A propósito de la conmemoración del Día del Trabajo, es importante traer a la agenda ciudadana y estatal la tragedia que es la vida del trabajador agrícola de plantación acá en Guatemala. Abandonados a su suerte por el Estado desde hace siglos, han ido de esclavitud a servidumbre y hoy el eufemismo de colaborador de campo. Ha sido lucha, resistencia y cambios de orientación en el Estado -estos los menos- los que les han dotado de elementales derechos; que aún y cuando son leyes de la República (Código de Trabajo y Convenios Internacionales suscritos por Guatemala, en el marco de la Organización Internacional del Trabajo. OIT) en pleno siglo XXI son incumplidos, lo que en términos prácticos significa negar al trabajador agrícola y su familia, vida digna.
En este país, pululan muchas mentiras hechas verdades por la propaganda interesada, se propala desde las élites económicas que sus grupos familiares se han convertido en competidores de grandes ligas, en donde son proveedores de materia prima en cancha de mercaderes mundiales. Así, productores vernáculos de palma aceitera, azúcar, hule, banano presumen de su capacidad competitiva en el orden mundial. Esconden eso sí, las dos razones principales de su éxito familiar: las malas condiciones laborales de sus trabajadores agrícolas y las exenciones fiscales de las que gozan.
Voy por ejemplos, los “trabajadores eventuales”, en realidad son trabajadores permanentes, pues trabajan cerca de doce meses al año en algunos fundos, “descansan” sin paga algunos días al año, cuando el patrono lo decide y además, dada su condición “eventual” no se les reconoce -nunca- el séptimo día, pues no trabajan. El monto de su salario -catorcenal- está sujeto al cumplimiento metas de trabajo, que impone el patrono a través de caporales, cumplir la meta puede implicar jornadas laborales más allá de las ocho horas, sin derecho a horas extras, pues el tiempo adicional sirvió para “cumplir la meta”. En las plantaciones, de organización y sindical y negociación colectiva, no se oye, es tabú en la plantación, los campos “oyen”. La gran mayoría de trabajadores agrícolas son de origen Maya, quizá por eso la sociedad voltea a ver poco hacia ellos. Aquello no es casual, es expresión de la enorme carga de racismo que arrastramos y que toma cuerpo, en aquellas leoninas relaciones laborales. Que generalmente se desarrollan en idioma español, no importando si los trabajadores solamente hablan su idioma materno.
Eso de afiliación al IGSS, en la mayoría de las plantaciones no esta previsto, algunas han evolucionado hacia ello, aunque en los parajes más lejanos no hay atención en salud pues el IGSS no tiene clínicas ni hospitales en aquellos lejanos parajes. Esto último, sirve de excusa a algunos hacendados para no afiliar al trabajador, le ocultan la ventaja que le significa la posibilidad de retiro al llegar a mayor edad. Así que ahora en tiempos de primavera y de población consciente de sus derechos y obligaciones, trabajar junto al Ministerio de Trabajo y organizaciones sociales por mejorar las condiciones laborales del trabajador agrícola es un deber ciudadano, al que nadie escapa. Lo que es bueno al trabajador agrícola será bueno para la sociedad.
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