Walter Benjamín, uno de los más destacados/as crítico/as culturales del siglo XX, abordó el desafío de la escritura en el contexto de una modernidad europea decadente y, de hecho, en crisis. En su reflexión sobre la crítica filosófica y cultural, Benjamín enfatiza el papel del/la escritor/a en la interpretación de la historia y la cultura. En Tesis sobre la filosofía de la historia, donde Benjamín nos ofrece una serie de reflexiones filosóficas y críticas sobre la historia y la historiografía escritas en 1940, Benjamín argumenta que la historia no debe entenderse como una progresión lineal y continua hacia el progreso, sino que debe ser vista desde la perspectiva de los/as oprimidos/as y los/as derrotados/as. Para Benjamín el trabajo de la crítica debe partir, siempre, desde afuera y desde abajo, con el objeto de desafiar las narrativas, fantasías, cuentos y relatos dominantes y examinar las historias y las experiencias desde la perspectiva de los/as oprimidos/as. Benjamín nos dice que el/la crítico/a debe “cepillar la historia a contrapelo” para revelar las verdades ocultas tras los relatos, las narrativas, las fantasías literarias o comerciales y las versiones oficiales y dominantes en política o economía. Su enfoque destaca, por tanto, la responsabilidad del/as escritor/a de ser un/a agente activo/a, autónomo/a y crítico/a en la configuración del entendimiento y desenvolvimiento cultural y social a través de la escritura crítica.
De modo similar, Antonio Gramsci, uno/a de los/as más influyentes teóricos críticos/as también del siglo XX, subrayó la importancia de escribir de manera crítica para fomentar una reforma moral e intelectual y para ensamblar rupturas con las relaciones hegemónicas del poder. En sus Cuadernos de la cárcel, Gramsci propone una versión particular del concepto de hegemonía, no solo como un fenómeno cultural, sino también como un proceso de creación de sujetos/as, tanto en el sentido de personas individuales (o individualizadas) como en el sentido de personas sometidas, pero creyendo que la sumisión es producto de su libertad. Para Gramsci, el punto de partida de toda reflexión, de toda escritura crítica y comprometida, debe ser una crítica a todo lo existente, una duda radical hacia los consensos dominantes, una ruptura que “regrese al pueblo” de donde deben partir los/as intelectuales orgánicos/as de los grupos subalternos. Para Gramsci, escribiendo desde la prisión fascista de Mussolini, es preciso vivir, escribir y actuar con “pesimismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad.” Lo que encontramos en Gramsci es, entonces, una propuesta de escribir de modo accesible y comprensible para los grupos subalternos, la gente pobre y trabajadora, los/as “condenados de la Tierra” de quienes también nos habló Franz Fanón, pues sólo así puede la pluma convertirse en un arma eficaz para la emancipación y la refundación social desde abajo. No basta pues con dirigir lo escrito a quienes entre los grupos subalternos no pueden leer o escribir. La escritura crítica se vuelve efectiva solo cuando logra articularse con las luchas emancipadoras, rizomáticas y rupturistas que buscan reinterpretar la realidad y promover una nueva concepción del mundo.
En mi libro La articulación posible. Principios gramscianos para una nueva política democrática, editado por F&G Editores y publicado en Guatemala en junio de 2024, asumo el desafío de escribir desde la perspectiva de las partes que no tienen parte. Partiendo de la coyuntura presente en toda la región latinoamericana, examino los principios, las posiciones y las estrategias que nos pueden permitir enfrentar los desafíos más agudos del presente y hacerlo partiendo, no de quienes se publicitan como paladines del éxito empresarial y del crecimiento económico corrupto, extractivista e insostenible, sino de sus víctimas.
