Una sensación recurrente que se ha fortalecido con el paso acelerado de nuestro tiempo es que se ha posado una neblina cerrada sobre la política que no permite avizorar el rumbo que necesitamos seguir para escapar de la complicada crisis contemporánea. A nivel mundial, esa sensación adquirió solidez con la anómala llegada al poder de Donald Trump y la seguidilla de dictadorzuelos que desean ser conocidos por la irracionalidad de propuestas que, al final, despiertan el entusiasmo de gente enardecida por la precariedad del neoliberalismo globalizado.
Guatemala vivió una breve época de esperanza con el movimiento anticorrupción iniciado en 2015, el cual fue apagado por las maquinaciones del poder que, aunque sea visible, opera en las tinieblas. El extremo de putrefacción se vivió con el gobierno delincuencial del sanguinario Giammattei y su séquito de psicópatas. Los grupos que se beneficiaron de este gobierno de la vergüenza pugnan por regresar al poder para saciar lo que de por sí es insaciable: la ambición de los corruptos.
Ahora bien, la prueba de la debilidad de tales afanes se puede visualizar en el mismo hecho de que las fuerzas de la corrupción se encuentren bajo el inflado liderazgo de Consuelo Porras. El ejercicio de esta funcionaria, quien solo se ha destacado por la manipulación de la institución que dirige para hacer que triunfe la ridícula idea de un fraude en las pasadas elecciones, es prueba palpable de la putrefacción institucional del país.
Es necesario explicar el poder que tienen estos grupos para hacer creer a la población que hubo fraude electoral, cuando lo que realmente sucedió fue que la manipulación de las elecciones no les salió como lo habían planeado. Para comprender este proceso siempre hay que ir más allá de lo que se muestra en la superficie. Es indispensable dar cuenta de este reavivamiento del descaro y la maldad.
Para el efecto, se puede recordar un punto que fue enfatizado por la filósofa Hannah Arendt cuando cubrió para The New Yorker el juicio contra Adolf Eichmann, un oscuro burócrata que tuvo a su cargo la organización del traslado de los prisioneros judíos a los campos de concentración en la Alemania nazi. Como parte de su defensa, este individuo adujo la ahora familiar excusa de que solo se limitaba a seguir órdenes. Esto hizo ver el papel que juega la falta de reflexión en la generación del mal. Para entender este fenómeno, Arendt habló de la “banalidad del mal”. Desde entonces, se ha creado una interesante literatura que trata de explicar las razones que llevan a las personas y sociedades a abandonar cualquier atisbo de racionalidad moral en su trato con los semejantes.
La pregunta que se plantea ahora es: ¿Qué es lo que está promoviendo el retorno de las concepciones más extremas dentro de las sociedades contemporáneas? Se podrían ejemplificar estos retrocesos con algunas de las “ideas» de personajes como Trump, Bolsonaro o Milei. Parte de la respuesta, en mi opinión, es que estamos emigrando hacia el mundo virtual. En un abrir y cerrar de ojos de orden histórico la vida humana se ha transformado y los cambios respectivos apenas se empiezan a perfilar cuando los ojos se acostumbran a la nueva realidad. En este proceso se ven los efectos concretos de nuestra dependencia de las redes sociales, en particular, la evidente erosión de la capacidad crítica que ahora es tan necesaria. La inmersión en el mundo virtual ha recortado nuestras capacidades de concentración, de razonamiento, de interés por el mundo real, entre otras.
En este sentido, creo que el pacto de corruptos está aprovechando ese tipo de abismo moral que se encarna en las redes sociales. Por tanto, se debe actuar en ese frente de manera que la ciudadanía tome conciencia del poder de manipulación de las redes sociales. Muchas personas todavía ignoran que algunos de los contenidos que se difunden por las redes sociales están diseñados precisamente para manipular la opinión pública en favor de los intereses inconfesables del pacto de corruptos. Con todo, cada vez los ciudadanos guatemaltecos se percatan más del tramposo juego virtual de los corruptos.
Debo confesar que no he podido exprimir mi fantasía lo suficiente como para imaginar el nuevo reinado de los corruptos. La gente tiene que recordar que los más interesados en hacer caer al gobierno son los sectores que nos han llevado a la actual miseria. Pero parece obvio que ya sabemos quiénes son, por qué quieren regresar al poder y de qué son capaces. ¿Seremos capaces de querer volver a caer en sus manos?
Y hay que insistir en lo mismo: el nuevo gobierno debe encarrilarse en el camino de honrar las promesas que hemos creído. Y una de estas es que deseamos dejar en el basurero de la historia a ese rebaño de personajes que se entusiasman con el mal y el caos.
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