¿Qué pasó realmente el 15 de septiembre de 1821?

Las narrativas falaces acerca de la Declaración de Independencia de Centroamérica siguen vigentes debido al desconocimiento generalizado, los intereses socioeconómicos de los grupos de poder y un sistema escolar instalado en la indiferencia. Sin embargo, historiadores como Horacio Cabezas ofrecen datos y análisis que pueden contribuir a tomar conciencia acerca de los contextos y las consecuencias del acta firmada en el Real Palacio hace 103 años.

Ana Lucía Mendizábal     septiembre 15, 2024

Última actualización: septiembre 15, 2024 12:35 am

Ilustración: Amílcar Rodas

El historiador Horacio Cabezas recuerda que cuando era estudiante, leyó las Memorias de Miguel García Granados, quien contaba que él era solo un mozalbete cuando se firmó el acta de independencia.  Sin embargo, decía que tenía muy buena memoria y recordaba que ese 15 de septiembre él fue a la plaza central y no vio ni escuchó ninguna manifestación de algarabía que celebrara la declaración. Este testimonio contradecía el relato de algunos cronistas que afirmaron que el pueblo se había manifestado a favor de la firma con marimba, cohetes y mucho entusiasmo. La versión de García Granados se refuerza con lo dicho por el propio Manuel de Vela, Tesorero Real, quien señaló que, concluido el acto, no hubo mayores muestras de regocijo, pues cayó un aguacero de más de dos horas que inundó las calles de la Nueva Guatemala de la Asunción.

Al adentrarse en la historia oficial, hay detalles, que, gracias a las investigaciones de Cabezas y otros historiadores, han ido desmintiéndose con el tiempo. Por ejemplo, se dijo que para celebrar el “magno acontecimiento” se realizó un Te Déum, Sin embargo, ese acto no sucedió, porque el arzobispo Ramón Casaus Torres fue de los primeros en rechazar la declaratoria de la independencia y se retiró de la reunión. Incluso, como se cuenta en el libro Independencia Centroamericana. Gestión y Ocaso del Plan Pacífico, del propio Cabezas, “integrantes de la barra le insultaron, jalonearon su vestimenta hasta rasgarle el roquete o sobrepelliz y obstaculizaron su partida”. El prelado logró retirarse de la Plaza Mayor, pero no sin temor a ser linchado por los partidarios de la emancipación, entre los que destacaban Pedro Molina, su esposa Dolores Bedoya de Molina, el obispo Juan José Aycinena y Francisco Barrundia que fueron los que organizaron todo el proceso. 

Pero Casaus Torres no fue el único asistente al Real Palacio que se opuso al plan orquestado por la poderosa familia Aycinena y sus seguidores. Resulta que de los 53 representantes de distintos sectores que fueron convocados a la reunión, 28 se pronunciaron en contra de la declaratoria. Sin embargo, como, en vez de quedarse a defender su postura se dejaron intimidar y se retiraron del recinto, permitieron que los 25 restantes decidieran el futuro con una declaratoria que no solo iba contra sus deseos, sino, sobre todo, afectó a la mayoría de la población oprimida, que vio acalladas sus propias luchas por conseguir justicia y libertad verdaderas. 

Razones comerciales 

Para entender cuáles fueron las verdaderas motivaciones de quienes promovieron la Independencia bajo sus propios términos, es necesario comprender cómo se movían los hilos de la economía en Centroamérica a principios del siglo XIX.  En ese entonces, el Reino de Guatemala estaba integrado por las provincias de Chiapas, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica. Las principales actividades económicas eran la producción de añil y la cría de ganado vacuno. Cabezas explica en su libro que, “pequeños propietarios de las Alcaldías Mayores de San Salvador y Escuintla, así como de la Gobernación de Nicaragua, eran los que producían la mayor parte del añil”. En cuanto a la ganadería, Cabezas indica que, el ganado vacuno satisfacía la demanda de carne de los vecinos de ciudades, villas y pueblos, pero su mayor empleo era en la elaboración de cueros y sebo. Con los primeros se confeccionaba sacos o bolsones, conocidos como zurrones, en los que se empacaba el añil para ser enviado a Europa.

