Arturo Arias, su literatura y la difusión de las letras latinoamericanas en Estados Unidos

Además de ser un galardonado novelista y crítico literario, ha sido pionero en la difusión de la literatura centroamericana e indígena en las aulas de prestigiosas universidades estadounidenses. Este año, en la Ciudad de Guatemala, le será dedicada la 53ª. edición de la Feria Municipal del Libro.

Ana Lucía Mendizábal

noviembre 24, 2024 - Actualizado noviembre 23, 2024

Luego de terminar un doctorado en París en 1979, Arturo Arias estaba listo para volver e integrarse al ámbito académico de Guatemala. Sin embargo, sus planes de establecerse en su tierra natal se detuvieron abruptamente con la quema de la Embajada de España en 1980. “Me quedó clarísimo que no me podía quedar en Guate”, señala el escritor a quien le será dedicada la 53ª. edición de la Feria Municipal del Libro que se celebrará en diciembre próximo. 

Aunque en ese tiempo, el escritor no estaba vinculado a ningún movimiento político, el ambiente represivo instalado en el país no iba a ser propicio para el desarrollo de su trabajo intelectual, por lo que decidió irse a vivir a México. “Allá tuvo mucha repercusión lo que estaba pasando en Guatemala y se portaron muy generosos, no solo conmigo, sino con gran cantidad de gente”, reconoce. 

Gracias a su ya amplia formación académica y la trascendencia que habían alcanzado sus escritos, Arturo obtuvo un puesto como docente en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Sin embargo, la distancia física no significó su desvinculación con su país, ya que como señala: “mi obsesión siempre había sido Guatemala”. 

Durante su estancia en México, la realidad de la violencia que sufría la población guatemalteca se hizo más contundente. En ese tiempo, visitó campos de refugiados. “Fue como meterme a fondo no solo en el horror del genocidio, sino, también conocer la realidad de los refugiados. Colaboré incluso alojando a algunos de ellos en mi propia casa en Ciudad de México. Fue meterme completamente en eso como persona, como profesor universitario y como escritor”, relata. 

Una novela con raíces

La conciencia de las difíciles condiciones sociopolíticas del país que lo vio nacer en 1950 estuvo siempre muy clara. Arias cuenta que su padre fue funcionario en la Corte Suprema de Justicia durante los gobiernos de Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz. Aunque no tenía un puesto alto, con la caída del segundo gobierno de la revolución, se quedó sin trabajo. “Para él fue un trauma muy fuerte, entonces a mí me marcó desde siempre, como a mucha gente, la historia del país”, admite. 

La semilla que las experiencias familiares había plantado en la conciencia de Arturo fructificó en su quehacer literario. Su primera novela, Después de las bombas, que escribió entre 1975 y 1979, cuenta la historia de un niño que, como él, crece en el seno de una familia profundamente afectada por los sucesos de 1954. Aunque, como indica, esta primera novela es ficción, tiene que ver con lo que había vivido hasta su adolescencia y hay experiencias ahí plasmadas que perduran, porque como indica, «no existe ninguna obra de ningún autor que no tenga elementos autobiográficos, pero uno los modifica. No es solo la experiencia vivida, sino las emociones. Por ejemplo, yo todavía sigo escribiendo y pensando en amigos íntimos que murieron a principios de los 80 que quise mucho. Eso no desaparece nunca. Son como esos fantasmas que lo rodean a uno siempre y que se vuelven a reencarnar y reaparecen en mis novelas más importantes».

“Mentiría si dijera que, a los cuatro años, entendía lo que había pasado, pero lo que sí entendí era la depresión de mi padre al quedarse sin trabajo y la angustia de la familia ante la incertidumbre”, cuenta. Esas vivencias y sentimientos hicieron que, al momento de sentarse a escribir, Arturo decidiera hacerlo desde la perspectiva de un niño que empieza a entender el mundo después de 1954. En la trama de su novela, “lo que pasó entre 1944 y 1954 no deja de ser un misterio, porque no se habla de eso en la casa, ni se dice por qué al papá le dolía lo que había pasado, hasta que el niño comienza a entender y eso lo lleva a reaccionar e intentar a hacer algo”, describe.

Después de las bombas, que también es la obra elegida para reeditarse como parte del homenaje que se le hará a Arias en la Feria Municipal del Libro, fue publicada por primera vez en México en 1979. Arturo cuenta que mientras estudiaba su doctorado en París hizo contacto con varios escritores guatemaltecos y en 1976, cuando volvía a Guatemala para vacacionar, conoció en México a Alaíde Foppa, quien se entusiasmó al leer lo que hasta el momento había escrito y le dijo: “esto hay que publicarlo en México” y, posteriormente, ella mismo hizo la conexión con la editorial Joaquín Mortiz, que accedió a publicar.  La nueva edición de esta obra estará a cargo de F&G Editores.

