Los virus de la razón

Raúl de la Horra     mayo 4, 2024

Última actualización: mayo 3, 2024 5:52 pm
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La semana pasada hablé del fenómeno conocido con el nombre de “hipnosis” para desarrollar una posible explicación psicológica de cómo, sobre todo en nuestra época de tecnologías cada vez más intrusivas e incontrolables, flotan en la sociedad gran cantidad de “virus mentales” cargados de ideas irracionales, de creencias falsas y de premisas equivocadas sobre la vida y sobre los seres humanos. Estos embriones cognitivos invadirán y parasitarán las mentes que han sido emocionalmente fragilizadas por circunstancias diversas, de suerte que las capacidades de discernimiento y de verificación de las víctimas sobre las supuestas verdades que anidan ahora en sus cabezas son inoperantes, haciendo honor al dicho que afirma que el ojo es incapaz de verse a sí mismo, o lo que es lo mismo, nos resulta imposible por nosotros mismos, tomar conciencia de que nos están idiotizando.

Goya, el famoso pintor español del siglo XVIII, fue uno de los que intentó expresar en su obra que, cuando la razón se adormece, aparecen las visiones fantasmagóricas y las alucinaciones con seres monstruosos salidos de la oscuridad. En el caso que nos ocupa, el contenido de los virus y bacterias mentales que cualquiera de nosotros puede atrapar o ya ha atrapado a través de la familia, la escuela o los medios de comunicación, está compuesto por embriones básicos que yo clasificaría como monstruos o creencias, supuestos y premisas falsas que se expresan condicionando nuestra visión del mundo, nuestra imaginación, nuestros pensamientos y emociones, así como nuestros comportamientos.

Por ejemplo, algunos de los parásitos que anidan en nuestros cerebritos producen huevos perniciosos como estos: La idea de que el individuo, su fuerza de voluntad y el espíritu de competencia son la base proteica de la sobrevivencia y de la sociedad, cuando la ciencia y la experiencia muestran que es al revés, es la sociedad y el espíritu de cooperación la base posibilitadora del surgimiento del individuo. La suposición de que hay religiones verdaderas y otras falsas, y que existe un dios-persona que tiene favoritos elegidos y por eso su amor es cruelmente condicionado. La convicción de que hay tribus, razas, clases sociales, países y sexos superiores, y de que es normal que los fuertes dominen, colonicen y exploten a los débiles.

También, la premisa de que lo importante en el mundo es tener y no ser, y que es el dinero lo que dignifica a los humanos, cuando lo que en verdad dignifica y da valor esencial es el trabajo. El sentimiento de que hay que ser aceptado y estar en consonancia con la mayoría, o con los poderosos, o con los que gobiernan, para no sentirnos solos y discriminados. El presupuesto, tan extendido, de que la fuerza y el egoísmo son siempre más rentables que la bondad y la generosidad. La falsa idea de que el modo de producción capitalista es imperecedero y de que se trata de un sistema virtuoso, cuando ha demostrado, con el tiempo, que se trata de un sistema fundamentalmente perverso. De suerte que estamos tan hipnotizados, tan sugestionados, tan amaestrados a pensar con esas categorías que vengo de mencionar, nos han inoculado tantos virus e ideas supuestamente incuestionables que conforman la vestimenta de nuestra identidad, que ya no podemos imaginar otra cosa que lo que imaginamos, y cualquier cambio o posibilidad de cambio nos produce una increíble inseguridad, para gloria y gozo del poder o de los poderes que nos contemplan y manipulan.

 Y esa es la clave que explica nuestra falta de flexibilidad tanto intelectual como psicológica y nuestro fanatismo, la incapacidad que tenemos para pensar en otras categorías, más en sintonía con la realidad, la dificultad que mostramos para cuestionar e indagar, para instruirnos, para descubrir y experimentar otras experiencias, otras verdades, otras posibilidades de vida. El miedo, el terror a romper nuestro precario y falso equilibrio interno, los temores a desnudar nuestra falsa conciencia y nuestras falsas certezas hechas de falacias y de prejuicios a las que nos aferramos como muletas para caminar sin tropiezos por la existencia, son la clave que justifica nuestros sentimientos de odio y de venganza hacia el prójimo, por una parte, y nuestra incapacidad de percibir y de ser sensibles hacia los que sufren pobreza, oprobio, injusticia, discriminación, desprecio, despojo, prisión, persecución y asesinato. Nuestras torpes y falsas convicciones, junto con nuestros miedos, sellan el estado de idiotismo y deshumanización galopantes que hoy en día reinan aquí y acullá.      

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