Alfredo Maqueny, sus dioramas y las miniaturas de Ilobasco

Alfredo MacKenney, luego de vencer la tentación de estudiar arqueología, se formó como médico, profesión que ejerció durante décadas. Pero su espíritu inquieto le llevó a tomar las cámaras de cine y fotografía y comenzar a registrar la cultura tradicional popular de Guatemala.

Édgar Barillas     octubre 6, 2024

Última actualización: octubre 5, 2024 7:03 pm

Allá por 1940, dice el arquitecto Guido Ricci, Alfredo Maqueeny tomó la decisión de hacer unos dioramas sencillos (se utilizará el término como sinónimo de maqueta); Guido y Alfredo tendrían poco más de diez años. Para animar las representaciones, Maqueny utilizó unos sapillos (anfibios de pequeño tamaño) disecados que obtenían con Ricci en el río Los Batanes, cerca de Quetzaltenango, al occidente de Guatemala. Un diorama, por ejemplo, era una plaza de toros con su arena, sus graderíos y palcos; los toreros, la cuadrilla, los rejoneadores y el toro, todos eran sapillos decorados. Temas predilectos eran los juegos de feria, como la Rueda de Chicago; todos los dioramas ambientados con los pequeños anfibios disecados. Con esas manualidades, dice Ricci, Alfredo conoció el uso de materiales como maderas, plásticos, látex y especialmente el yeso. Al realizar dichas tareas, intuitivamente supo de diseño, espacios, contrastes (luces y sombras), composición, textura, color (Ricci, 2024).

Hacia la década de 1950, Alfredo MacKenney conoció el sitio arqueológico Zaculeu, ubicado en el departamento guatemalteco de Huehuetenango; el sitio había sido reconstruido por la compañía bananera United Fruit, en una interpretación que generó mucha polémica. Alfredo se enamoró del lugar y pensó, según recuerda Guido Ricci, que se podía hacer una representación tridimensional de Zaculeu y de los demás sitios arqueológicos del país. De esa cuenta, al comenzar con las labores de maquetación de Zaculeu, aprendió -siempre intuitivamente- de escalas, proporciones y curvas de nivel; trabajó pues, no solo espacios sino también altimetrías. Para el arquitecto Ricci, algo que diferencia a los dioramas de MacKenney de los actuales trabajos en 3D, es que estos últimos “no tienen alma” (al ser parte de una reproducción mecánica, perdieron la “auricidad”, de acuerdo a la famosa formulación de Walter Benjamin). Las representaciones de Alfredo MacKenney son obras originales, irrepetibles, tienen alma (Ricci, 2024).

Acrópolis norte de Tikal con el templo del Gran Jaguar y el templo 2 a los extremos. Casa de la familia MacKenney Egurrola.

“Yo empecé haciendo maquetas chiquitas que las mantenía en la casa recuerda Alfredo MacKenney en una entrevista realizada por Ricardo Contreras el 17 de febrero de 2016 pero en esa época mi gran amigo Luis Luján, que se había ido a estudiar arqueología a México y regresó para ser director del Museo de Arqueología, me propuso hacer una maqueta no solo de la plaza mayor de Tikal como era mi idea, sino de un área más grande. Cuando la maqueta ya medía seis metros de largo por tres y medio de ancho, Luis, alarmado, dijo que parara ahí porque si no, la maqueta no cabría en ningún lugar” (Contreras, 2016). Con el tiempo, Alfredo MacKenney llegó a elaborar dioramas de Tikal, Uaxactún, Ceibal, Piedras Negras, Nakúm, Topoxté, en Petén; Zaculeu (que fue la primera completa), en Huehuetenango; Quiriguá (Izabal); Cahuinal y Cahyup, (Baja Verapaz), Iximché (Quiché), etc. Estos dioramas se pueden apreciar en el Museo Popol Vuh, principalmente.

Alfredo MacKenney, luego de vencer la tentación de estudiar arqueología se formó como médico, profesión que ejerció durante décadas. Pero su espíritu inquieto le llevó a tomar las cámaras de cine y fotografía y comenzar a registrar la cultura tradicional popular de Guatemala; sus imágenes aún siguen sorprendiendo por ir más allá de las postales turísticas y las publicaciones superficiales. Siendo muy joven, con sus compañeros de estudios y aventuras (como Guido Ricci), escalaba montañas y buscaba accidentes geográficos desconocidos para la mayoría de la población guatemalteca; así comenzó su otra gran pasión: los volcanes, en especial, el volcán de Pacaya, coloso en permanente actividad eruptiva, uno de cuyos conos lleva su nombre. Hombre de corazón inquieto, Alfredo MacKenney fue más allá de la medicina y exploró las artes, el coleccionismo y dejó un legado patrimonial de primer orden.

Escena cotidiana en ciudad maya. Maqueta de Alfredo MacKenney.

