Así se realizó la restauración de la fachada del Templo de San Francisco

La intervención, que durante dos años ocupó a equipos de tres distintas entidades, representó todo un reto debido a las dimensiones y características de esta iglesia inaugurada en 1851.

Ana Lucía Mendizábal

noviembre 24, 2024 - Actualizado noviembre 23, 2024

Quienes en los últimos dos años han transitado por la 6ª avenida y 13 calle de la zona 1, fueron testigos de los trabajos de restauración que se realizaron en la fachada del Templo de San Francisco. Esta iglesia, que es una de las más grandes del Centro Histórico y que fue construida entre 1800 y 1851, presentaba un evidente deterioro en su parte frontal, provocado no solo los embates normales del tiempo y el clima, sino también por tres fuertes terremotos que dejaron sus huellas en la estructura y apariencia del edificio.  

“La restauración de este bien patrimonial era inaplazable, ya que, por falta de fondos, se habían realizado pocos trabajos de mantenimiento en los últimos 47 años, y se debían tratar los daños que sufrió el edificio luego del terremoto de 1976”, expresó el Aporte para la Descentralización de la Cultura (ADESCA), en su comunicación oficial. 

Vista nocturna de la fachada del Templo de San Francisco ya restaurada.

De acuerdo con el informe de la obra al que tuvo acceso eP Investiga, el proyecto fue presentado en la convocatoria 2022 que anualmente realiza ADESCA. Luego de su aprobación, la ejecución se realizó entre mayo de 2023 y octubre de 2024. El encargado oficial del proyecto fue el Presbítero Fray Julio Enoc Zeledón, Rector del Templo. 

ADESCA hizo un aporte económico total de Q153,090.76, que fueron utilizados en materiales para la limpieza, resanes y pintura de la fachada principal. Además, esta entidad contribuyó con el seguimiento al proceso, y veló porque se siguieran las recomendaciones de conservación, patrimonio y ejecución brindadas por la Dirección del Centro Histórico y el Ministerio de Cultura y Deportes.

El informe también detalla los aportes económicos realizados por la propia iglesia con respaldo de su feligresía. “Se han invertido con aportes de donaciones, rifas y excursiones un total de Q91,323.00. También, se han destinado fondos propios del templo que ascendieron a Q60,476.00 en gastos de materiales, albañiles y material de puerta”, se anota. 

Puerta en proceso de restauración. Fotos: Wilson Ligorría

La Municipalidad de Guatemala realizó la planificación para obtener los permisos ante el Ministerio de Cultura y Deportes. Además, elaboró el juego de planos de restauración, una memoria descriptiva y levantamientos de fotografías y de fotogrametría para la documentación e identificación de daños. La comuna capitalina fue también la encargada de conformar el expediente para aplicar al financiamiento con ADESCA. Además, se designó al arquitecto Wilson Ligorria como encargado de la supervisión de la obra de forma permanente. Hubo cuatro colaboradores fijos que cuentan con experiencia en restauración, trabajando en la obra. Eventualmente se apoyó con cuadrillas de trabajo de hasta 12 personas.

Durante la ejecución, la municipalidad aportó algunos materiales y herramientas. Una técnica restauradora de bienes muebles de la Municipalidad apoyó con las intervenciones artísticas. En los trabajos también intervinieron profesores expertos en carpintería y herrería y sus alumnos de la Escuela Taller Municipal

Alumnos de la Escuela Taller Municipal trabajando en una de las puertas del templo. Fotos: Wilson Ligorría

De acuerdo con los cálculos presentados, en esta intervención se ha invertido más de medio millón de quetzales.

Las mejoras

Ligorría indica: “El proyecto que ADESCA financió incluye únicamente la restauración de la fachada existente”. Señala, que, aunque algunos usuarios de redes sociales les piden que se levanten las torres que tenía la construcción original, esto no forma parte del proyecto, debido a que esas torres ya no formaban parte del conjunto arquitectónico, luego de la reconstrucción que debió hacerse posterior a los terremotos de 1917 y 1918.  “El Instituto de Antropología e Historia que pertenecía al Ministerio de Educación, planteó una reconstrucción para el templo que ya no incluía las torres que normalmente se ven en las fotos antiguas de la primera edificación, inaugurada en 1851”, explica el encargado. 

Los planes de restauración anteriores fueron planteados en los años 70 de siglo pasado, y coincidieron con la declaración del templo como Patrimonio Cultural de la Nación. Sin embargo, aunque se hicieron algunas intervenciones no se lograron grandes avances y la situación para el templo empeoró con el terremoto de 1976. 

