Sin Solvencia

“Estamos como estamos porque permitimos que esta deplorable clase política sea lo que es”

Estuardo Porras Zadik

agosto 26, 2024 - Actualizado agosto 25, 2024
Estuardo Porras Zadik

En un mundo donde la desconfianza hacia las instituciones políticas parece estar en su punto más alto, es imperativo que reflexionemos sobre la importancia de los principios éticos y morales en la conducción del gobierno. En Guatemala, por más de treinta años, los diferentes gobiernos han operado carentes de estos preceptos. La política, en su esencia, debería ser el arte de servir al bien común, pero cuando los valores fundamentales se ven comprometidos, el tejido mismo de la democracia comienza a desmoronarse.

Los políticos y los gobiernos no solo debiesen ser responsables de la implementación de políticas públicas, sino también de ser guardianes de la ética. La integridad, la transparencia y la rendición de cuentas se supone son pilares que deben sostener cada decisión y cada acción que realizan. Sin embargo, en la mayoría de los casos, estos principios se han visto eclipsados por intereses personales, ambiciones desmedidas o la búsqueda de poder a cualquier costo. Esto no solo ha erosionado la confianza ciudadana, sino que también ha perpetuado ciclos de corrupción y abuso de poder que han afectado a los sectores más vulnerables de la sociedad.

La ética en la política no es un lujo, sino una necesidad. Los ciudadanos merecen líderes que actúen con responsabilidad, que prioricen el bienestar de la comunidad sobre sus propios intereses y la de sus patrocinadores. La moralidad en la política debería ser la norma, no la excepción. Un político que se guía por principios éticos sólidos es un faro de esperanza en un mar de incertidumbre. Su capacidad para tomar decisiones difíciles, basadas en valores y no en conveniencias, puede marcar la diferencia entre una sociedad cohesionada y una fragmentada; entre una sociedad próspera y una estancada.

La importancia de la ética y la moral en el ámbito político también se extiende a la manera en la que los gobiernos han gestionado los recursos públicos. La justicia social y la equidad debiesen ser el norte de todas las políticas. Cuando los líderes actúan sin un marco ético, el resultado es a menudo la exacerbación de las desigualdades y el sufrimiento de aquellos que dependen de sus decisiones. Por el contrario, un gobierno ético se compromete a escuchar y a servir a todas las voces, garantizando que cada ciudadano tenga acceso a oportunidades y derechos básicos.

La ciudadanía, por su parte, debe ser parte activa en la exigencia de estos principios. Cosa que no hemos hecho. Nos hemos quedado de brazos cruzados esperando a que los políticos cambien, sin exigir que se practique una cultura de integridad y responsabilidad. La educación cívica, de la cual carecemos, juega un papel crucial en este proceso, ya que empodera a los ciudadanos a evaluar y cuestionar las acciones de sus líderes, promoviendo así un entorno donde la ética sea valorada y defendida. Lo que gobierna y lo que ha gobernado es el resultado de lo que hemos escogido como ciudadanos; también lo que hemos permitido. Inclusive, el lamentable desenlace en dictaduras es el resultado de la apatía, la complicidad o la tolerancia de los ciudadanos que eligen a sus gobernantes. Un gobierno amoral y carente de ética es el reflejo de sus ciudadanos. Esa lamentable realidad es inescapable y nos responsabiliza, pues se materializa a través del poder que ejercemos con el voto. En el caso de quienes poseen el poder; ya sea directa o indirectamente, su responsabilidad recae en la complicidad. Para quienes sufrimos las consecuencias derivadas de los gobiernos insolventes, sin principios y corruptos, recordemos que somos responsables por nuestra indiferencia y la imperdonable tolerancia que mostramos. Al parecer, para los guatemaltecos no son posibles otras realidades: gobiernos éticos, morales y no corruptos que trabajen por el bienestar de las mayorías sin importar ideologías, procedencia o ascendencia.

En conclusión, los principios, la ética y la moral no son solo conceptos abstractos, sino herramientas esenciales para la construcción de una sociedad justa y equitativa. Los políticos y los gobiernos que los abrazan y los incorporan en su trabajo diario no solo fortalecen la democracia, sino que también inspiran a las futuras generaciones a creer en un mundo donde la política es sinónimo de servicio, justicia y rectitud. Guatemala ya no da para más. Es hora de reivindicar la ética en la política y de exigir que nuestros líderes sean un reflejo de los valores que todos deseamos ver en nuestra sociedad. Mientras no lo hagamos, Guatemala continuará siendo un Estado cooptado por personajes corruptos, carentes de principios y moralmente insolventes. Es indiscutible que la política, los políticos y los servidores públicos en Guatemala, en su mayoría son corruptos. Y, como si fuera poco, todos estos escogidos a dedo en un sistema político clientelar que nada sabe de meritocracia. Estamos como estamos porque permitimos que esta deplorable clase política sea lo que es.

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