Este año ha quedado claro que no basta con indignarse desde la comodidad de la crítica. La verdadera transformación exige involucrarse, entender el funcionamiento del gobierno y la política y reconocer las grietas que hay que reparar. Comprender que el sector público no es una maquinaria inamovible, ni una máquina generadora de prosperidad; es un terreno donde las batallas se libran todos los días, y donde cada pequeño triunfo debe abrir una puerta para un cambio más amplio y duradero. Los fallas del gobierno deben haber enseñado a leer entre líneas, descubrir cuáles son las verdaderas raíces de los problemas y reconocer quiénes se benefician de la debilidad institucional del sector público. Así también, reconocer quiénes son los verdaderos beneficiarios de la corrupción e identificar a oportunistas que se disfrazan de reformadores. Pero más allá de la decepción que pudiera existir en quienes creyeron que se podía cambiar Guatemala de un plumazo, hay que reconocer nuevamente que la vigilancia ciudadana, las denuncias fundamentadas y las propuestas constructivas son antídotos contra la desesperanza.
Este año ha sido un recordatorio claro de que el cambio verdadero no surge únicamente del rechazo a lo que está mal, sino del compromiso decidido con lo que puede estar mejor. La lucha constante contra la corrupción y el desgaste sufrido por el nuevo gobierno enseña que ningún sistema es irremediablemente corrupto cuando hay ciudadanos dispuestos a no bajar los brazos. La diferencia radica en la voluntad de quienes lo ocupan y en la presión constante de quienes lo observan. El reto no es menor: se trata de construir un gobierno que no solo administre recursos, sino que también cultive confianza, respete la ley y sirva a su gente con integridad.
No hay esfuerzo pequeño ni acción irrelevante cuando se trata de sanear las instituciones y reconstruir la confianza pública. El actuar del nuevo gobierno, en sus múltiples facetas, ha reflejado las tensiones de un país que se debate entre viejas prácticas y nuevas esperanzas. Nos ha recordado que los obstáculos más grandes no siempre están en los discursos de los poderosos, sino en los mecanismos invisibles que permiten que la impunidad se cuele por todas las rendijas. Sin embargo, también ha mostrado que hay servidores públicos honestos, funcionarios comprometidos y ciudadanos valientes que están dispuestos a enfrentar las resistencias, por más enraizadas que estén. A pesar de los obstáculos, este año deja aprendizajes profundos que son faros de esperanza: a no conformarse con lo posible, sino imaginar y trabajar por lo prioritario; a que el sano escepticismo puede convivir con la acción decidida; y que la crítica puede ser el punto de partida para soluciones reales. Ha quedado claro también que el cambio no puede depender únicamente de factores externos, de esperar que otros hagan lo que a cada quien le corresponde. El cambio, finalmente, debe nacer y consolidarse desde la propia sociedad.
En esta Navidad hay que celebrar los destellos de luz que han iluminado el camino de Guatemala durante este año. Reflexionar sobre la importancia que tienen valores como la verdad, la justicia, la solidaridad y la libertad para la vida en sociedad y comprometerse a encarnarlos en las acciones cotidianas. Asumir la responsabilidad ineludible y el poder inmenso que cada uno tiene para contribuir al cambio. No conformarse con ser meros espectadores del destino del país; seguir siendo arquitectos de una nueva historia que se está escribiendo. Dejar que el espíritu de renovación propio de esta época inspire a forjar una Guatemala donde el gobierno sea sinónimo de servicio, el sector público una herramienta de bienestar común, el sector privado un motor de progreso justo, y la sociedad un espacio donde la empatía y la búsqueda del bien ajeno se entrelacen con el interés propio, cultivando una convivencia armoniosa y duradera, basada en la virtud y la humanidad. Entender que la esperanza no es ingenuidad, sino la convicción de que el futuro puede ser mejor al trabajar con valentía para merecerlo. Porque Guatemala merece ese futuro, y está en nuestras manos construirlo.
Etiquetas:debilidad institucional denuncias fundamentadas Gobierno impunidad Política