La misión en aulas estadounidenses

Arturo se encontraba bien integrado al ámbito académico mexicano. Sin embargo, con el tiempo llegó una nueva oportunidad que tuvo sus raíces en su tesis de doctorado, que versó sobre la obra de Mario Monteforte Toledo y que había ganado el Premio de Ensayo de Casa de las Américas, en Cuba en 1981. “A raíz de ese trabajo me invitaron en 1987 a la Universidad de Texas como profesor visitante”, cuenta. 

Esa invitación se convirtió en la entrada al ámbito universitario de los Estados Unidos. “Yo, que llegaba como escritor y como profesor de literatura latinoamericana contemporánea, me di cuenta de que en los Estados Unidos prácticamente no existían los estudios de las letras de América Latina”. Durante una conferencia, Arias hizo una broma que ilustró el panorama que encontró en aquellos años: “Dije que, si hiciéramos un mapa de América Latina, basado en los estudios de los departamentos de literatura de las universidades de allá, la frontera de México toparía con la frontera de Colombia porque saltaban del estudio de literatura mexicana al estudio de García Márquez, sin que existiera para nada Centroamérica”. 

Señala que los departamentos de literatura en español en las universidades de Estados Unidos se crearon en los años 1930 y se regían por ideas muy conservadoras, provenientes de escritores españoles muy tradicionales.  “Solo iban colándose figuras latinoamericanas con cierto prestigio, que ellos pensaban que no eran ‘relajientas o subversivas’”, anota.

El panorama comenzó a cambiar en los años 1970, cuando debido a la represión que se vivía en gran parte de los países de la región, llegaron como exiliados intelectuales de países como Chile, Argentina, Uruguay y otros. Entre ellos, precisamente llegó Arias. Uno de los cambios que fue perceptible en las aulas en esos tiempos fue que la mayoría de los docentes ya no eran españoles sino latinoamericanos. 

A pesar de que ya se percibía algún avance, persistían algunas limitantes. Según subraya Arias, los profesores en Estados Unidos solo tomaban en cuenta a los integrantes del llamado Boom latinoamericano, que incluía a García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, José Donoso y Carlos Fuentes, sin prestar atención a sus antecesores. “El doctor Gerard Martin señala que no habría habido Boom latinoamericano sin los autores de los 40, de los cuales, para él, el favorito era Asturias, pero incluye también a Alejo Carpentier y Juan Rulfo, entre otros”, anota Arias. 

El desconocimiento de la literatura centroamericana en los ámbitos académicos estadounidenses hizo que Arturo decidiera meterse a fondo a darla a conocer a sus estudiantes. En ese empeño, contó con el apoyo de otros profesores universitarios latinoamericanos como el peruano Antonio Cornejo Polar, que era docente en Berklee y sentía que, en ese momento, tampoco se hablaba de lo peruano, boliviano y andino en general. 

Arias también fue testigo de cambios importantes. La migración dejó su huella bien impresa en los campus. “En los años 1980, casi no había ningún centroamericano en las universidades. A partir de los 2000, la cantidad era enorme, al punto que el último lugar donde yo trabajé hasta la pandemia fue la Universidad de California, en Merced, que fue el campus nuevo que construyeron por la abundancia de estudiantes latinoamericanos. El 98% de los alumnos eran de origen latinoamericano y de ellos, más del 80% centroamericanos”, agrega. 

El literato cuenta que, en una universidad del sur de California, a la que fue invitado como conferencista, los estudiantes le contaron que cuando ellos llegaron, no había nada sobre Centroamérica y ellos formaron una sociedad de estudiantes centroamericanos y exigieron que se les dieran cursos sobre la región. “Se fue abriendo el interés y facilitó que se comenzara a estudiar literatura, historia, sociología y antropología de la región. Fue un factor decisivo”, señala. 

A finales de los años 90, cuando el periodista David Stoll cuestionó a Rigoberta Menchú por el contenido de su libro, Arias presentó, en inglés, La controversia de Rigoberta Menchú (The Rigoberta Menchú Controversy) (2000), que contribuyó a despertar el interés de las universidades por la literatura indígena latinoamericana. A partir de entonces se empezaron a valorar los trabajos de otros autores. “Se tradujo a Víctor Montejo, a Luis de Lión y a enseñar sus textos en los cursos”, señala. 