En El Salvador se concentraba buena parte de la producción de añil mientras que, en la provincia de Nicaragua, estaban los principales ganaderos. Aunque Guatemala también contaba con fincas para este fin, especialmente en el Golfo Dulce y en las tierras aledañas al Río Michatoya. 

Durante la Época Colonial, los comerciantes de Santiago de los Caballeros de Guatemala, primero, y luego los de la Nueva Guatemala de la Asunción, monopolizaron la exportación del añil hacia España. Además, en estas ciudades también se encontraban los grandes comerciantes, quienes obligaban a los ganaderos de Nicaragua, Honduras, Sonsonate, San Vicente y San Salvador a vender su ganado en las ferias que se celebraban en lugares cercanos a la Capital. 

Los comerciantes de las provincias, pero en especial, los de El Salvador y Nicaragua, resentían el monopolio y control, y buscaban liberarse de las imposiciones. De ahí surgen algunas de las revueltas que antecedieron a la independencia.

Sublevaciones 

Entre 1811 y 1820 la región se vio convulsionada por sublevaciones, la mayoría de las cuales tenían motivos comerciales y fueron duramente combatidas por las autoridades. En el libro Independencia Centroamericana. Gestión y Ocaso del Plan Pacífico, Cabezas expone que la primera de estas asonadas fue en San Salvador, el 5 de noviembre de 1811, y fue liderada por Manuel José Arce, José Matías Delgado y los hermanos Manuel, Vicente y Nicolás Aguilar. Para controlar la situación, las autoridades enviaron una misión integrada por José de Aycinena y Carrillo, José María Peynado y José Mariano Vidaurre, fraile recoleto. Al llegar a San Salvador, el 3 de diciembre de 1811, fueron recibidos en forma pacífica por miembros de las familias Aguilar y Arce. Esto permitió a la comisión pacificadora restablecer el orden, encarcelar a los dirigentes de la sublevación e iniciar juicios contra los involucrados.  Los detenidos fueron puestos en libertad hasta enero del año siguiente.

En Nicaragua también se agitaron las aguas, pero se vivieron situaciones bien diferentes en León y en Granada. En la primera de estas localidades el 13 de diciembre de 1811, Benito Miguelena, fraile mercedario, y Juan Modesto Hernández, dirigente indígena del pueblo de Subtiava, encabezaron un movimiento de cerca de 7,000 personas, las cuales, durante un cabildo abierto, depusieron al intendente José Salvador. Los dirigentes de la sublevación declararon que su principal objetivo era defender la religión católica y reconocer la subordinación, obediencia y homenaje debidos al Rey Fernando VII y demás potestades, por lo que no fueron tratados con dureza. 

El levantamiento que se dio en Granada, Nicaragua, comenzó el 22 de diciembre de 1811. Ahí Juan Argüello y Manuel Antonio de la Cerda, regidores del Ayuntamiento convocaron a un cabildo abierto y todos los empleados peninsulares fueron depuestos. “Durante los meses que siguieron, los granadinos obedecieron solamente las leyes que ellos mismos emitían. El primero de enero del año siguiente eligieron nuevas autoridades municipales, y el 8 del mismo mes ocuparon el Fuerte de San Carlos e hicieron prisioneras a las tropas realistas”, expone Cabezas en su escrito.

