La Agenda 2030 Parte 2: La crítica desde abajo

Marco Fonseca     septiembre 28, 2024

Última actualización: septiembre 27, 2024 8:29 pm
Marco Fonseca

Aunque la Agenda 2030 de las Naciones Unidas ha sido ampliamente aclamada por su enfoque en el desarrollo sostenible y la erradicación de la pobreza, también ha sido objeto de críticas desde diversas perspectivas desde abajo, desde los movimientos sociales, indígenas, feministas y ambientales. En lugar de ver la Agenda 2030 como producto de una conspiración transnacional contra la soberanía de los Estados como lo hace la extrema derecha, las críticas desde abajo se centran en las limitaciones ideológicas (nunca hay una crítica a las estructuras de la propiedad, producción y poder neoliberal) y los presupuestos neoliberales (el individualismo, emprendedurismo y el consumismo) combinados con cierto humanitarismo y desarrollismo todo amalgamado en los programas híbridos (todo lo que se logra resulta después insuficiente o arruinado) en dicha agenda, particularmente los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS).

Una de las principales críticas desde la teoría crítica es que la Agenda 2030, a pesar de su lenguaje humanitarista y desarrollista, está profundamente enraizada en un marco liberal y capitalista. Este enfoque descansa sobre la base de lo que en la economía liberal llaman el “crecimiento económico” (pero que en la economía política crítica llamamos acumulación de capital) y la integración de los países en un mercado global (lo que en la crítica llamamos producción capitalista transnacional) como soluciones a los problemas del mundo. Incluso figuras destacadas de la “economía del desarrollo” como Jeffrey Sachs y Joseph Stiglitz quienes, por debajo de sus críticas a las excesos y descontentos de la globalización, de todos modos nunca abandonan muchos presupuestos elementales de la economía neoclásica (la forma académicamente respetable de disfrazar al neoliberalismo). Desde esta perspectiva, el desarrollo se concibe principalmente en términos de progreso económico, en base a agentes económicos esta vez, capacitados/as y facilitados/as como tales, mercados competitivos pero esta vez también entendidos como los mercados locales, rurales o regionales a los que agentes económicos pequeños, anteriormente excluidos como a las mujeres, ahora tienen acceso, información económica fácilmente y adecuadamente disponible pero esta vez distribuida por medio de programas de educación, capacitación, entrenamiento y competitividad entre grupos previamente excluidos, todo medido por lo que esperan sea una mejora en los indicadores como el PIB y el coeficiente GINI. Visto desde abajo, sin embargo, el desarrollismo humanitarista de estos programas puede beneficiar a alguna gente, pero no cambia las estructuras de propiedad, producción y poder más profundas y, por ello, perpetúa un modelo de desarrollo que no solo ha contribuido a las desigualdades globales y a la explotación de los recursos naturales, sino que rápidamente arruina muchos de los logros que se obtienen con estos programas superficialmente incluyentes.

Vista desde abajo, entonces, la Agenda 2030 no cuestiona fundamentalmente las estructuras de producción, propiedad y poder y las relaciones de dominación que sustentan al capitalismo globalizado. No hay duda que los objetivos de erradicar la pobreza, promover la salud y el bienestar para todos/as, agua limpia y saneamiento, ciudades y comunidades sostenibles, paz, justicia e instituciones sólidas, protección a los ecosistemas terrestres, así como acción para el clima y combate al cambio climático, etc. son, todos, objetivos absolutamente importantes. Pero al centrarse en la sostenibilidad dentro de un marco capitalista, la Agenda 2030 tiende a reforzar las mismas dinámicas que perpetúan la pobreza, la desigualdad, la destrucción ambiental y el empeoramiento de la crisis climática. En lugar de proponer una ruptura estructural con el sistema que ha llevado a las condiciones que hacen necesaria los ODS, la Agenda 2030 tiende a acomodar y gestionar los problemas dentro del sistema mismo, sin abordar las causas estructurales de las crisis sociales y ecológicas.

Además, la Agenda 2030 es criticada por sus limitaciones ideológicas, especialmente en términos de su capacidad para promover un cambio genuinamente democrático y participativo. Aunque los ODS incluyen metas relacionadas con la igualdad de género, los derechos humanos, y la participación social, los movimientos sociales señalan con razón que estas metas a menudo se abordan de manera elitista, como parte de programas internacionales de desarrollo y “promoción democrática”, dentro del contexto de cooperación para el desarrollo con ataduras y condiciones sin desafiar las bases ideológicas del capitalismo global o los presupuestos sobre propiedad, producción y poder juegan un papel central y que subyacen a la agenda.

