Carolina Escobar Sarti presenta su décimo primer poemario. Foto: Ana Lucía Mendizábal
En las paredes de la oficina de Carolina Escobar Sarti (Guatemala, 1960), en la asociación La Alianza, donde ejerce como directora, mezclados con reconocimientos formales a su quehacer social, se encuentran carteles en los que niños y adolescentes, que han sido beneficiarios de esa entidad, le expresan agradecimiento. Uno de estos mensajes dice: “Hola seño Carolina. Solo paso a decirte que te quiero mucho, te adoro, eres una persona muy especial para mí, que Dios te bendiga mucho en tu camino”. Está firmado por Martina, precisamente la chica que inspira, en gran parte, Tanto río, poesía inmarcesible, el décimo primer poemario de Escobar Sarti, publicado a través de F&G Editores.
Acerca de Martina, Carolina cuenta: “Estuvo aquí un tiempo y fue excelente chica. Al final salió de aquí y por razones muy particulares se quitó la vida”.

La niña que se volvió poesía
Las 21 obras poéticas dedicadas a Martina fusionan dolor, tristeza y frustración, pero también ternura y sensibilidad. Entre los títulos de esa parte inicial del poemario se encuentran: El olvido de nadie, en el que la escritora le promete a Martina: “… y no dejaré al tiempo borrar tu rostro ni tu voz”.
El duelo se expresa sin filtros en Hoy es el día más triste. “… tu corazón, Martina, dejó de latir, se quedaron solos los campos de tomate que tus manos nuevas sembraron”, dicen algunos de los versos de ese poema.
El recuerdo de los logros no quedó excluido de esta triste despedida y en Palabra machete, la poeta rememora cómo Martina llegó a la entidad que atiende a menores víctimas de violencia, sin siquiera saber escribir su nombre, pero a mitad del poema relata: “Aquella tarde, en el sillón azul leíste un libro. Fue tu victoria de principio a fin”. Las emociones se mezclan en medio de otros títulos como Vestida de adiós, El disfraz de las bestias, Se fue volviendo tierra, La niña tiene sed y Martina para siempre.
La realidad y sus matices
La segunda sección es la homónima del libro. Es quizás, aquí, donde la autora hace más claro su llamado a la resistencia. El primer poema de este espacio es precisamente Tanto río, un reconocimiento a cómo el agua que corre hacia el mar lleva “nuestras miserias y nuestra basura”.
En esta sección, se encuentran piezas como Segunda llamada, donde en versos como, “Los señores del poder han roto de nuevo las entrañas de la tierra y los niños, a fuerza de estallidos y misiles.”, advierte de ese “teatro del absurdo” cuya obra “amenaza volver a interpretarse”.
En el mismo tenor, sigue haciendo advertencias acerca de los tiempos que se viven con Enter-Delete, en donde advierte: “Nuestra civilización va sin luces ni cinturón de seguridad en esta autopista».
La autora se adentra en las temáticas del autoritarismo, la desesperanza y la resistencia ante un sistema opresor que hace que todos parezcan Condenados al olvido. De la incertidumbre que pinta en Gigantes solos, la autora da un salto para visitar a Los necios de la esperanza, un poema, que como anota, es dedicado a “Guatemala un 14 de enero de 2024, en la plaza”.
Pero Carolina no permite que nadie se engañe y en Sol quieto, reconoce que “Guatemala aún duerme su alegría y las fuerzas oscuras siguen respirando en nuestro cuello”.
En piezas como Animales inusuales, Soneto a las arrugas y Gacelas cruzando se aventura a responder preguntas sobre el ser humano, su esencia y su manera de envejecer.