El investigador señala que, entre los postulados de esta sublevación estaban tanto la libertad de comercio como la abolición de la esclavitud. Esto último porque en el levantamiento también participaron milicianos negros llegados de Haití. El ejército arribó a Granada la madrugada del 12 de abril de 1812 y diez días después ofreció a los sublevados garantizar y respetar su vida e integridad física si deponían las armas. Los alzados aceptaron, pero, el Capitán General José de Bustamante y Guerra desconoció lo acordado y mandó a detener a los involucrados y los enjuició por sediciosos. Luego de emitir sentencias, tanto de muerte como de cadena perpetua, se hizo caminar a los reos encadenados hasta la Nueva Guatemala de la Asunción. Los condenados a la pena de muerte consiguieron que se les conmutara por la de prisión perpetua. Algunos reos fallecieron en las cárceles. El 25 de junio de 1817, los sobrevivientes fueron liberados por una amnistía concedida por el rey Fernando VII. 

El 28 de octubre de 1813, algunos eclesiásticos, civiles y milicianos se reunieron en el Convento de Belem. En la reunión conversaron sobre las pésimas condiciones en que se encontraban los líderes de la sublevación de Granada.  Luego, hubo una tertulia en casa de la familia Bedoya, durante la cual fue leído un informe sobre el movimiento independentista mexicano y el Padre Tomás Ruiz dio lectura a una proclama del cura José María Morelos.  El 21 de diciembre de 1813, tres días antes de la celebración de la Navidad, la conspiración fue abortada, porque dos militares del Batallón Fijo, que también asistían a las tertulias, informaron a sus jefes. Los participantes fueron hechos prisioneros y juzgados como conspiradores. Se emitieron condenas de muerte y prisión. Las sanciones de los condenados a la pena de muerte no se cumplieron, gracias a la mediación de las autoridades edilicias del Ayuntamiento de Guatemala. 

En enero de 1814, sucedió la segunda sublevación en San Salvador. Tenía como objetivo lograr la autonomía. El movimiento fue liderado por el ayuntamiento de San Salvador. Integrado por los alcaldes ordinarios Juan Manuel Rodríguez y Pedro Pablo Castillo, y el síndico Santiago José Celis, junto a Manuel José Arce y los hermanos Aguilar.

De acuerdo del libro de Cabezas, durante los Juicios de incidencia que se siguieron, los “notables” confesaron su participación en el apaciguamiento y desmoralización de los insurgentes, acusaron a Castillo de ser el único responsable de los sucesos, y prometieron fidelidad al rey de España. Por su parte, Manuel José Arce, quien fue hecho prisionero en mayo , alegó en su defensa que su participación fue la de aquietar, contener y disponer a la tranquilidad. 65 Los prisioneros padecieron cerca de seis años de cárcel. Pedro Pablo Castillo consiguió escaparse, abandonar el país y refugiarse en la isla de Jamaica, disfrazado con una sotana que le prestó el Padre Vicente Aguilar. El médico Santiago José de Celis fue torturado en una bartolina y amaneció ahorcado en la prisión el 17 de abril de 1814.

Levantamiento en Totonicapán 

En Europa ocurrían cambios motivados por la Ilustración (movimiento filosófico y cultural surgido en Francia alrededor de la Revolución de 1789-1799), y España comenzaba a adoptar nuevas formas de administración. Cabezas señala que algunos ministros españoles promovieron un proceso para limitar el poder Real. “Se organiza en Cádiz un evento en el que participan representantes de toda la colonia española y de todas las provincias de España. Ahí se formula la Constitución de 1812. De carácter liberal, en la cual hay grandes logros”.  Esta constitución, llamada popularmente “La Pepa” por haberse emitido el Día de San José, liberaba a los indígenas de pagar tributos. Esto duró poco tiempo, porque en 1814, Fernando VII restableció la monarquía absoluta, derogó la Constitución de 1812, disolvió las Cortes y encarceló a los diputados liberales. 

