Es sobrino del legendario John (Jack) Fitzgerald Kennedy (JFK) e hijo del agresivamente reformista Robert (Bobby) Fitzgerald Kennedy (RFK), ambos íconos de la parte más romántica del Partido Demócrata norteamericano y ambos trágicamente muertos a tiros en público en aras de causas ligadas a la lucha de los menos favorecidos en contra de los intereses -entre otros- del gran capital. Se trata del actual Robert (Bobby, también) Francis Kennedy, o “RFK, Jr.”, un rico y controvertido “hijo de papi”, que, tras varios escándalos de juventud, pergeñó una carrera como intermitente ecologista radical y más recientemente, como adicto a varias teorías conspirativas. Tras infructuosa lucha por perfilar una opción diferente en la contienda presidencial de los EEUU y desafiando la ira de su familia inmediata por mancillar su legado, acaba de “medio renunciar” a su candidatura y a manifestar su apoyo a la candidatura de Donald Trump, un claro escéptico del ecologismo y vociferante exponente de los intereses del “big business” norteamericano.
En su alocución pública para justificar su decisión, el ronco medio-candidato (pues sólo eliminó su participación en los Estados en donde puede “perjudicar” a Trump, no en todos), esgrimió tres argumentos, uno de los cuales considero parcialmente válido y dos más que reflejan su pobreza de análisis, aunque, también, la confusión que prevalece hoy en muchos círculos del sistema político norteamericano. Empezando con el que considero relativamente válido, se queja “Bobby” de que el partido Demócrata ha abandonado sus valores al adoptar su dirigencia métodos de selección de candidatos que son poco democráticos. Efectivamente, la estructura de poder de ese partido se ha anquilosado y en ella prevalecen un pequeño grupo de facciones que terminan prevaleciendo en la selección de las candidaturas, recurriendo a trucos de ética dudosa, que han caracterizado a la práctica política desde tiempos de Maquiavelo. En su defensa cabría argumentar que esas facciones dirigentes “conspiran” para que el candidato se coloque lo más cercano posible “al centro” del especto político y así no sólo atraiga a sus facciones más radicales, sino a una amplia pluraridad de corrientes dentro del electorado general; a diferencia de lo que ocurre en el partido Republicano, cada vez más cautivo de su facción más extremista. Hay, por supuesto, mucho por mejorar y parece que este accidentado proceso electoral está orillando inexorablemente a ambos partidos a reformarse de cara al siguiente ciclo. Pero las imperfecciones internas del partido Demócrata de hoy, palidecen al compararse con el grotesco “cultismo” político que exhiben los trompistas republicanos, cuyo abandono de los valores de ya no digamos el partido de Lincoln, sino aún el de Ronald Reagan, lo han convertido en una penosa parodia de lo que alguna vez fue. Basta escuchar a Liz Chenney o a Adam Kinzinger, para aquilatar la frustración de auténticos conservadores honestos con la situación actual de ese partido. Y eso sin mencionar que esos cuestionables “trucos” políticos fueron utilizados prolíficamente por los patriarcas de la familia Kennedy desde hace generaciones, como por ejemplo, con la utilización del dinero y las influencias de “Joe” Kennedy, abuelo de Bobby, Jr., para elegir a “Jack” con el apoyo de la mafia italo-norteamericana, con la que aquel contrabandista de licores de tiempos “de la prohibición”, había sostenido inevitables relaciones. Prácticas que antes también utilizó el suegro de “Joe”, John F. Fitzgerald, “Honey Fitz”, alcalde de Boston y diputado federal, cuya vida política estuvo rodeada de escándalos de corrupción y tráfico de influencias. “Tradiciones” que “Bobby, Jr.” no logró utilizar a su favor, porque su carácter -con base en largo historial personal- no gozó de la confianza de sus influyentes nexos familiares. “Es el triste fin de un triste comienzo” -dijeron sus hermanos, de su reciente declaración, a la que calificaron de traición a su venerado legado familiar. Porque las viejas prácticas habían empezado a cambiar, también hay que decirlo, con aquel par de singulares hermanos, los mártires Jack y Bobby, formados, pese a su padre, para ser políticos de consecuencia, idealistas y cultos, guerreros del bien contra el mal…
En la segunda de sus justificaciones, dice “Bobby, Jr.” que no puede tolerar la indiferencia con la que el partido Demócrata actual ha apañado a “big Pharma” (las grandes farmacéuticas), que, en una visión compartida por muchos incautos, dizque “crea epidemias” (como la pandemia del COVID), para posteriormente forzar al mundo a comprar sus vacunas; las cuales tienen, además, otros “propósitos siniestros”, cuyos detalles, amable lector, francamente no quiero perder nuestro tiempo en analizar. Sin negar que hay luces y sombras en el combate a las enfermedades y que muchos actores incrustados en el sistema mundial de salud pública abusan de sus posiciones, la tajante actitud de los “anti-vaxers” (anti-vacunas) habría conducido a la descalificación del mismo Luis Pasteur -a quien le debemos la erradicación de azotes como la viruela y el sano consumo de la leche de vaca- y que hoy ha conducido a muchos desinformados padres de familia ¡a negarle vacunación a sus hijos! en una de las sociedades más ricas del planeta. Pero ese tema, dice RFK, Jr., ha sido algo que lo ha hecho coincidir con un Donald Trump que alguna vez recomendó -por “macho”- tomar líquido antiséptico para desinfectar pisos como “antídoto” contra el COVID. Y se dice que, en burdo intercambio político transaccional, “el junior” quisiera que Trump -si queda- lo nombre “zar” de la salud pública en los EEUU, aunque se rumora también que Trump preferiría colocarlo “al frente” de la FBI o de la CIA, para cerrarlas…