Los esfuerzos realizados por Arias tuvieron buenos resultados. “Me enorgullece decir que, en la actualidad, si llegara cualquier guatemalteco a un departamento de literatura en una universidad en los Estados Unidos y dijera ‘quiero trabajar sobre literatura centroamericana’, le dirían: ‘aquí tenemos al profesor fulano de tal o a la profesora mengana de tal y puede hacerlo’, mientras que antes le hubieran preguntado: ‘¿existe la literatura en Centroamérica?’”, ejemplifica.

Arias está consciente de que los avances a los que él contribuyó en los campus universitarios estadounidenses, podrían verse amenazados con la llegada de Donald Trump al poder. Sobre todo, por el discurso racista, machista y supremacista que ha promovido en su campaña.  “Lo mejor que podría pasar es que ya no hubiera ningún progreso y que se quedara paralizado. Lo peor sería que empezaran a reprimir o a expulsar población latina, que se ataque a la población africana americana”. Estos temores se ven reforzados con los discursos que se han proyectado. “La retórica contra la mujer es brutal, contra la población gay-lésbica es brutal y podría haber ahí medidas agresivas como cortar programas. Ahorita solo podemos especular, pero ciertamente, está en el horizonte y podría ser un retroceso”, advierte el escritor. 

Las obras y los premios

La producción literaria de Arturo Arias incluye varias obras que han sido reconocidas a nivel internacional. Su segunda novela Itzam Na, que fue publicada en 1981, ganó el Premio Casa de las Américas de novela en Cuba.  Arias describe ese trabajo como “bastante experimental”. Cuenta que dentro del jurado del galardón se encontraban escritores como Eduardo Galeano y Claribel Alegría, quienes le contaron, después, que otros jueces más conservadores se asustaron por el estilo que él describe como “tan loco, tan medio hippie” que le había impreso a la novela. Pero ellos lo calificaron como «genial» porque era exactamente lo que se trataba de hacer en ese momento, a principios de los 80.

Su tercera novela Jaguar en llamas aborda, de una manera fantasiosa, la historia de Guatemala, desde la llegada de los españoles hasta principios del siglo XX. “Era como un mal sueño y los sueños no son coherentes, y así armé la novela de una manera muy fantasiosa”, explica. En 1990, este libro ganó el premio Ana Seghers para la mejor novela extranjera que se entrega en Alemania. Refiere que el año pasado se enteró que Ana Seghers había vivido durante el nazismo exiliada en México y su hija nació en México y fue ella quien se había enamorado de la novela y la había recomendado al jurado. 

En 2002, publicó Sopa de Caracol. El autor refiere que si bien, esta no ganó un premio por sí misma, sí fue determinante para que el Consejo Superior de las Letras decidiera otorgarle el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias. Posteriormente el escritor dio a conocer otras dos novelas: Arias de don Geovanni, en 2010 y El precio del consuelo, en 2017. Ambas editadas por F&G Editores. 

Luego de casi cuatro décadas de trabajo en las universidades estadounidenses, con la llegada de la pandemia, Arturo Arias y su esposa, también profesora, decidieron jubilarse y venir a vivir a Guatemala. Compraron una casa a donde también llevaron a vivir a la madre de él que tiene 101 años. Todos estos cambios le han tenido muy ocupado. «El primer año se nos fue como agua entre los dedos reubicándonos acá», dice. Por esa razón, no fue sino hasta en este 2024 cuando Arias volvió a establecer conexiones con sus colegas.

En los últimos meses ha participado en varias actividades en el marco de la declaratoria del Año de Miguel Ángel Asturias, decretado por el presidente Bernardo Arévalo, de quien también señala es amigo personal.  «Como también yo he trabajado mucho a Asturias, he participado en los eventos».

Refiere que la noticia del reconocimiento que se le hará en la Feria Municipal del Libro le llegó a través de su amigo, el también escritor Adolfo Méndez Vides. «Me tomó por sorpresa porque uno trabaja tanto como escritor como profesor en lo que siente que tiene que hacer y es siempre sabroso cuando se reconoce ese esfuerzo», admite.

En la actualidad, trabaja ya en su próxima novela, de la cual adelanta el título que será Los resabios de los sueños.  “Ni siquiera sé si va a ser una novela corta o no. Tratará de toda la historia de Guatemala. Tendrá como 10 personajes principales, entre los cuales habrá un personaje militar, un oligarca, personajes mayas y guerrilleros. No es un libro de historia, sino personajes que viven en diferentes momentos. No creo terminarla antes de un par de años”, concluye.  

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