Los movimientos indígenas, sobre todo los más comprometidos con la defensa del territorio, los recursos comunes y las comunidades, critican la Agenda 2030 por no reconocer plenamente sus derechos a la autodeterminación, autonomía y autogobierno. Muchos megaproyectos de desarrollo promovidos bajo la bandera de los ODS, como la construcción de infraestructuras o la explotación de recursos naturales, incluyendo la construcción de megarepresas a expensas del territorio y del medio ambiente, a menudo se implementan sin el consentimiento previo, libre e informado de las comunidades indígenas afectadas y sin respeto alguno a sus formas y costumbres de cuidado de los territorios. Desde el punto de vista neoliberal, estas formas y costumbres colectivas de cuidado del territorio y del medio ambiente representan un obstáculo para el “crecimiento económico” (léase acumulación de capital) y la “certeza jurídica” de los derechos de la propiedad y el capital nacional y transnacional. Encima de todo, muchos de estos programas están siendo implementados en el contexto de Tratados de Libre Comercio que imponen ataduras legales alrededor del alcance y naturaleza de las políticas públicas. Todo esto perpetúa un modelo de desarrollo extractivista que viola los derechos de los pueblos indígenas y las mayorías sociales y amenaza formas de vida social y medio ambiente que salen de los parámetros de la economía neoclásica (léase neoliberalismo). Si mucho hablan de “externalidades y fallas de mercado”.

Los movimientos ambientales también critican la Agenda 2030 por su enfoque en la sostenibilidad empresarial que, aunque necesaria, a menudo se queda corta en la práctica y en su implementación. Si bien la Agenda promueve la acción climática y la protección de los ecosistemas, los movimientos ambientales sostienen que estas medidas son insuficientes frente a la magnitud de la crisis ecológica y muchas veces constituyen un “lavado verde” de prácticas empresariales muy problemáticas y llenas de publicidad falsa. La continuidad de prácticas destructivas como la minería, los monocultivos (aunque hablen de “créditos verdes” para financiar proyectos y actividades de beneficio ambiental en otros territorios excepto los que ellos mismos destruyen), los megaproyectos industriales como carreteras o puertos, la agricultura industrial de exportación, muchas veces en nombre del “desarrollo sostenible”, revela una contradicción fundamental en el diseño y la implementación de los ODS.

Desde la perspectiva de los/as de abajo, “sostenibilidad” y Buen Vivir no son la misma cosa. Se trata de conceptos relacionados con el desarrollo, pero se originan en contextos y tradiciones distintas y reflejan diferentes enfoques y prácticas.

Comúnmente definida, la “sostenibilidad” se refiere a la capacidad de satisfacer las necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las suyas. Es un concepto clave en el discurso global sobre el desarrollo que se enfoca en equilibrar el crecimiento económico (léase capitalismo neoliberal), la equidad social y la protección ambiental. El objetivo teórico es asegurar que los recursos naturales se usen de manera que se mantengan disponibles para el futuro, evitando la degradación del medio ambiente y promoviendo un uso responsable de los recursos. Pero la sostenibilidad, como lo vimos arriba, es un concepto que deja intactas las estructuras y relaciones de poder, propiedad y producción que caracterizan las economías existentes.

Buen Vivir (Sumak Kawsay en quechua), por otro lado, es un concepto originario de las cosmovisiones indígenas de América Latina, desde Guatemala hasta los Andes, por todo lo que ha venido a llamarse recientemente Abya Yala. En lugar de centrarse en el crecimiento económico, el Buen Vivir implica el desarrollo de una economía para la vida, enfatizando los ensamblajes sociales y los proyectos políticos donde las personas, la comunidad y la naturaleza no se vuelven “externalidades”, sino que constituyen la interioridad y centralidad de las economías. Es, por tanto, una visión circular del bienestar que prioriza la vida en comunidad, la equidad y el respeto por la “Madre Tierra”. A diferencia del discurso y políticas de la sostenibilidad, el Buen Vivir no se basa en la idea de desarrollo sino en una vida plena, equilibrada y respetuosa con todos los seres y con la vida misma. Es, por ello, una filosofía liberadora que rompe con los presupuestos del capitalismo neoliberal.

En resumen, la Agenda 2030, a pesar de sus intenciones progresistas, es vista por movimientos sociales de abajo como muy problemática por perpetuar un enfoque desarrollista y neoliberal que no aborda de manera adecuada las estructuras de propiedad, producción y poder que, en principio, generan las crisis que la misma Agenda 2030 quiere ayudar a resolver. Desde la Teoría Crítica y los movimientos sociales de abajo, aliados en esta guerra de posiciones contra la hegemonía neoliberal que todavía prevalece en estos grandes acuerdos internacionales, se argumenta que para que el desarrollo sea verdaderamente sostenible y equitativo, debe ir más allá de las soluciones superficiales y reformistas, desafiando las bases del sistema global que reproduce la desigualdad, la injusticia y la crisis climática. Solo un enfoque rupturista, profundamente democrático, bien informado y crítico, que definitivamente integre las perspectivas de los pueblos indígenas, los movimientos sociales y las demandas ambientales puede aspirar a la erradicación de los males que, sin duda, también inspiraron y motivaron los Objetivos del Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030.

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