Poesía inmarcesible
“Aquí todos los días decimos que hay que cuidar las palabras, porque las palabras en su más profunda intención tienen mucho que decir y una palabra puede cambiar muchas cosas, un contexto… una vida”, expresa Carolina. Y precisamente en el poder de las palabras y el idioma, y en el papel que ejercen en la identidad es en lo que se centran los dos primeros poemas de la tercera parte de su nuevo libro. En La nación que va conmigo, habla de la identidad que en ella imprime el español, y en Lo incierto y las palabras, señala la importancia que para ella tiene convertir todo en palabras. “No sabría respirar sin la coma de un texto incorregible, sin el paréntesis que interrumpe y hace dudar…”, expresa en sus versos.
Hay en este espacio del libro, un recorrido de vivencias pasadas y presentes, en las que tienen cabida, el amor, el desamor, los hijos y por supuesto la madre. La dedicatoria del libro es “A Martina. Y a la vida, siempre a la vida. Por eso a mi madre, quien me la dio”. Pero en la obra también se encuentra la influencia de la artista Margarita Azurdia (Margot Fanjul). A esta última la invoca en el poema MartinaMargarita, en la que relata el sueño que la propia artista le contó antes de morir. “Margarita tuvo un penúltimo sueño. El agua corría bajo sus costillas, entre ellas, las bañaba, las hacía brillar… “.
Los cambios de la vida y lo profundo de las vivencias que transforman son retratadas por la autora que se abre a las experiencias y se define a través de las palabras, en piezas como Fantasma sin cronología, Pedagogía de lo bello, Adverbio de aproximación y Caligrafía, entre otros.
Robarle tiempo a la vida
De su poemario, Carolina reconoce que, “es un poco al revés. Empieza con la muerte y termina con la vida”. Pero indica que los que trata no son temas nuevos. “Han estado ahí desde las primeras obras: La vida, la muerte y en medio, el amor, el odio, la bestialidad humana… Todas las sombras y luces humanas están ahí”.
Además de escritora reconocida con premios como la Medalla Vicenta la Parra de la Cerda (2014) y el Primer Lugar del Certamen Nacional de Poesía Musicalizada Voces de mujeres (1996), Carolina es investigadora social, docente universitaria y fundadora de la asociación La Alianza en Guatemala. Se graduó como Licenciada en Letras en la Universidad del Valle, cuenta con una especialización en Población y Desarrollo en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y tiene una Maestría en Literatura hispanoamericana por la Universidad Rafael Landívar. Además, es Doctora en Sociología y Ciencias Políticas por la Universidad de Salamanca España.
Otros de los reconocimientos a los que se ha hecho acreedora son el premio Olof Palme por su compromiso social y el Premio Unicef a la Comunicación como articulista de prensa.
Es columnista en medios escritos y ha impartido cursos en las universidades del Valle, Rafael Landívar y como invitada en la Universidad de San Carlos.
Su intensa actividad profesional no le ha impedido dedicarse a la literatura. Sin embargo, admite: “Para mí, escribir ha sido un ejercicio a deshoras, de madrugada, robándole tiempo a la vida… yo estaba criando a mis hijos, estudiando y trabajando. No podía darme el lujo de solo dedicarme a ir de un país a otro y difundir mi literatura”.
A pesar de esas circunstancias que requirieron de ella muchos esfuerzos, señala que no busca victimizarse. “Me siento muy privilegiada, porque en Guatemala, pude ir al colegio, tengo un trabajo y pude aprender muchas cosas. Pero aún para mí, no fue sencillo”, admite.
La escritora asegura que como en todos sus escritos, en Tanto río, hay una historia. “Mis libros no están disociados de mi vida. Quien haga esa partición casi con bisturí, muy pura, yo creo que no se está reconociendo a sí mismo o a sí misma. Para mí, la vida tiene que estar en lo que escribo”, recalca.