Gramsci nos ha legado, aunque de manera inconclusa, una teoría de la hegemonía que ofrece una explicación de cómo los grupos dominantes mantienen su poder no solo a través de la coerción y la violencia, sino también mediante la construcción de consensos morales, políticos y culturales, incluso en tiempos de crisis y lo que Gramsci llama “colapso moral”. En la era de la globalización neoliberal, donde las prácticas y discursos económicos dominantes se presentan como las únicas alternativas viables para la humanidad, la teoría de la hegemonía de Gramsci nos brinda las herramientas para desenmascarar críticamente la construcción y el mantenimiento del consenso dominante. Además, nos permite comprender cómo, ante el fallo o debilitamiento del control hegemónico de grupos económicos neoliberales en alianza con grupos políticos corruptos, como ocurrió en Guatemala a partir de 2015, se vuelve posible ensamblar alternativas autónomas, críticas y rupturistas. Creo que el espacio aleatoriamente creado en 2023 con la elección y subsecuente instalación de un gobierno que se posiciona abiertamente como representante de una Nueva Primavera abre posibilidades para el ensamblaje de articulaciones posibles capaces de construir cambios profundos y duraderos.
Pero, como punto central de la teoría de la articulación, no hay garantía alguna de que los procesos, así como los cambios y las estrategias para lograrlos, vayan a tener éxito. Ya no hay “ontologías” sociales o políticas a las que podamos apelar “en última instancia” para guiar el curso de la historia desde abajo, desde un sujeto o clase particular o incluso desde el Estado. Todo está abierto. Todo es incierto. De ahí, precisamente, el imperativo de articular. Y, en la época de una restauración total de corrupción e impunidad que se inició en Guatemala en 2016 y se ha visto relativamente frustrada con la elección y subsecuente instalación en el poder ejecutivo de Bernardo Arévalo y Karin Herrera a partir de enero de 2024, cuando las perversidades del hecho y derecho que se multiplican como el cáncer de la posverdad entre los grupos que se rehúsan a actualizar su reloj, la teoría de la articulación sugiere que la apuesta debe ser por los/as de abajo, por las partes que no tienen parte, por quienes siempre han quedado en último lugar, por las víctimas de la dominación. Esa es la lección ética que aprendemos del trabajo de Gramsci y, más generalmente, de la Teoría Crítica. Eso es lo que propongo con la teoría de la articulación.
Benjamín decía en sus Tesis sobre la filosofía de la historia que:
Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo «tal y como verdaderamente ha sido». Significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro. Al materialismo histórico le incumbe fijar una imagen del pasado tal y como se le presenta de improviso al sujeto histórico en el instante del peligro. El peligro amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a los que lo reciben. En ambos casos es uno y el mismo: prestarse a ser instrumento de la clase dominante.
Algo similar podemos decir aquí con la teoría de la articulación: no se trata de interpretar el presente tal y como verdaderamente es – una pretensión objetivista imposible. Lo que es y significa el presente es en sí mismo parte de una guerra de posiciones. Lo que nos incumbe es fijar una idea del presente tal y como la misma se nos presenta en el instante de peligro: el colapso moral, la misera social, la gigantesca pérdida de biodiversidad, la amenaza de guerra nuclear y la crisis climática. Estos peligros también amenazan a prestarse para ser instrumentos de dominación. La audacia teórica es convertirlos en insumos para la emancipación.
Me alegra compartir que La articulación posible. Principios gramscianos para una nueva política democrática está siendo lanzado en FILGUA 2024, Foro Majadas, el viernes 12 de julio. Por ello, a diferencia de lo que expresó durante la inauguración del evento el escritor Francisco Pérez de Antón, a quien se dedica la feria en este ciclo, basta con recorrer rápidamente los muchos puestos de FILGUA para comprender que la profunda riqueza de este espacio cultural excede con mucho la imaginación puramente literaria. Se extiende mucho más allá de los cuentos, las novelas y la fantasía, abriendo un vasto reservorio de reflexiones sociales, económicas, políticas y filosóficas para la ciudadanía guatemalteca. Estas contribuciones tienen el potencial de enriquecer significativamente lo que el estimado teórico político angloirlandés Benedict Anderson, citado acertadamente por el presidente Bernardo Arévalo en su propio discurso inaugural, ha denominado “una comunidad imaginada.”
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