En marzo de 1977, el gran pensador checo Jan Patoĉka fallecía a causa de una hemorragia cerebral provocada por el brutal interrogatorio al que había sido sometido semanas antes por la policía de su país. Patoĉka había colaborado en la elaboración de la famosa Carta 77, manifiesto disidente que exigía al gobierno checoslovaco respetara los derechos humanos recogidos en el Acta de Helsinki (1975), histórico acuerdo respaldado por decenas de países, entre ellos la misma Checoslovaquia.
La muerte de Patoĉka evidenció una vez más que el talón de Aquiles del poder es su miedo a la verdad. De hecho, Patoĉka fue víctima del mismo destino que su amado Sócrates, quien había sido ejecutado por su incansable búsqueda de la verdad. Tenía razón Václav Havel, discípulo de Patoĉka y entonces futuro presidente de Checoslovaquia, cuando decía que la verdad es el poder de aquellos que no tienen poder. El abuso del poder sin valor depende de la mentira, la simulación, el servilismo y el temor.
Esta verdad por su universalidad también ilumina lo que pasa en nuestro país. ¿Cuántas veces no se nos ha “aconsejado” que no hablemos “de más” o se ha explicado la muerte o desaparición de alguien diciendo que había dicho cosas que no “había que decir”? El cada vez más ofensivo cautiverio de José Rubén Zamora ha sido orquestado por aquellos que temen su compromiso a decir con claridad aquello que, a pesar de su evidencia, muchos prefieren callar.
Muchos se ven compelidos a vivir en la zona gris. Si hablan se quedan sin empleo o son expulsados del suelo patrio, cuando no, asesinados. Sin embargo, cada ciudadano debería saber que hay momentos en que se puede derribar el poder arbitrario. Estoy seguro que en estos momentos tal situación se presenta en nuestro país.
La historia siempre ha mostrado que los cambios políticos emancipatorios necesitan hacer acopio de los resortes espirituales de la vida humana. ¿No es significativo que el inicio de la década más luminosa de la política guatemalteca fuera encabezado por el socialismo espiritual de Juan José Arévalo—un “pedagogo filosofante”, como alguna vez lo escuché describirse a sí mismo? El gran maestro presidente pudo realizar los ideales de la Revolución de Octubre precisamente porque su intuición política se había nutrido de la tradición emancipatoria que había fructificado en la Argentina en la que completó su formación humanista.
Es tiempo de que todos busquemos un gobierno primaveral en Guatemala. No se trata solo de “políticas públicas”, sino de percatarnos de que los cambios históricos precisan de las fuerzas espirituales que emanan de cada persona que ya no acepta a vivir en el reino de la mentira. El entusiasmo que despierta el retorno de la Primavera Democrática expresa no solo la añoranza de un gobierno con valores, sino la conciencia de que es posible lograr ese sueño. Cualquiera que haya exclamado con entusiasmo, ¡Viva Arévalo! ¡Viva Árbenz! o ¡Viva la Revolución de Octubre! sabrá a que me refiero.
Decir que la política solo es una cuestión de poder es aceptar que la política no tiene interioridad moral, vale decir, es una política sin alma, una política desalmada. Esta es la que practican esos intolerables seres que actúan con base en objetivos inconfesables, pero evidentes, como es el caso de los miembros de ese tétrico pacto de corruptos que son causantes del exceso de maldad que supura la realidad guatemalteca.
Hay que asumir la vida política con las potencias de nuestra vida interior como ciudadanos. ¿No vio esta idea Juan José Arévalo varias décadas antes? Y ¿por qué no actualizar el rol de los valores éticos en este parteaguas de nuestra historia? Debemos guiarnos por la decisión de erradicar a esa ofensa estructural de la dignidad a la que nos hemos acostumbrado.
Al escribir sobre este tema, no trato de buscar más que un mínimo de racionalidad en la vida ciudadana. No se trata de situarse en una altura angelical porque, como lo sabía Kant, los ángeles no necesitan moral. Así las cosas, la política debe basarse en los valores, de lo contrario, se convertiría en una búsqueda del poder por el poder.
Si se va a regresar a la Primavera Democrática la política debe lograr el objetivo de humanizar una sociedad corroída por la corrupción. Este objetivo exige cerrarles los espacios a aquellos que ejecutan las acciones del poder basado en la mentira. La convicción de que seguimos un valor le da un sentido de unidad a un gobierno que precisa mantener vigente el entusiasmo ciudadano.
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