Los trabajos realizados entre 2023 y 2024 incluyeron la remoción de capas de pintura acumulada en rostros de esculturas exteriores de muro y la pintura de la última capa aplicada que presentaba deterioro y humedad. En las cornisas se liberaron los entablamentos de material pulverizado, humedad y excremento. Se inyectaron las grietas encontradas y se rellenaron las áreas en dónde se retiró el acabado.

Tallado de molduras en parapeto. Fotos: Wilson Ligorría

Se realizaron resanes (reparación de imperfecciones o daños como agujeros, grietas o desgastes) y se aplicaron repellos en muros, relieves, columnas, pilastras y elementos decorativos. Se reconstruyeron elementos decorativos como esculturas y jarrones, se aplicó pintura nueva en las fachadas y otros elementos. También se repararon las puertas y las ventanas. 

Antes de empezar con la consolidación de las esculturas se documentó el estado en el que se encontraban. Fotos: Wilson Ligorría

Los grandes retos

Enfrentarse a un proyecto como este fue un desafío para los equipos de expertos que intervinieron, debido a la importancia histórica y patrimonial de la iglesia, además de sus grandes dimensiones. Ligorria destaca el valor arquitectónico de la edificación que representa las transformaciones estilísticas de la época en la que fue edificada. “Cuando se construyó el templo en la Nueva Guatemala, fue una de las expresiones más puras del estilo neoclásico en la arquitectura religiosa que se quería implementar en la nueva ciudad”. 

El experto refiere, además, que fue muy notable el cambio entre el estilo arquitectónico en relación con la Iglesia San Francisco El Grande, en la Antigua. “El estilo neoclásico maneja formas mucho más simples con menos decoración, En él ya no existen fachadas retablo, ni curvas. Es algo mucho más elegante”.  Señala que cuando el templo original se destruyó con los terremotos de 1917 y 1918, “la reconstrucción fue posible porque los elementos principales no se destruyeron”. 

Vista de la fachada restaurada. Fotos: Wilson Ligorría

Los daños que debieron enfrentarse ahora fueron debido al deterioro por falta de mantenimiento, por los efectos naturales de la intemperie y el paso del tiempo. “No había una pérdida absoluta de los elementos principales. Era posible una reintegración volumétrica que fue lo que se hizo y una reconstrucción de algunos de los elementos”, afirma. “Seguir el estilo arquitectónico neoclásico fue una de las cosas más sencillas, porque los elementos son bastante fáciles de replicar… Lo que se hizo fue resanar, reconstruir porque todo tenía lectura todavía”, admite.

Antes y después de elementos decorativos en la fachada. Fotos: Wilson Ligorría

En cuanto al trabajo realizado en las esculturas que se encuentran en la fachada, algunas de ellas “se caían al tacto y por el deterioro han perdido la mayoría de sus facciones en cara, manos y pies, sobre todo dedos, narices, barba”, expresa el arquitecto. Lo que se hizo fue la consolidación, que implica detener el daño. Afirma que, aunque en este proyecto no se incluyó la reconstrucción, sí existe una propuesta teórica para realizarla “si se autoriza y el presupuesto lo permite”. 

Antes y después de la escultura de Elías. Fotos: Wilson Ligorría

Ligorría detalla que, al momento de la evaluación, los expertos identificaron las huellas de intervenciones anteriores.  “En el caso de elementos como las hojas que decoran las columnas, se logró identificar cuáles eran las piezas originales y esas se usaron para replicar las hojas que trabajamos”. detalla. “En el caso del escudo y de las guirnaldas, cuando subimos a los andamios a ver el estado de estos elementos nos dimos cuenta de que esas piezas habían sufrido diversas intervenciones, muchas de ellas con cemento, lo cual es inadecuado, porque el cemento y la cal viva no son compatibles. Lo que hace el cemento es jalar el material original y destruirlo”, añade el experto, quien indica que, a pesar de eso, hubo características que se mantuvieron y que permitieron recrearlas.  

Prueba de instalación de las hojas ya restauradas.

“Muchas personas se acercaban a nosotros a decir que no podíamos usar elementos modernos, porque el templo es antiguo”, cuenta Ligorría. Sin embargo, explica que el edificio tiene una cronología de intervenciones que se hicieron en ciertos momentos y que tienen por lo menos 40 años y no se pueden retirar.  Hay que irse adaptando a las características del estilo arquitectónico original y también a las características de los sistemas constructivos que se fueron identificando. “Encontramos cemento, concreto, hierro y piedras de río, que uno creería no forman parte de la arquitectura original, pero ya están ahí y cumplieron la función”, expresa.

