Una de las funciones irrenunciables del poder parlamentario, aquí llamado “Organismo Legislativo” o simplemente, el “Congreso”, es la de decretar impuestos y decidir cómo se gastan. Es una tradición occidental que se remonta a la “Carta Magna” inglesa (1215), cuando los señores feudales de la antigua Britania le dejaron claro al Rey que no podía ponerles impuestos sin su consentimiento previo, salvo que quisiera enfrentarlos con las armas. Cosa que llevaron a la práctica en 1649, cuando tras cortarle la cabeza al abusivo rey Carlos I, el díscolo Oliver Cromwell encabezó la efímera república inglesa (1649-1660); antecedente de la monarquía castrada que a la postre, para fortuna de los que hablan inglés, le sucedió. Esta tradición se expresó una vez más, de manera particularmente vehemente, cuando las trece colonias inglesas del Norte de América se independizaron violentamente del imperio británico, al grito de “no aceptamos tributación, sin representación”; aludiendo a que se les habían impuesto aranceles y otros impuestos ¡en Londres! sin ellos tener representantes en ese parlamento. El presupuesto de ingresos y gastos del Estado, pues, es algo a lo que un pueblo le da máxima prioridad, cuando los diputados, o miembros del parlamento, verdaderamente lo representan, pues han sido electos en distritos electorales en donde los representantes, unipersonalmente, se disputan directamente el favor de los electores de ese distrito. No como en esta democracia de fachada chapina, en la que nuestros “representantes” tienen una alta dosis de “colados” que se metieron al Congreso a través de “listas de anónimos listos”, pagando en efectivo o con favores políticos, por su “casilla”, en la planilla de un farsante “partido” del rígido oligopolio político. Ese que con reglas amañadas -diseñadas para cercenar cualquier desafío real a nuestro anciano régimen– se disputa el artificialmente abultado número de curules de nuestro Congreso.
Aún en las auténticas repúblicas democráticas, sin embargo, y como respuesta a los naturales apetitos del electorado, los parlamentos tienden a gastar mucho (para complacer a los votantes, que tienen un sinfín de necesidades insatisfechas), pero al mismo tiempo, a decretar insuficientes impuestos para pagar todos los gastos, pues los impuestos son, obviamente, impopulares. El resultado es el famoso “déficit fiscal”, que se cubre con préstamos del gobierno, o más modernamente, con “emisión monetaria sin respaldo”. Si el gobierno que emite moneda requiere de mucha “divisa extranjera” (por tener una economía pequeña y poco diversificada, en la jerga de los economistas), el déficit fiscal abultado recibe un “castigo” relativamente inmediato con la devaluación de su propia divisa y su concomitante “inflación importada”. Pero como “la vida no es justa”, economías relativamente auto-suficientes, como las de EEUU y el Japón, por ejemplo, pueden acumular grandes déficits en su propia moneda, sin tener ese castigo inmediato, aunque los economistas tradicionales despotriquen y pronostiquen “el inminente derrumbe del imperio”. De hecho, la llamada “Nueva Teoría Monetaria¨ (NMT) o “Moderna Teoría Monetaria” (MMT, por sus siglas en inglés), dice que dicha emisión monetaria deficitaria es inocua -o hasta positiva- siempre que la masa monetaria total no crezca más que la economía real y que “la deuda fruto del déficit” sea en la misma moneda que el país “acreedor” emite.
Esta tesis de la MMT hace que los economistas tradicionales “pongan el grito en el cielo” pues el actual paradigma del mundo académico los ha acondicionado sicológicamente a creer religiosamente en la “relación bi-unívoca” entre la “masa monetaria” y la “inflación”. Pero la evidencia histórica de las últimas tres décadas y pico, desmiente los temores del pensamiento económico dizque “clásico”. El Japón, por ejemplo, lleva un déficit acumulado en las últimas décadas de alrededor de ¡dos veces y media! su producto interno bruto (PIB), sin sufrir ni devaluación, ni altas tasas de interés, ni gran inflación. En los EEUU “el déficit acumulado” se está acercando a vez y media su PIB y eso hace que todos los dizque “economistas responsables” vengan pronosticando una debacle del dólar que nunca llega y con ella, “el inminente derrumbe del imperio”. De hecho, tras años de estudiar “la caída” del imperio romano de Occidente -que tuvo su origen en un inmanejable déficit fiscal- he llegado a la conclusión de que Roma no habría caído si hubiese tenido acceso al dinero fiduciario en el siglo III ddC. Pero en ese entonces, el público no confiaba más que en los metales preciosos como moneda y la aparición del dinero fiduciario (la emisión monetaria “inorgánica”) tardaría en aparecer otros mil años. ¡Ah! ¡Si Roma -a falta de emisión “inorgánica”- hubiese descubierto una gran mina de oro en el siglo III ddC, nos habríamos ahorrado los “mil años de oscuridad” de la Edad Media…! Pero no da un corto artículo periodístico como éste para ahondar mucho más sobre el tema; así que baste decir, amable lector, que la MMT es la base de la discusión académica sobre el manejo de la economía del futuro cercano; sobre todo porque hará posible la adopción del “ingreso básico universal” (UBI, por sus siglas en inglés), con la que las economías desarrolladas enfrentarán el creciente e inevitable “desempleo estructural” que la automatización tecnológica provocará…