Pero la última de sus justificaciones es la más penosa. Dice RFK, Jr. que al igual que Trump, él desea “acabar” con “las guerras interminables” del “complejo militar-industrial”, que nos llevan inexorablemente al holocausto nuclear. Que Putin se vio “orillado” a invadir Ucrania como resultado de la obsesión expansionista de la OTAN, controlada por “el complejo” y empeñada en exacerbar los conflictos, “para hacer más negocio”. Como muchos otros ingenuos que siguen las fantasiosas teorías de académicos (dizque “realistas”) como el Dr. John Mearsheimer, de la Universidad de Chicago, creen que Trump puede “parar las guerras”, pues “se lleva bien”, no sólo con Putin, sino con Xi Jinping y hasta con el medioeval déspota norcoreano, Kim Jong Un; y que a él -dizque por duro y taimado- “lo respetan”. Es natural que en todos los tiempos hayan “clones” de aquel tristemente célebre Primer Ministro británico, Neville Chamberlain, quien personificó la política de “apaciguamiento” al firmar el Acuerdo de Múnich el 30 de septiembre de 1938, legitimando la anexión por la fuerza del Sudeten checoslovaco (porque eran checos de origen alemán, que hablaban alemán; como los ucranianos de origen ruso, que en el Donbás ucraniano, hablan ruso); sólo para constatar menos de un año más tarde, que las ambiciones de Hitler no habían sido apaciguadas, sino que por lo contrario, al constatarse el paralizante miedo a las guerras de las democracias, condujeron a la violenta invasión de Polonia (el 1 de septiembre de 1939) y con ello al inicio de la devastadora Segunda Guerra Mundial. Sí, es inevitable que en Occidente, lógicamente alérgico a las guerras, siempre haya pacifistas a ultranza que no comprendan que el mejor antídoto contra la guerra de los tiranos es “hablar quedito y llevar un gran garrote”. Pero que esa sea la postura de un Kennedy, cuyos antecesores más ilustres enfrentaron exitosamente a Nikita Khrushchev en octubre de 1962, durante la crisis de los misiles, precisamente por negarse a apaciguar a la Unión Soviética, parece ser algo más que una afrenta familiar. Aunque sea desagradable admitirlo, la tercera guerra mundial nunca empezó, fundamentalmente por la abrumadora superioridad militar de Occidente, cuya expresión inicial fue persuadir a la URSS que un ataque a Occidente implicaba la “mutua destrucción asegurada” (MAD). Seguimos viviendo en un mundo peligroso en el que el experimento liberal democrático, con todas sus limitaciones, falencias y hasta crímenes, es la mejor apuesta de la especie humana para un futuro mejor. Y éste sólo puede ser garantizado, tristemente, mediante el prudente ejercicio de una indiscutible superioridad militar que “no se achicopala” peligrosamente, frente a los crecientes desplantes de los déspotas…
¿Y por qué viene todo esto a cuento en la pequeña Guatemala? En 1815, mientras en la América Hispana los liberales intentaban poner en marcha procesos democráticos al amparo de fórmulas republicanas, la derrota de Napoleón en Waterloo hizo cobrar renovada hegemonía a los conservadores monarquistas en casi toda Europa. De esta suerte, cuando los movimientos independentistas triunfaron en esta parte del mundo en los 1820’s, las ideas conservadoras tomaron nuevo auge internacional, bajo el liderazgo del austriaco príncipe von Metternich. Eso se tradujo, desde México hasta la Patagonia, y por supuesto en la pequeña e incipiente República Federal de Centroamérica, en el fortalecimiento de la reacción conservadora, que atrasó por medio siglo -aquí con el rufián Carrera haciendo el “trabajo sucio” de los aycinenistas- nuestro camino hacia la auténtica república democrática. Las élites abrevan en las fuentes del poder mundial y siempre han tenido más contactos y más recursos en el exterior que sus contrapartes liberales. Por eso vemos espectáculos como el de “la ovación de pie” a la golpista Fiscal General en un hipócrita “desayuno de oración”, que, bajo el patrocinio de simpatizantes de los trompistas, reúne a lo más granado de las mafias locales con la que se cree “gente bien”, porque reza mientras comparte el pan con los ladrones del erario, con sus guardianes y sus corifeos. Todos ellos se sienten envalentonados por la posibilidad de que el republicano de pensamiento troglodita regrese a la Casa Blanca. Su mal ejemplo en la manipulación de las Cortes, en su persecución de sus enemigos y en su desprecio por los límites constitucionales, es aplaudido y emulado. Por eso es importante para nosotros entender lo que está pasando en el Norte. Por eso es importante que allí también prevalezca la cordura de la mayoría y que democráticamente se impida el ascenso de las fuerzas fascistoides al pináculo del poder de la nueva Roma…
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