En 1820, una revuelta liderada por el General Rafael del Riego obligó al Rey a poner en vigencia nuevamente la Constitución de 1812. La noticia llegó al Reino de Guatemala, pero las autoridades de la Audiencia dejaron en suspenso lo referente a la abolición del tributo. Los habitantes de San Miguel Totonicapán se enteraron que la Constitución de 1812 había sido restablecida. Atanasio Tzul y Lucas Aguilar acudieron al teniente Ambrosio Collado, para confirmar lo que habían escuchado, pero la respuesta que recibieron fue que los tributos no habían sido suprimidos. Los principales decidieron enviar una delegación a la Capital, pero no logaron confirmar la información. 

Convencidos de la existencia de la orden que suprimía los tributos, algunos principales optaron por no cobrar el tributo. El 7 de julio, una copia de la Constitución de 1812 fue recibida en San Miguel Totonicapán con un festejo. El Alcalde Mayor de Totonicapán, Manuel José Lara, abandonó su puesto, pues temió que lo lincharan, ya que los indígenas lo acusaban de ladrón y de exigir impuestos que el Rey ya había suprimido. Lucas Aguilar ordenó que se informara a los habitantes de San Cristóbal Totonicapán, San Francisco El Alto, San Andrés Xecul y Momostenango, que ya no estaban obligados a pagar el tributo. Los principales y los líderes de la revuelta reconocieron a Tzul y a su esposa, Felipa Soc, como reyes, y a Lucas como presidente. 

El 1 de agosto, el Capitán General Gavino Gaínza ordenó al teniente coronel Prudencio Cózar reprimir a los amotinados, restablecer el orden y reinstalar a las autoridades. Cózar organizó un ejército de alrededor de 1000 soldados, reclutados en Quetzaltenango, San Marcos y Sija. El 3 agosto, esa fuerza militar ocupó San Miguel Totonicapán y apresó a los dirigentes. Durante la mañana del 4 de agosto de 1820, Cózar se enteró que una multitud descendía de las montañas con la intención de liberar a su rey. Para evitarlo, ordenó la formación de la tropa y, después de azotar a los cabecillas, los envió a la cárcel de Quetzaltenango. Atanasio Tzul, Lucas Aguilar y los demás dirigentes de San Miguel Totonicapán solicitaron la gracia del indulto el 25 de enero de 1821, y éste les fue concedido el 1 de marzo de ese año. A los de San Francisco El Alto y San Cristóbal Totonicapán se les perdonó el 5 de julio de 1822. 

El hallazgo del plan de los Aycinena

Las corrientes europeas liberales, la independencia de México y las revueltas en las provincias centroamericanas hacían augurar cambios que, de no ser controlados, pondrían en peligro las grandes fortunas de familias como la Aycinena. Eso hizo que sus integrantes decidan tomar cartas en el asunto. Cabezas cuenta que, en 1963, los descendientes de los Aycinena tomaron la decisión de rescatar la historia de su familia y contrataron periodistas para encontrar datos relevantes. 

El periodista e historiador Enrique del Cid Fernández encontró un plan que fue promovido por los Aycinena en 1821. Este buscaba crear las condiciones para que las autoridades, especialmente el presidente Gabino Gaínza, decidieran optar por declarar la Independencia de manera pacífica. Su objetivo era, precisamente, que esa emancipación no afectara los sistemas económico, político y social vigentes hasta entonces. En ese texto también se revela cómo desde el principio, los Aycinena contemplaron solicitar apoyo de los sectores conservadores de México, encabezados por Agustín de Iturbide. 

Este hallazgo evidencia que lo sucedido el 15 de septiembre de 1821 fue, por decirlo de alguna manera, un montaje, en el que se tenía previsto a cada uno de los invitados y los hechos. Por supuesto, no todo salió como esperaban porque, por ejemplo, el arzobispo que debía dirigir el Te Deum se salió del guion. Sin embargo, los Aycinena se habían asegurado de comprar voluntades entre intelectuales, periodistas y religiosos, que terminaron respaldando sus objetivos.

