La Antigua Guatemala sobrevivió a la destrucción ocasionada por los terremotos y se defiende de los desenfrenos y vicios de quienes han encontrado en el paisaje de ruinas un espacio propicio para la diversión y el escándalo, gracias a la actitud de vecinos comprometidos con el legado de sus mayores, que luchan por mantener las costumbres y tradiciones, y que dedican sus vidas a mantener activa nuestra identidad. Y por eso duele tanto cuando le toca marcharse a uno de los más activos y tenaces protagonistas, como ocurrió con el fallecimiento sensible esta semana del doctor Carlos Roca, figura ejemplar, padre de familia, profesional responsable, amigo, vecino que con gran pasión se empeñó y dedicó a la preservación de las tradiciones del barrio y templo de San Francisco, donde reposan los restos del Santo Hermano Pedro.
Carlos fue devoto del Nazareno del Perdón, imagen que descendió de su altar para despedirlo, y trabajó intensamente para lograr mejoras en el templo, para hacer realidad el nuevo altar, y su vida giró en torno a los motivos de velaciones y anda del año siguiente, mientras vivía enamorado de las campanadas que doblaron solemnes y tristes al momento de su despedida.
Desde niño vistió la túnica morada, participaba en tantas procesiones como era posible, y cuando se ponía la túnica negra al final de la Semana Mayor, ya mostraba la tristeza por el ciclo completado, avistando la vuelta de la tierra al sol para reanudar la experiencia. La Pascua marcaba el cambio del año, muy por encima de la costumbre general del Año Nuevo.
La organización de los eventos procesionales no es nada fácil, requiere de gran empeño y dedicación, y por eso fue frecuente que se le pidiera participar en política, para que pudiera servir a la población con el mismo empuje y espiritu de servicio, y cuando pensó hacer la prueba se retiró inmediatamente decepcionado a lo suyo, porque machete en su vaina.
No estuvo solo en la causa de la Hermandad, porque trabajó junto a su hermano Ricardo, médico entregado a los ancianos que sirvió consecuente con sus ideales, y quien se adelantó a la marcha hace dos años. Ellos juntos compartieron el impulso, ganándose la fama de Hermanos Roca, porque se empeñaron en que el vecindario de San Francisco mantuviera su esencia.
La partida de los Hermanos Roca deja en la ciudad un gran vacío, aunque sembraron su pasión en un abundante colectivo de la nueva generación que dedican tiempo en medio de sus agendas de trabajo de sobreviviencia para continuar con el legado voluntario.
Adiós a Carlos, que se unió a su querido hermano en el viaje, y que en la otra vida pueda continuar gozando las emociones de la tierra escuchando sus marchas preferidas. Trasmito mi pésame a su familia, amigos y a la ciudad que ha perdido a uno de sus hijos entrañables, en el entendimiento de que seguiremos en las filas extrañándolo.
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