Leía la semana pasada en la versión dominical de The New York Times, una historia sobre dos latas de metal que fueron tiradas en un museo holandés. La pequeña crónica se titula: Art or Trash? It Can Be a Fine Line; pondría el enlace del respectivo texto pero sinceramente no sé si deje ingresar a la página, porque ahora resulta que hay que pagar por leer. “Si se fijan bien, descubrirán que las latas abolladas y vacías están pintadas a mano”, decía el museo al describir la obra. “Cada detalle se ha pintado sobre las latas con precisión utilizando pintura acrílica”.
¿Pero hasta donde algo se considera arte? La respuesta a esta pregunta es inherentemente subjetiva. No soy crítico de arte ni mucho menos curador. Según el museo, el malentendido había sido desafortunado, pero completamente comprensible: el “límite” entre el arte y la basura, efectivamente, es difuso. Y no solo lo es en un museo, sino también en el espacio de las redes sociales, en los discursos políticos, en comentarios periodísticos, y, hasta en la vida cotidiana. Según esta misma perspectiva, el arte no necesita imitar la naturaleza para ser valioso. No tengo idea de cómo funciona todo eso.
El arte abstracto surge a principios del siglo XX, con artistas como Wassily Kandinsky, Mark Rothko (uno de mis preferidos) y Jackson Pollock, aunque sus raíces se pueden rastrear hasta finales del siglo XIX. Caracterizado por su renuncia al figurativismo, el protagonismo de los elementos plásticos, y su estética; libera al arte de la subordinación. Una de las características a destacar del arte abstracto es su capacidad para provocar una respuesta emocional. O al menos eso es lo que dicen. A través de su aparente simplicidad o complejidad, estas obras pueden evocar cualquier tipo de sentimientos. Pero apuesto que soy la persona menos indicada para hablar de eso.
Actualmente, el valor del arte parece depender más de una narrativa o de una explicación que de su forma intrínseca o estética, así como todo en la vida. Y esto, aunque parezca raro, no es necesariamente malo, pero llega a ser revelador. Nos hemos acostumbrado a que el arte se perciba como un gran desafío a nuestra comprensión y a que se nos pida participar en un acto interpretativo que muchas veces se siente más como un desacertado acertijo que como una experiencia estética.
La ironía de que las pobres latas hayan terminado en la basura no es menor. ¿Cuántas veces han pasado situaciones similares sin que nos demos cuenta realmente? Ideas, propuestas, personas, quedan descartadas en el día a día porque simplemente no sabemos cómo verlas, y cómo comprenderlas en el contexto actual.
Así qué, ¿es o no arte?
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