La autora, que también cuenta con libros de ensayo, columnas y relatos, asegura: “He escrito cuentos sobre amigas y amigos, sobre mis hermanas, la vida propia y momentos de crisis. Mis libros de ensayo tienen que ver con temas que me gustan e interesan. Adelanta que uno de sus próximos libros tiene relación con su tesis doctoral que versa sobre el cuerpo. Explica que ese interés en particular nació de un recuerdo que por mucho tiempo estuvo bloqueado en su memoria y que resurgió en ella, precisamente cuando estaba haciendo su tesis. ”Ver los cuerpos desnudos amontonados en carretera a El Salvador, cuando así los dejaba en este país”, rememora.
Su manera de concebir su literatura guarda relación con las palabras que alguna vez le dijo su profesor Gustavo Adolfo Wyld. “Él decía ‘si uno, con una lupa, se mete a un poemario o a una novela, se encuentra pistas sobre el autor o la autora’. Si se lee el corpus de mi obra poética que ya son 11 libros, ya podemos encontrar un trazo de mi vida e historia”, asegura.
Comenta que durante una reciente entrevista le cuestionaban acerca de qué les aconsejaría a las nuevas escritoras y ella respondió: “Que sean honestas, que se escriban, que se prueben, que se equivoquen, que no se mientan y que no tengan temor a leer, porque una mujer que opina, una mujer que empalabra los mundos es una mujer que hace existir mundos. Les da vida propia”.

“Para mí es fundamental escribirme, escribir el mundo que veo, las historias que me ha tocado vivir”, asevera. “Cuando empecé a escribir, claro que había pasado por todo el tema de feminismos, de género, de conocimiento de las mujeres, pero no quería que esto se convirtiera en panfleto y, sin embargo, mis primeros escritos tienen que ver con ese deseo de reconocerme mujer y de pertenecer a una comunidad de mujeres y hombres en este país que tienen voz propia, que tienen libertad”, destaca.
“La palabra tiene que ser transparente, estar amarrada a mi vida, a lo que soy, a lo que siento, a lo que pienso y no a lo que está de moda”, recalca. “Nunca he podido participar en guetos de ningún tipo porque creo que los guetos siempre serán el lugar sin el otro o la otra. Hay guetos literarios, feministas, de niñez y yo nunca termino de sentirme totalmente en uno, porque no puedo no pensar por mí misma. Hay guetos que lo que quieren es adoctrinar y a mí la doctrina me sirve para aprender, pero también para pensar”, enfatiza.
Las bases y la diversidad
Tanto en la literatura de Carolina como en su trabajo profesional, se hace evidente un profundo compromiso con la vida, la expresión y los ideales. “Yo tuve la fortuna de crecer en una casa donde se conversaban las cosas de manera diversa”, comenta. Cuenta que uno de sus bisabuelos del lado materno fue quien hizo el primer tratado constitucional. “Era escritor. Tengo sus novelas mecanografiadas… Ese bisabuelo era abogado y se sentaba a hablar por horas con mi padre, que también expresaba sus opiniones”, relata.
Acerca de su madre (Ofelia), refiere que, a los casi 102 años, continúa siendo una gran lectora. Además, comenta, que uno de sus tíos paternos era marxista. “Entonces, en mi casa había un liberal, un marxista, una madre que era más liberal y un padre que era más conservador. Fue un semillero donde se podían discutir las ideas”, comenta. Sin embargo, reconoce que en esos momentos históricos en los que había tanta represión, sus padres siempre les advirtieron: “Todo eso que ustedes oyeron aquí, no lo dicen afuera”.
Aunque indica que, siendo una familia de clase media, sus padres no tenían una gran sala para la biblioteca, sí eran lectores asiduos. “Mi papá tenía muchísimos libros. Entre los últimos estaban Pequeños hombres ante la vida y otro Grandes hombres ante la muerte, de Manuel Iribarren. Además leía muchos clásicos. Mi mamá se iba más por lecturas esotéricas, le gustaba oír música y todo eso fue nutriendo”, expresa.
