La reciente aprobación del Presupuesto General de la Nación para 2025, con un monto cercano a los Q150 millardos, parece ser, una vez más, una oportunidad perdida para abordar los problemas estructurales que afectan la calidad del gasto público en Guatemala. Aunque el debate ha estado dominado por las cifras y el tamaño del gasto, la discusión sobre los resultados que se esperan de esta inversión ha quedado relegada. Es evidente que el enfoque sigue limitado a los riesgos macroeconómicos y al cuestionable proceso que llevó a su aprobación, en lugar de plantearse cómo este presupuesto transformará la vida de los ciudadanos. Pareciera que hemos caído en una trampa narrativa donde lo único importante son las etiquetas de los rubros, mientras los resultados reales pasan desapercibidos.
El presupuesto no debería ser solo una lista de cifras; debe reflejar prioridades claras para el desarrollo del país. Sin embargo, sectores clave como la educación presentan resultados desalentadores. A pesar de los incrementos presupuestarios, el rendimiento escolar sigue estancado. Según datos del CIEN, entre 2015 y 2018 el porcentaje de estudiantes con un nivel satisfactorio en lectura apenas aumentó del 27% al 30%, mientras que en matemáticas prácticamente no hubo mejora. Este problema no se debe solo al dinero asignado, como suelen argumentar ciertos sectores, sino a una gestión ineficiente del gasto. Gastar más no significa necesariamente lograr más. Sin mecanismos claros de evaluación ni una planificación adecuada, lo único que podemos afirmar es que se gasta, pero no que se avanza.
Desde hace más de una década, Guatemala cuenta con un mandato para implementar la Gestión por Resultados (GpR), pero sigue siendo una promesa incumplida. En términos sencillos, la GpR busca que cada quetzal gastado tenga un objetivo claro y un impacto medible. Esto significa planificar con metas concretas, ejecutar con eficiencia y evaluar constantemente si los recursos asignados están mejorando las condiciones de vida de la población. Por ejemplo, en lugar de decir simplemente “gastamos más en educación”, la GpR debería permitir responder preguntas como: ¿cuánto aumentaron los ingresos laborales de los estudiantes gracias a las mejores competencias adquiridas? ¿Cómo estas mejoras en la educación contribuyeron a reducir la pobreza en las comunidades? En esencia, se trata de evaluar el impacto final del gasto público, asegurándose de que cada quetzal invertido transforme las condiciones de vida de las personas, y no solo de contabilizar productos entregados o servicios prestados. Sin este enfoque, gastar más es solo una ilusión de progreso.
Parece tarde para lamentos. El descastado burel, abatido por una precisa estocada, ya es arrastrado por las engalanadas mulillas rumbo al desolladero. Sin embargo, no del todo. En los chiqueros, un nuevo toro, el presupuesto 2026, se prepara para saltar al ruedo; mientras tanto, en los toriles esperan los toros que protagonizarán las próximas corridas: los presupuestos 2027 y 2028. Más allá, en la ganadería, se crían y seleccionan los toros que pisarán el ruedo en temporadas futuras: 2029, 2030, 2031 y más allá.
El debate sobre el presupuesto debe desplazarse del monótono enfoque en el monto del gasto hacia las personas; de las asignaciones al impacto real en la vida de los ciudadanos. Cada quetzal gastado debería responder preguntas fundamentales: ¿qué cambio medible esperamos en la pobreza, en la educación, en el desarrollo económico? ¿En qué región específica y para qué grupo objetivo? Sin estas preguntas, el ciclo de presupuestos que prometen mucho y cumplen poco seguirá repitiéndose.
Cambiar el sentido del debate no es fácil, pero es urgente. Dejar de ver el presupuesto como un problema de números. Mover la discusión de las cifras a los resultados, de las asignaciones a la eficiencia, de la retórica a la acción. Solo así se podrá garantizar que cada quetzal invertido realmente mejore la vida de los guatemaltecos. Mientras no rompamos la inercia de la mala gestión pública, seguiremos asistiendo a corridas cada vez más decepcionantes.
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