Es un grupo de niñas y niños indígenas que no deben de llegar a los siete años. Bailan, en el acto escolar de la Independencia, La banda borracha, ese clásico vallenato del colombiano Rafael Wicho Sánchez, que el mexicano Mike Laure retomó a ritmo de cumbia. Ellas, coquetas y graciosas, vestidas con su traje regional, llevan un muñeco a tuto, amarrado con un perraje a la espalda. Ellos sujetan botellas vacías de licor y de cerveza con su mano derecha. Hacen muecas de que se las beben enteras y luego se mueven como si estuvieran ebrios de verdad. Supongo que es la forma de festejar de sus mayores y ellos solo la remedan. Se acogen a la tradición, por decir algo, que es lo que les piden cada 15 de septiembre: celebrar a la patria y todo lo que nos une a ella, lo que nos da orgullo de ser guatemaltecos. Hasta hace poco eran los tamales, los chiles rellenos, los sonecitos de marimba, ahora el lugar lo va ganando el guaro. La vivencia plena de la nacionalidad, según Tik Tok y otras redes sociales.
No son solo estos niños los que han encontrado en el chupe su conexión con la patria, desde hace algunas semanas los amigos no dejan de enviarme por whatsapp videos en donde la nacionalidad se mide por la cantidad de octavos de licor que uno sea capaz de ingerir. Si te quedás a la mitad del primero, le fallaste a los próceres y a su sacrificio y entrega por una nación libre, soberana e independiente.
“¡Qué viva Guate!”, gritaba mi tío Humberto, luego del primer trago, ese que raspa la garganta y pone en sintonía las vísceras y los sentidos para soportar los que vienen detrás.
No hay mucho qué decir al respecto, salvo que el espíritu patrio se nos cae a pedazos. O así me parece. Queda el guaro, que ayuda a soportar derrumbes de todo tipo. “En Guatemala solo se puede vivir bien a tuza”, dijo Miguel Ángel Asturias o algún malintencionado le atribuyó la frase. En realidad, no dijo tuza, sino una expresión más cruda y malsonante. La evito por cautela, para no alborotar a la galería en tiempo de fiestas patrias. Si algo nos identifica como guatemaltecos es la susceptibilidad con que abordamos cuestiones de nacionalidad y pleitos de borracheras.
Supongo que nuestro Premio Nobel de Literatura quería decir, con esta afirmación tan contundente, que en este país solo se puede vivir anestesiado o del todo inconsciente, que es un país duro de soportar, sin el auxilio de los embriagantes. Él tuvo que soportarlo a fondo en tiempos de Ubico, así que sabía de lo que estaba hablando. Asturias no decía estas cosas porque fuera un resentido o un mal guatemalteco. Si a eso vamos, se necesita demasiado amor a la patria para escribir Hombres de maíz, un libro que nos salva a todos de la ignominia. Leerlo en voz alta, los 15 de septiembre en la plaza central, sería un acto en verdad patriótico, muy lejos de los tambores y las trompetas, de esa rimbombancia militar propia de las dictaduras y los regímenes totalitarios.
Pero los guatemaltecos preferimos el aturdimiento que producen el ruido de los tambores y los efectos de los alcoholes baratos. Eso nos impide pensar en lo que somos o en lo que nos hemos convertido. Solo marchamos y marchamos, a ritmo de música militar, reguetón o merengue…
…“Caminando por las calles sin parar. De arriba abajo, de arriba abajo. Al poco rato que ya me sentía borracho, no pude encontrar lo que yo andaba buscando”, canta Mike Laure y las niñas y los niños siguen bailando. Celebrando a la patria.
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