Otra circunstancia que marcó la vida de Carolina fue ser la menor de cinco hijos. Un hermano mayor y cuatro hermanas. “Cada uno tenía un estilo de música, un gusto por lectura distintos… Esto me permitió observar el mundo, pero al mismo tiempo despertar una conciencia no era usual en el colegio donde yo estudié”, señala. “Esto siempre me hizo sentir que pertenecía pero que no pertenecía, porque siempre estaba como queriendo saber más”.
Además del ambiente familiar y formativo, Carolina también se vio influenciada por los cambios que se vivían durante su formación, tanto a nivel nacional como internacional. “Eran las décadas cuando el mundo empezó a cambiar a lo tecnológico, los primeros viajes a la Luna, Woodstock y Los Beatles, que estaban antes que yo. Fue una época potente”, asegura. Sin embargo, también indica un hecho fundamental: “Mi país estaba la guerra y con eso empiezo mi tesis doctoral. Porque, ¿cómo no contar 626 masacres en una época en la que yo estaba naciendo? y ¿cómo dejar que esto no me influyera?”, se pregunta.
A pesar de que la esperanza se intuye en su literatura, a Carolina, quien es una mujer que siempre está presente en la realidad, los tiempos que se viven también la cuestionan. “Yo quisiera decir que un día un lugar como este (La Alianza) no tuviera que existir. Pero nos hemos expandido en lugar de encogernos, porque la problemática existe”, detalla. La era de la información, que reconoce tiene tantas ventajas y como grandes desventajas, ha propiciado que muchos niños y niñas sean captados por sus depredadores.
Además, apunta, “la tecnología no va a parar. Lo humano se está desdibujando y nosotros estamos en medio de un cambio de paradigma, viendo la transición, a veces dándonos cuenta, a veces, no queriendo ver, pero estamos en medio de un período de incertidumbre profunda y de crisis civilizatoria profunda”. Esto, según la escritora, se evidencia en cómo se están ejerciendo los liderazgos “políticos” de las grandes potencias. Pone como ejemplo, la oferta que Donald Trump hizo de vender visas por US$5 millones a empresarios. “Es un horror, solo de pensarlo… Hace poco venía manejando y me decía, yo no quisiera estar cuando seamos más robots y menos humanos. Y hacia allá vamos”.
En ese contexto, señala la autora, “el amor se ha manoseado mucho, para hacernos creer que por amor tenemos que hacer todas las cosas más desagradables de este mundo en muchísimos casos. Lo digo por los niños y niñas que entran por la puerta angosta y les hacen creer que por amor tienen que vivir horrores inenarrables”. Sin embargo, señala, “el amor entendido en su sentido más profundo es el acto mayor de resistencia para mí”.
Su esperanza se basa en creer que la ternura radical y el amor entendido en su verdadero sentido pueden operar cambios. Aunque dice que no cree en soluciones mesiánicas, si tiene un convencimiento: “Creo que una palabra, un artículo, un libro, una conversación, un buen intercambio de ideas pueden mover cosas”, concluye.
Una mirada hacia adentro
Durante la presentación de Tanto río, que se celebró en la Embajada de México, los asistentes pudieron apreciar radiografías intervenidas con versos, a través de cajas de luz. Y precisamente la imagen de la portada del poemario es una de esas piezas.
La poeta explica que hace muchos años tuvo un accidente y mientras trabajaba en este libro, encontró radiografías que le fueron hechas en ese momento. La idea de convertirlas en algo significativo originalmente nació cuando decidió colocar las imágenes radiológicas en una ventana de su cuarto. Imprimió versos de su libro y los sobrepuso. Todo esto lo hizo por la noche, y al amanecer, la luz del sol proyectó la fusión de las imágenes. En una de esas piezas donde se ve la radiografía de su pelvis se representan su madre, su abuela, su bisabuela y ella misma.




La idea de compartir esa experiencia con cajas de luz llegó después. Estas piezas podrán volver a ser apreciadas durante una segunda presentación de Tanto río, que se celebrará el 23 de abril en el Centro Cultural de España.
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