A pesar de los esfuerzos por dejar el asunto zanjado desde esa fecha, el acta redactada principalmente por José Cecilio del Valle no se refiere a una Independencia definitiva. Esto, porque Miguel de Larreynaga, quien fue también redactor del documento insistió en que debía informarse al resto de las provincias de esta decisión. 

La Silla de Atanasio que fue devuelta a Totonicapán en 2021. Foto: Archivo

Las consecuencias

El 16 de septiembre Gavino Gaínza envió una circular a todas las municipalidades para que tuvieran conocimiento de lo acontecido el día anterior. Ese mismo día, con la asesoría de la Junta Provisional Consultiva, elaboró un Bando de buen gobierno que salió impreso el día siguiente. Señalaba la vigencia de todas las leyes, ordenanzas y órdenes que antes regían, y la amenaza de pena de muerte contra quienes, directa o indirectamente, intentaran trastornar o desacreditar el sistema adoptado de Independencia y restablecer el Gobierno español.

El próximo paso del entonces gobernante ya dejaba ver otro tipo de intereses. Según Cabezas, el 18 de septiembre de 1821, Gaínza escribió al Emperador Agustín de Iturbide y lo denominó “Primer Libertador de Nueva España”, contrario a lo que había escrito de él, apenas el 10 de abril de ese mismo año, cuando lo acusaba de traidor al rey, de tener perversas intenciones y hasta de ladrón. De ese modo, Gaínza dejaba ver su deseo de anexión a México.

Quienes también se activaron a favor de esa anexión fueron Mariano y Juan José de Aycinena. Su objetivo era contar con apoyo militar de México para mantener el status quo. La anexión también estuvo apoyada por los ayuntamientos de Quetzaltenango, Totonicapán, Sololá, León (Nicaragua), Cartago (Costa Rica) y Comayagua (Honduras) que pensaban que con eso podrían liberarse del dominio comercial de la elite guatemalteca. 

Luego de muchas presiones, por parte de Iturbide, el 5 de enero de 1822 se dio la anexión a México. Esta decisión tuvo oposición en distintos sectores, porque contradecía el acta de la Independencia. La negativa se hizo más evidente en El Salvador. A partir de ahí el Primer Imperio mexicano y El Salvador estuvieron en guerra, hasta 1823 cuando Imperio sucumbió. 

E 1 de julio de 1823, la Asamblea Nacional Constituyente declaró la Independencia Absoluta de España, México o cualquier otra potencia, bajo un sistema político federal, y consideró la anexión a México nula de hecho y de derecho, violenta y tiránica. Además, acordó que formaban una nación soberana con el nombre de Provincias Unidas del Centro de América.

Las idas y vueltas que trajo consigo la Independencia, traen como consecuencia, la división de América Central. Cabezas señala que, con el tiempo, son los sectores conservadores los que retoman el poder y prolongan su dominio sobre los sistemas económicos y políticos. “Hubo pocos beneficios para las grandes masas”, señala el historiador. Añade que, a partir de la emancipación lo que se da es una indisposición de Nicaragua y El Salvador contra Guatemala. 

Una narrativa sin bases

Cabezas señala que lamentablemente, en el sistema educativo guatemalteco continúa difundiéndose la narrativa de una Independencia en favor de las poblaciones. Añade que, aunque la academia y la prensa han hecho un buen trabajo, dando a conocer los hallazgos realizados en las últimas décadas, es necesario que los maestros se informen y transmitan los conocimientos actualizados.

“Es muy poco lo que se hace por dar a conocer a las nuevas generaciones la historia. Muy poco se lee y muy poco se analiza. Estoy seguro que si se hiciera una evaluación a los maestros sobre Estudios Sociales lamentablemente saldrían reprobados”, señala el historiador, quien además critica el tiempo que se pierde, organizando desfiles tipo militar y actos sin sentido. Añade que el haber anulado la clase de Historia y haber creado la materia de Ciencias sociales en su lugar, ha limitado el conocimiento y el interés por conocer las verdades sobre el pasado. 

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