Pero aquí estamos en Guatemala, aún sólo una pequeña economía productora de postres y consiguientemente tenemos una capacidad mucho más limitada para recurrir a la “emisión monetaria inorgánica”. No quiere decir esto que -como quisieran hacerle creer los archiconservadores locales- tengamos que imitar al “loco” Milei y su famosa “motosierra”. En Argentina, donde los políticos efectivamente han abusado de la deuda pública y la emisión monetaria inorgánica sin tener la profundidad económica de Japón o los EEUU, una “corrección” aguda de esos abusos y errores es inevitable, impuesta por la debilidad de su divisa. Pero en Guatemala, con las abundantes reservas en dólares con las que generosamente nos han dotado nuestros migrantes, tenemos mayor margen de maniobra que la mayoría de paises tercermundistas; y así, manejando inteligentemente las cosas, usando juiciosamente “nuestra tarjeta de crédito”, podemos empezar a transitar hacia una economía menos injusta y políticamente más sostenible. Socialmente mejor que esta economía elitista y excluyente que no le ha dado a la mayoría de la población ni hospital, ni escuela, ni transporte cotidiano decente; ni seguridad física y jurídica, ni techo, ni esperanza en un futuro mejor…
El asunto viene a cuento porque la ultra derecha guatemalteca, con sus instintos fascistoides a flor de piel, anda tratando de convencerlo a usted de que el Presupuesto del Estado recientemente aprobado en nuestro Congreso, es “la antesala de nuestra debacle”. No quiere decir esto que todo lo aprobado implícitamente en ese Presupuesto esté bien (y no lo estará hasta que no reformemos la Ley Electoral y de Partidos Políticos -LEPP- para de veras tener representantes legítimamente democráticos en el Congreso; que sepan distiguir entre lo necesario y lo superfluo, lo injusto de lo justo, y la inversión social legítima versus el robo descarado). Dicen los golpistas y sus farisaicos comparsas del pacto de corruptos (pdc) que la famosa aprobación del Presupuesto 2025 es “prueba” de que el gobierno de Arévalo “es igual de ladrón que los anteriores”; sobre todo porque los “listos” de siempre aprovecharon para recetarse un abultado -e impopularísimo- incremento salarial (que por lo menos, está a la luz pública, nó como las “mordidas” de antes). Pero no es así. El Presupuesto 2025 es una legítima victoria política del gobierno de Arévalo y del incipiente partido Semilla, que puede señalar “el cambio de rumbo” del país en el 2025, hacia una economía más democrática e incluyente…
Pero para quienes se sienten nerviosos, he aquí un “seguro” contra devaluaciones e inflación futura: tal como ha propuesto la senadora por el Estado de Wyoming, Cynthia Lummis, para los EEUU, el gobierno debe constituir una “reserva estratégica” expresada en Bitcoin; otro fenómeno incomprendido por las “vacas sagradas” del mundo financiero de esta parroquia, cuyos prejuicios pesan más que su capacidad de aprender. Como lo ha venido haciendo Bukele en El Salvador, anticipándose a que durante la administración Trump, el “Canchón” ordene vender sus reservas de oro para comprar Bitcoin (pues ya se metió con sus hijos a ese negocio, comprando ahora, todavía “barato”, en alrededor de US$100k la unidad). Los que sí saben de eso, especulan que el “precio de equilibrio” de los activos de “resguardo de valor” (usando como referencia la mitad de las tenencias de oro en el mundo), se acercan a un valor de ¡US$400k! por BTC en el corto plazo (2025). No digamos a largo plazo, cuando sabemos que la “emisión primaria” del Bitcoin es exponencialmente decreciente y llegará a un máximo de 21 millones de unidades allá por el año 2,140. El BTC llegará a precios estratosféricos cuando los EEUU empiecen a crear su propia reserva estratégica en la Administración Trump. Y al ser “reserva estratégica del dólar” fortalecerá aún más a esa divisa, por lo que “hay Imperio para rato”. Por eso, ¡pilas, BANGUAT! Junta Monetaria: salgan de su letargo y compren tres veces lo que ha comprado Bukele (unos seis mil BTC), o sea unos 18k BTC, antes de que asuma Trump el poder de la Casa Blanca. O cuando menos, “denle permiso” a los bancos privados guatemaltecos a que hagan sus propias reservas estratégicas privadas. No vaya a ser que como dice el “meme” del Bitcoin Office de El Salvador, a fines del año entrante venga Bukele “a comprar” Guatemala…
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