Una de las transformaciones que han definido la política global en las últimas décadas es el progresivo desmantelamiento del Estado. Muchos podemos recordar cómo a mediados de los setenta se aceleró una narrativa que veía al Estado como “el problema” y nunca como parte de la solución. A medida que ha pasado este tiempo, se ha visto cómo estas décadas se han caracterizado, de manera paralela, por una creciente precarización de nuestra vida. Hubo una época en la que se asumía que la generación siguiente iba a alcanzar un nivel de vida superior al que había logrado la precedente.
A medida que se ha experimentado este proceso de destrucción del Estado se ha hecho evidente la tragicomedia del individualismo extremo, aquel que sigue la atolondrada idea, defendida por Ayn Rand (1905-1982), de que el egoísmo es una virtud. Solo un pensamiento tosco puede sostener este pensamiento cuando una de las marcas de la ética es su esfuerzo de moderar la satisfacción de nuestros intereses en función de los intereses de los demás. Vivir en comunidad requiere de normas que protejan ese bien común cuya ausencia se hace más espantosa a medida que nos internamos en las crisis del presente, especialmente, la emergencia del calentamiento global. Y reconocemos ahora la necesidad del Estado, precisamente frente a ese caos que surge del triunfo momentáneo del ideal libertario.
La distopía neoliberal de la muerte del Estado parece materializarse y las consecuencias pueden verse en la caótica situación mundial. No es raro que gran parte del desconcierto actual se haya alimentado en el escenario de la nueva barbarie: el mundo digital. En este decorado, Javier Milei se convierte en un repentino referente del movimiento norteamericano MAGA (Make America Great Again). Vale recordar, en este contexto, que el desarrollo de la tecnología está exento de una regulación que reconozca el bien común.
Los que han demonizado al Estado —buscando no su mejoramiento, sino su desaparición— saben que el caos les favorece. El Estado, necesario para la administración y la dirección política de las sociedades, ha sido degradado bajo la figura del “Estado profundo”, una narrativa conspiratoria que ha logrado capturar la imaginación popular. Este discurso se falsea a partir de la misma dinámica de poder de la derecha extrema. ¿Quién puede creer que los billonarios libertarios van a preocuparse del bien de sus empobrecidos seguidores? Situados en nuestro país: ¿Quién puede creer racionalmente que la corrupta derecha guatemalteca contempla alcanzar el bienestar de la cada vez más precarizada sociedad guatemalteca?
Lamentablemente, muchas personas no son conscientes de estado de sumisión en el que se encuentra la noción de bien común. Como se sabe, muchas funciones del gobierno se han alojado en el sector de las organizaciones no gubernamentales, el cual constituye el único espacio en el que muchas personas conscientes de la problemática social encuentran un nicho para trabajar. Sin embargo, la función política que se desarrolla en estos ámbitos se desvincula de los proyectos de largo plazo que deberían constituir el objetivo del gobierno o del Estado y de los proyectos políticos que los animan. Cualquiera que haya trabajado en una organización no gubernamental sabe de los límites que imponen las agendas de los donantes.
En estos momentos en que es necesario movilizar la actividad creadora de la política, debe tomarse en cuenta que el ámbito del Estado debe superar el enfoque de expertos y consultores. Se deben fortalecer los cauces sociales que lleven a los cambios que necesitamos. Los consultores identifican parcialmente las causas de los problemas, pero, situados en el ámbito estatal, sus enfoques suelen debilitarse más porque no se ocupan de los mecanismos sociales de cambio. De esta manera, sus contribuciones se diluyen en medio de las vicisitudes de un poder estatal cada vez más debilitado.
Por lo dicho, hay que estar alerta para aprovechar los resquicios de acción que deja el presente. Desde mi perspectiva, una oportunidad valiosa se perdió cuando no se pudo articular una fuerza de cambio del país durante la movilización indígena del 2023. En ese sentido, se debe aprender de las lecciones del pasado inmediato. Las posibilidades del cambio pueden ir multiplicándose a medida que surjan nuevos retos. La necesidad de enfrentar el problema ambiental, el cual asume dimensiones locales y globales constituye un ejemplo de esto.
En consecuencia, es necesario que tomemos en cuenta que se necesita recuperar la política y reconstruir el Estado antes que la adoración de lo privado nos conduzca al fracaso definitivo.
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