En las imágenes puede apreciarse el cambio de elementos decorativos del templo, luego de la intervención. Fotos: Wilson Ligorría

Ligorría anota que, en cuanto a los criterios de restauración, existe una jerarquía de intervenciones y la última que se da es la réplica de elementos. Solo se utiliza cuando ya no hay manera de rescatar una pieza. “En arquitectura patrimonial replicar no es lo más adecuado. Se plantea cuando la pieza tiene un deterioro irreversible. Cuando ya no se le puede devolver su volumetría original a través de simples resanes”. Añade que el criterio que se utilizó en el templo fue la practicidad porque en algunos casos ya no había elementos originales. 

Pruebas de instalación de hojas en piñas decorativas. Fotos: Wilson Ligorría

Una ventaja con la que contaron los equipos fue que el templo es simétrico como la mayoría de las iglesias católicas en Guatemala. Esto permitió replicar algunos elementos con más fidelidad.  “Puede que del lado norte ya no existía el elemento, pero del lado sur sí, entonces replicamos con sistemas constructivos compatibles con los originales”, señala. 

Talla a mano de guirnaldas. Fotos: Wilson Ligorría

Para ser lo más precisos posible en cuanto a la elección de materiales, se realizaron estudios científicos. “En el caso de las esculturas, la persona que estuvo a cargo hizo algunas pruebas de laboratorio en una empresa de materiales de construcción y esos resultados nos arrojaron la composición química a través de la tabla periódica. Esa mezcla era muy parecida a la de los muros, las hojas y las cornisas”, refiere el experto. “Esos resultados nos indicaban a nosotros cual debería ser la composición ideal compatible para cada uno de los elementos. La cal hidratada y la cal viva nos daban las mismas características químicas, entonces se usó la cal hidratada. Así se fueron definiendo las proporciones, cuánto de cal, cuánto de arena blanca, cuánto de amarilla. Cuanto de algunos aditivos”, detalla. 

Desafíos y cuidados

En los procesos que se realizan entre diversos equipos, uno de los grandes retos es precisamente la integración de visiones y objetivos. Ligorría admite que, a la hora de la ejecución, es complejo manejar a distintas instituciones. Además de los desafíos administrativos, en cuanto a la ejecución de los trabajos hubo retos físicos bastante desafiantes.  “Cuando uno menciona la palabra fachada, creería que es un muro liso, pero la dimensión de los elementos que se restauraron es impresionante. Una hoja es de 1.10 metros”, explica. Señala que uno de los principales retos es la accesibilidad a esos elementos porque al acercarse a la fachada, “uno ve muchos volúmenes que salen, que entran, que se van a la izquierda o a la derecha. Están a una altura de 20 o 25 metros”. 

Alcanzar cada uno de los elementos que debieron ser restaurados requirió de uso de andamios que debieron ajustarse a distintas alturas. Fotos: Wilson Ligorría

“Al inicio armamos los andamios pegados a la fachada y conforme fuimos subiendo nos dimos cuenta de que la cornisa sale 1.30 metros. Lógicamente no podíamos seguir subiendo con los andamios. Tuvimos que retirar los andamios, que son sumamente pesados y para movilizarlos nos tardamos dos semanas con el poco personal que teníamos”, cuenta. 

Dudas, críticas y redes sociales

“Nosotros como Municipalidad y Patrimonio Cultural, en ningún momento hemos sido herméticos con el tema del proyecto. Tenemos una exposición, tenemos publicaciones en redes sociales”, asevera Ligorría.  Indica que, incluso, llegó a conversar con expertos en restauración que se acercaron a brindar opiniones válidas. Sin embargo, comenta: “el problema de personas que solo llegan y publican críticas en Facebook. No se acercan a nosotros a preguntar”. Comenta que, en algún momento, cuando se tenían que mover los andamios, hubo quien veía que no había avance en la restauración y les llegó a tildar de “lentos”. 

Mirada al futuro

Las mejoras realizadas por esta restauración subsanan algunas de las necesidades del templo. Sin embargo, como señala Ligorría, hay otros aspectos que requieren de ingeniería especializada. “Nunca se evaluaron los daños estructurales después de los terremotos porque Guatemala es un país que no está libre de sismos fuertes y es un templo monumental”. 

Añade que como Municipalidad ya se tiene previsto trabajar en los muros laterales de la 13 calle, por lo menos lo que compete a la construcción original. “Tenemos el material listo para empezar esa parte y seguimos trabajando en la planificación de una restauración integral que incluya todos los elementos, que son procesos a mediano plazo”, expresa.

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