En una época de “tiempos interesantes” donde las tradicionales líneas políticas divisorias parecen desvanecerse, nos encontramos, según el famoso filósofo esloveno Slavoj Žižek, en un momento de “democracia pospolítica”. En este contexto, incluso en Europa, “la antigua división entre un centro-izquierda socialdemócrata y un centro-derecha conservador cede paso a un conflicto entre la política y la pospolítica”.
En Guatemala los impulsos rizomáticos, transformadores y refundacionales nacidos de las protestas ciudadanas de 2015, incluyendo una nueva aunque muy tímida expresión socialdemócrata que se vio aleatoriamente electa en las elecciones de 2023 y que ahora ocupa solamente una parte del poder, se encuentran hoy confrontados por una amenaza golpista que parece desafiar la propia esencia de la verdad y la justicia. Desde 2016, en el campo infame de la restauración corrupta, encontramos a un bloque de actores del viejo y podrido espectro político tradicional incluyendo algunas facciones ultraconservadoras, sobras de las viejas aplanadoras, sobrevivientes casi supernaturales de un modelo netamente criollo de centrismo que supuestamente gobernó el país durante Colom y que hoy sigue espantando a la república, así como nuevas formaciones políticas de la indecencia y la banalidad. Este bloque restaurador también coquetea a conveniencia con la forma trumpista del populismo y el discurso ideológico de la posverdad, donde la impunidad se disfraza de justicia y la justicia es vilipendiada como impunidad o abuso de autoridad. Esto es lo que Antonio Gramsci califica como una situación de “desorden moral”.
A nivel global, lo que Žižek describe como un escenario apocalíptico, el capitalismo neoliberal globalizado se aproxima a un “punto cero” catastrófico. Los “cuatro jinetes” de este apocalipsis moderno son la crisis climática y ecológica, las consecuencias de la revolución biogenética e informática, los desequilibrios internos del sistema -tales como los problemas de la propiedad intelectual y las luchas por recursos básicos como materias primas, territorios, alimentos y agua- y el crecimiento explosivo de las divisiones, exclusiones y rupturas sociales. Estas crisis se intensifican especialmente en el Sur Global, en países como Guatemala que se enfrentan a la voracidad de un modelo económico extractivista y neoliberal acorazado por la compra y cooptación del sistema político.
En Guatemala, el escenario global que pinta Žižek no es una simple abstracción académica, sino algo dolorosamente concreto y real. Aquí, en esta periferia semicolonial del capitalismo globalizado, es donde lo que Gramsci llama los “grupos subalternos” sufren desproporcionadamente, donde las crisis estallan con más frecuencia y donde la resistencia se hace más férrea y feroz. La realidad guatemalteca, con su rica y bella diversidad así como sus profundas desigualdades, ofrece un microcosmos de los desafíos globales y una oportunidad única para que, articulados/as, los abordarlos desde la raíz.
A través de esta columna, me uno a otras voces críticas que ya tienen un espacio en este y otros medios y, con ello, busco también contribuir ideas que a menudo son silenciadas o ignoradas en el debate público. Busco traer a la luz las perspectivas de las partes que no tienen parte en la esfera pública y usarlas como espejo para el poder. Busco proponer soluciones que quienes ostentan el poder nos dicen que son imposibles. Pero nuestro objetivo no debe ser solo analizar o describir escenarios, sino actuar activa y articuladamente para cambiarlos. En una era donde la información es tan accesible como manipulable, nuestro compromiso debe ser con la verdad, la justicia y la equidad.
En la Nueva Primavera de la que en este momento histórico somos parte, este será nuestro granito de arena para contribuir a democratizar la esfera pública y buscar, junto a muchos/as otros/as, que este país se vuelva un lugar donde la justicia no sea solo un colorante de las infamias, sino un componente orgánico de nuestra realidad.
Hoy más que nunca, la acción informada, comprometida y audaz es crucial. Invito a todos/as los/as lectores/as a vincularse a estas conversaciones, a aportar sus ideas, a articular alternativas, a imaginar otra Guatemala posible. Juntas/os podemos enfrentar los desafíos apocalípticos de nuestra época y ensamblar un futuro más justo y sostenible para todos/as. La historia nos observa y nos invita a ser protagonistas del cambio. Una posición auténticamente comprometida no se repliega o retrocede ante estos desafíos. Al contrario, consciente de los horrores que el apocalipsis social, político y climático del presente supone, debemos usar estas crisis como oportunidades para el cambio social. Ya no hay espacio ni tiempo para la indiferencia o el cinismo.
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