La filósofa Adela Cortina, creadora del término de la aporofobia (rechazo al pobre) sorprendió a un auditorio repleto de españoles cuando expresó que “me preocupa tanto la corrupción como la incompetencia”, porque son dos males que cuando no hay fe, provocan un daño inmenso a la sociedad.
En el mundo descreído actual, se falta sin vergüenza a la palabra empeñada. Todavía recuerdo la costumbre guatemalteca de llegar a acuerdos para la compraventa de un inmueble al crédito con un apretón de manos, por ejemplo, porque no se rompía la palabra ni por el doble en efectivo y al instante. Lo cerrado, había quedado cerrado por la palabra. Hoy hace falta la intermediación de abogados y honorarios, de promesas ante terceros, de firmas y sellos, y con todo eso, persiste la desconfianza hasta que la escritura queda inscrita. Y como en la relación de las personas sin credo lo único que impera es el “yo te doy si tú me das algo a cambio”, porque somos un pueblo con ADN de comerciantes, entonces el pegamento es el beneficio, pero no el común sino el particular de las partes, cada uno está pensando en lo que obtiene del otro. ¿Quién pierde en la negociación? Pues, el que no tiene nada qué ofrecer a los demás. El pobre, pobre, en lo económico y demás, no tiene manera alguna de participar como actor en el juego.
Entre los creyentes siempre hay un algo más allá de la realidad, y por lo tanto miden sus actos por la conciencia que los guía, pero esto no significa nada para quienes consideran la vida como un corto trecho que va del nacimiento a la muerte, pues se dedican a la búsqueda de comodidades, seguridad y poder, no les importa el futuro sino el instante.
“Lo bueno no se puede imponer”, nos recuerda Cortina, autora de la Ética mínima, “es opción personal”.
La política debiera de sustentarse en el beneficio colectivo, pero en realidad pareciera que cada quien jala agua para su molino y así, a los pobres sólo les va quedando el voto para negociar, lo que favorece los actos de corrupción. Es por eso muy importante aprender a diferenciar entre el político bueno, que se preocupa por los demás, y los tigres que velan por ellos mismos.
Los peores en la política son los que andan polarizando, siempre en contra, cuya meta es no dejar hacer nada a nadie, obstruir, buscar la astilla en el ojo ajeno, aunque ellos tengan clavado un tronco en la pupila. Nada dispuestos a dialogar y llegar a la búsqueda de acuerdos de beneficio colectivo, sino dedicados a entorpecer los procesos, sacando a luz la incompetencia que congela el desarrollo.
Tanto daño hace a un país la corrupción como la incompetencia. Cuidado con las promesas de no corrupción, porque no basta, se necesita además ser competentes, para cumplir lo acordado con vigoroso apretón de manos.
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