener siempre una obra de arte para sea en realidad tal. Y no lo tienen precisamente debido a que contradicen o niegan esta apariencia ilusoria que el resto de su obra artística forja de manera significativa, y que constituye su esencia y el rasgo que le da su gran valor estético.

Ahora, bien en la historia del arte ha habido artistas, como se sabe, que han creado imágenes de seres humanos con rasgos corporales diametralmente opuestos como el pintor el Greco en el siglo XVII en España o el escultor Alberto Giacometti en el siglo pasado en Suiza. Imágenes de personas flacas, delgadas y alargadas. Figuras artísticas que tienen un significado semejante a las de la obra de Botero a pesar de carecer de volumen corporal porque estas figuras artísticas delgadas nos dan la impresión, nos forjan la apariencia ilusoria, de que son incapaces de obrar con violencia por la falta de fuerzas físicas que sustentan este obrar. Y son incapaces porque a pesar de que se pueden mover, en contraposición a los gordos, con facilidad, rapidez y agilidad, carecen de las suficientes fuerzas físicas para obrar violentamente con éxito y eficacia. Pero, como en el caso de los cuerpos gordos de Botero, las figuras delgadas de estos artistas nos ofrecen una imagen ilusoria e irreal de los hombres delgados porque su delgadez no indica necesariamente que carezcan de fuerzas físicas suficientes para realizar actos agresivos y violentos contra otros; es decir, que esta condición de sus cuerpos no es una razón que les impide realizarlos cuando así se lo proponen.  

Es el caso de don Quijote de la Mancha que salió a recorrer el mundo para combatir a los agentes del mal con la sola ayuda de su lanza, su escudo, su caballo y su escudero. La delgadez de su cuerpo no le impidió obrar con violencia contra todos los que creía eran portadores de ese mal. Su encanto universal no radica solo en este propósito solitario de hacer imperar el bien en el mundo, de defender a los débiles y desamparados de los abusos de los poderosos, sino también de las muchas derrotas que sufrió en este empeño a manos de sus enemigos reales o imaginarios, es decir, en la incapacidad de usar con eficacia y éxito las escasas fuerzas de su cuerpo en los combates violentos que libró.   

Fernando Botero, Familia del dictador.

Pero con excepción del Quijote, las figuras artísticas delgadas no atraen y seducen al gran público como las figuras gordas de Botero porque carecen de la apariencia inofensiva que los caracteriza. Pero también porque el público siente que los hombres delgados tienen más facilidad o mejores condiciones físicas para usar la violencia contra otros. Este hecho, sin embargo, no les resta valor artístico a las obras del Greco o de Giacometti, no sitúa de ninguna manera el valor estético de sus obras por debajo de las de Botero, porque al igual que las de él, revelen un aspecto de lo humano.

Estos personajes que Botero representa en sus lienzos, dibujos, grabados y esculturas se convierten, entonces, debido a esta apariencia que los caracteriza en especies de modelos ideales de lo humano, en ejemplos ideales que en el fondo y de manera tal vez inconsciente, todos, o por lo menos la inmensa mayoría, de los que los contemplan, quieren imitar en sus vidas reales, en modelos que quieren ser en la realidad de sus existencias. Son la imagen de hombres y mujeres libres y ajenos a la agresividad y la violencia, a la expresión suprema del mal, que una gran parte de los seres humanos desean ser y encarnar en sus vidas.     

Pero, además, Fernando Botero al pintar y esculpir a todos sus personajes con grandes volúmenes corporales nos reveló y enseñó, en el corazón de la modernidad, que existe un ideal diferente, y tal vez más profundo, de la belleza del cuerpo humano del que forjaron los antiguos griegos con sus obras de arte y que después prolongaron y renovaron los grandes artistas renacentistas, a saber, que la belleza del cuerpo y la figura humana no radica solo en que todas sus partes tengan una medida y proporción matemáticamente armónica entre sí, sino también que sean cuerpos que nos revelen con su presencia voluminosa y “desproporcionada” su incapacidad radical de hacer el mal, de practicar la violencia. La belleza de sus cuerpos es, entonces, la que emana e indica esta incapacidad esencial que los humaniza.

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