La cruel locura de la extrema derecha

Jorge Mario Rodríguez

enero 8, 2025 - Actualizado enero 7, 2025
Jorge Mario Rodríguez

Uno de los rasgos más pronunciados de los últimos años en la escena política mundial ha sido el furibundo ataque de la extrema derecha a la democracia y a la justicia social. El comportamiento de los votantes —el mínimo componente de la ciudadanía moderna que todavía no nos ha sido arrebatado— se encuentra, para decirlo con la politóloga austriaca Natascha Strobl, en una tormenta emocional.

Las conspiraciones alimentan los sentimientos de desesperación. Según ellas, el calentamiento global es un engaño, las libertades fueron horadadas durante el tiempo de la pandemia, los valores occidentales se ven bajo ataque, la población blanca del Norte global está destinada a ser reemplazada por pueblos no blancos, las universidades llenan de ideas “comunistas” las mentes de nuestros hijos, entre otras ideas.

Es difícil dudar que gran parte de este descalabro tiene como ícono a Donald Trump. Desde su ascenso al poder, se ha consolidado el desfile interminable de personajes autoritarios: Duterte, Bolsonaro, Bukele, Milei. De hecho, los radicales latinoamericanos han entusiasmado al desequilibrado Musk. Este personaje—que algunos ya llaman el presidente Musk— se siente atraído al modelo de Bukele para tratar la criminalidad y al modelo Milei para despedazar al Estado.

Mientras tanto, el descontento se va deshojando en acciones inconexas pero explicables, como es el caso de los atentados de lobos solitarios. Se desestimula el pensamiento crítico al que se considera una actitud woke —término peyorativo que ahora ya se usa para etiquetar casi todos los enfoques progresistas. Ya ni siquiera se puede hablar de una ideología de la nueva derecha: simplemente no se piensa. Cualquiera que lea a un exponente de la nueva derecha —digamos, Agustín Laje— se dará cuenta del nulo rigor argumentativo.

Uno de los fenómenos que influyen más en la deriva reaccionaria es la desigualdad. Un informe reciente de Oxfam, hace ver que el 1% más rico concentra más riqueza que el 95 por cierto de la población mundial. No debe extrañar, por lo tanto, que la nueva derecha odie al Estado, en donde todavía opera el ideal del bien común. El libertarianismo ha impuesto una visión unilateral (negativa) de la libertad, la cual se concibe al margen de cualquier sentido de responsabilidad.

Sin embargo, ser libre no es hacer lo que se antoja, con la única limitación de no afectar a los demás. La responsabilidad es una experiencia que nos vincula con los otros, especialmente con los más vulnerables. La libertad, bien entendida, supone que somos capaces de dominar nuestros impulsos. No podemos ser libres dentro de una ideología que supone que todo tiene un precio: el mercado, por mucho que digan sus defensores, no organiza ningún orden dentro del cual el ser humano pueda encontrar sentido para su vida.

¿Cómo puede encontrarse sentido en un orden patológico condenado a su destrucción? ¿Muestra la derecha extrema alguna preocupación por el desastre ambiental y la distopía tecnológica? Si esto es así, ¿por qué debemos seguir actuando como estos billonarios quieren que lo hagamos? El caos y el desconcierto, como ya ha sido notado, se ha convertido en un dispositivo de gobernanza para las grandes mayorías.

Sin embargo, el deliberado camino de la locura política no puede transcurrir de manera tan suave. Tendremos ocasión de comprobarlo con la próxima llegada de Trump —y el mandamás Elon Musk— al poder. Después de todo, la política de la crueldad terminará afectando a esa masa de blancos empobrecidos que detestan al “Estado profundo”, mientras se someten a un orden de dominio que va más allá de toda conspiración. Por esta razón, los que defienden los ideales democráticos deben hablar con la sociedad enojada para buscar una solución a esta problemática generalizada.

Ya no se trata de avanzar con proyectos parciales que no logran mayores cambios. Es necesario rearticular las capacidades políticas de la sociedad. No es una cuestión de consultores, sino de liderazgos políticos que deben ser construidos a pesar de que se vive una época tan inhóspita. Al final, el caos también terminará bloqueando las agendas atolondradas de las derechas enloquecidas.

Nuestro país todavía puede hacer mucho si existe la decisión de actuar en un mundo que ya no puede concebirse como un archipiélago de países entre los cuales no se pueden tender puentes. Es hora de que los países que se preocupan por la democracia hagan causa común para salvar este modelo de gobierno, mostrando que se deben buscar nuevos medios para que la política no se vea influenciada negativamente por la derecha que ama exclusivamente al dinero.

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