Alfredo MacKenney y las miniaturas de Ilobasco

Alfredo y su esposa Luz fueron al mercado central de la Ciudad de Guatemala un día cercano a la Nochebuena (Egurrola de MacKenney, 2024). En la sección de artesanías encontraron las “gallinitas” de cerámica que al levantarlas se descubrían unas miniaturas de carácter erótico (estas miniaturas también son conocidas en Guatemala como “picardías”). “Este es el tamaño que necesito para mis maquetas exclamó MacKenney, emocionado. Mire, ¿en dónde las compran?”. La respuesta fue que las traían de El Salvador, pero que “tal vez fulanito sepa dónde las compran”. Alfredo y Luz fueron de puesto en puesto de los que tenían miniaturas, averiguando la procedencia exacta del producto y explicando cómo las querían. Encontraron a una señora que les indicó que las pedían o las iban a encargar a Ilobasco, Cabañas, El Salvador. La vendedora les dio la dirección y el teléfono de doña Isaura Apontes, creadora de miniaturas del centro artesanal salvadoreño. En aquel entonces, para hacer una llamada al extranjero había que ir al correo y pedir una comunicación, esperar, esperar y esperar, hasta que contestaban en el otro país. Doña Isaura, al atender la llamada, le pidió que le enviara una carta explicando cómo quería las miniaturas. “Las quiero, tantos de pie, tantos sentados, tantos de rodillas, solo con calzones, pero no pornográficas”, dijo un Alfredo sonriente (Egurrola de MacKenney, 2024).

Enviaron la carta con las indicaciones de las miniaturas que se necesitaban a Rolando Ortiz, amigo que residía en El Salvador. Rolando fue a Ilobasco a buscar a doña Isaura. Ella se puso feliz de que le hicieran un pedido tan grande: eran miles y miles de piezas. “Ah, si me va a pedir más, entonces le voy a dar fecha para cuándo se las tengo”, dijo la artesana. Ortiz fue a traer las piezas a Ilobasco, pero no las contaron sino confió en la honradez de la vendedora. En otras ocasiones, fue el propio MacKenney quien fue a traer las miniaturas a Ilobasco. “Hágamelas sin ojitos le dijo —, porque de lejos no se ve si tienen o no tienen ojitos”. “Pues mire, lo mismo le voy a cobrar si tienen ojitos o no los tienen”. “Entonces, póngales ojitos. Y así se concertó un nuevo pedido”.

Miniaturas sin colocar en maquetas.

A las miniaturas Alfredo las vistió, le puso plumaje o bien lo necesario para representar los distintos cargos, oficios, clases. “Es pura imaginación dice Luz. Los morralitos, por ejemplo, los hacía de gaza con una piedrecita adentro. A veces pedía ayuda a las enfermeras que trabajaban con él para que hicieran morralitos para sus personajes”. Es posible imaginar la dificultad, la habilidad y la paciencia para hacer la vestimenta y los accesorios de los personajes, dado que su tamaño es de alrededor un centímetro de alto. Al igual, para los acabados de las maquetas, utilizaba su imaginación: las escaleritas con palitos de las “colas de quetzal” o de caña brava seca. En la actualidad, Luz de MacKenney se dedica a colocar vestuario y accesorios a las miniaturas para completar algunas maquetas.

En la maqueta de la construcción del templo en el área sur de la acrópolis norte de Tikal, MacKenney creó una secuencia impresionante por lo detallado de la construcción de la edificación. Comenzó desde la cantera, siguió con el acarreo de los materiales más pesados, su elevación, talla, decoración y, en el fondo, ubicó a los trabajadores de la construcción; no faltó el detalle de la elaboración del estuco (MacKenney, 2024b). 

Miniaturas en un palacio de Piedras Negras. Maqueta de Alfredo MacKenney.

Apuntes finales

Alfredo MacKenney falleció el pasado 13 de julio de 2024, dejando una impronta en todos los campos en los que desempeñó: medicina, andinismo, ciencia, investigación, patrimonio prehispánico, documental cinematográfico, fotografía y vulcanología. Aunque su labor es reconocida tanto nacional como internacionalmente (Cfr. Escalón, 2021), al tener tantas facetas como creador, muchas de ellas son poco conocidas o completamente ignoradas.  En referencia a sus maquetas, durante el homenaje que la Academia de Geografía e Historia de Guatemala le rindió el 22 de mayo de 2024, Alfredo MacKenney narró con palabras entrecortadas por la emoción: 

“Cuando empecé a hacer las maquetas, las llevaba al museo (de Arqueología y Etnología) y entonces mi felicidad era… que había un grupo de gente apreciándolas”.

La modestia que siempre acompañó a MacKenney fue siempre proverbial. En su casa nos contó sobre las miniaturas de Ilobasco que dan vida sus maquetas; quedamos en hacerle una entrevista sobre el tema. Ya no fue posible, pues su partida lo impidió. Luz, su esposa y Tono, su hijo, nos dieron mucha de la información que trasladamos en este texto. Descanse en paz Alfredo MacKenney.

Referencias

  • Contreras, R. (Director). (2016, febrero 17). Entrevista a Alfredo MacKenney (1-4) [UHD]. Archivo de la Imagen IIHAA.
  • Egurrola de MacKenney, L. (2024, septiembre 9). Entrevista a Luz Egurrola de MacKenney [Entrevista]. Archivo de la Imagen IIHAA.
  • Escalón, G. (Director). (2021). Laberintos [Documental; 4k]. Archivo de la Imagen IIHAA.

Édgar Barillas es Doctor en Conservación del Patrimonio, investigador de la historia del cine guatemalteco y realizador de documentales educativos y culturales. Acaba de publicar “Imaginar la Suiza Tropical. El papel del cine guatemalteco de ficción en el imaginario social del siglo XX (1949-1986)”.

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