“México tiende a ser el lugar surrealista por excelencia. Lo encuentro en su relieve, en su flora, en el dinamismo que le confiere la mezcla de sus razas, así como en sus aspiraciones más altas”, le dijo André Bretón en una entrevista al legendario intelectual hondureño Rafael Heliodoro Valle.
Bretón había llegado a México, el 2 de abril de 1938, invitado por el gobierno de Lázaro Cárdenas a impartir una serie de conferencias sobre el arte moderno y, a la vez, para “escapar de la civilización europea, nacida de siete u ocho siglos de cultura burguesa y de podredumbre”, como había escrito su ex colega surrealista Antonin Artaud, dos o tres años antes, a su llegada al mismo país. Ambos buscaban la purificación que les podían ofrecer las milenarias culturas ancestrales mesoamericanas.
México se convertirá así en el lazo más fuerte de los surrealistas franceses (y europeos) con América Latina, con aliados como Octavio Paz, Luis Cardoza y Aragón, José Gorostiza, Diego Rivera, Alberto Gironella… En la más grande de “las grandes lejanías”, como llamaba Breton a esos territorios trastocados por el sueño, demasiado lejos del París de aquel entonces.
Dos días después de su llegada a México, Breton conoce a Diego Rivera y a Frida Kahlo y tiene una de las más grandes revelaciones de su vida: encuentra el surrealismo en su estado puro. Toda la búsqueda que él y su grupo habían emprendido 20 años antes, la ve de pronto resuelta en un cuadro pintado de manera “salvaje”, sin elucubraciones intelectuales o racionales, por una mujer para quien los delirios y las pesadillas tienen más de realidad tangible que de sueño.
“Cuando vio el autorretrato de Frida, Lo que el agua me dio (1934), Breton quedó estupefacto ante una obra de tal sofisticación surrealista, que en su mente hacía eco a una frase de su libro Nadja: ‘Soy el pensamiento sobre el baño en el cuarto sin espejos’. Ni por un momento consideró que el cuadro no tenía nada que ver con el surrealismo, sino que había sido realizado instintivamente”, escribe el crítico Salomón Grimberg, en el catálogo de la exposición México moderno. Vanguardia y revolución.
La pareja de artistas mexicanos alberga en su casa al revolucionario ruso, perseguido por Stalin, León Trotski. Este encuentro será fundamental para el porvenir del arte moderno y contemporáneo. Trotski, Breton y Rivera escribirán juntos esa especie de manifiesto titulado Por un arte revolucionario, en donde abjuran del realismo socialista y abogan por la capacidad transformadora del arte libre e independiente de proclamas políticas.
Frida le descubre a Breton el México oculto y el poeta surrealista fascinado, le propone una gran exposición de su obra en París (hasta entonces el trabajo de Frida es prácticamente desconocido). La pintora deslumbrada ante el ofrecimiento, se encierra un año a trabajar las obras que alimentarán la muestra.
Es el principio del fin de una relación que auguraba mejor destino.
El desenlace, la misma Frida se encarga de contarlo en una carta a su amigo y amante, el fotógrafo húngaro Nicolás Muray, en donde sus apreciaciones sobre el grupo surrealista son más que contundentes:
“… el asunto de la exposición es un maldito lío. Cuando llegué, los cuadros todavía estaban en la aduana, porque Breton no se tomó la molestia de sacarlos. Jamás recibió las fotografías que enviaste hace muchísimo tiempo, o por lo menos eso dice, no hizo nada en cuanto a los preparativos para la exposición, y hace mucho que ya no tiene una galería propia. Por todo eso fui obligada a pasar días y días esperando como una idiota hasta que conocí a Marcel Duchamp (pintor maravilloso), el único que tiene los pies en la tierra entre este montón de hijos de puta lunáticos y trastornados que son los surrealistas. De inmediato sacó mis cuadros y trató de encontrar una galería. Por fin una galería llamada Pierre Colle aceptó la maldita exposición. Ahora el hijo de puta de Breton quiere exhibir junto con mis cuadros, un montón de basura que compró en los mercados de México ¿qué te parece? […]
Bien, cuando hace unos días todo más o menos estaba arreglado, Breton de repente me informó que el socio de Pierre Colle vio mis cuadros y consideró que sólo será posible exponer dos, ¡porque los demás son demasiado ‘escandalosos’ para el público! Quería matar a ese tipo, pero estoy tan enferma y cansada del asunto que he decidido mandar todo al diablo y largarme de este corrompido París, antes de que yo también me vuelva loca. No te imaginas lo mula que es esta gente. Me da asco. Es tan intelectual y corrompida que ya no la soporto. De veras es demasiado para mi carácter. Preferiría sentarme a vender tortillas en el suelo del mercado de Toluca, en lugar de asociarme a esta mierda de ‘artistas’ parisienses, que pasan horas calentándose los valiosos traseros en los cafés, hablan sin cesar acerca de la ‘cultura’, el ‘arte’, la ‘revolución’, etcétera. Se creen los dioses del mundo, sueñan con las tonterías más fantásticas y envenenan el aire con teorías y más teorías que nunca se vuelven realidad. A la mañana siguiente no tienen nada que comer en sus casas porque ninguno de ellos trabaja. Viven como parásitos, a costa del montón de viejas ricas que admiran su ‘genio’ de ‘artistas’. Mierda y sólo mierda es lo que son”.
Este desencuentro que podría calificarse de fatal, quiebra esa relación que se anunciaba simbiótica entre México y el surrealismo, aunque no del todo. La influencia de este movimiento en la poesía, la pintura, el cine, el arte en general, será definitiva y se extenderá hasta nuestros días, cien años después, no solo en México sino en toda América Latina.
Por otra parte, México continuará siendo el refugio de muchos surrealistas de primera hora como Luis Buñuel, Benjamín Peret, Remedios Varo, Leonora Carrington, entre los más relevantes.
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