Lo que tenía que pasar, pasó. Joe Biden, el octogenario presidente norteamericano, renunció a la candidatura por el partido Demócrata en las próximas elecciones generales de noviembre de los EEUU, al constatar que su pertinaz negativa a declinar podría resultar en un descalabro electoral que arruinara todo su legado. A pesar de (i) haber logrado impedir una re-elección de Donald Trump en el 2020; de (ii) haber conducido la reversión de la contracción económica que produjeron las medidas anti-pandémicas del Covid; y de (iii) haber reconstruido la alianza atlántica que previamente había corroído Trump, abriendo las puertas a la invasión de Ucrania por Putin; su “elegibilidad” venía en picada. Particularmente, tras su penoso desempeño durante el último debate televisado con su abusivo y malcriado adversario republicano, ante más de cincuenta millones de tele-espectadores del norteño país.
Toda esta saga acontece en momentos en los que todo parece favorecer al cultista movimiento político que encabeza Donald Trump. La base del movimiento MAGA (“Make America Great Again”), está constituida por una gruesa proporción de los sectores más desfavorecidos y menos educados de la población blanca de los EEUU (un 25-30% del electorado), entre quienes solapadamente se cultiva un temor racista a la inmigración, para generar una actitud de rechazo tribal que se pueda capitalizar en las urnas. Así, Trump declara que los demócratas “han abierto las fronteras” para que por ahí se cuelen “criminales” y “sicópatas escapados de instituciones de enfermos mentales”, que vienen “a quitarles el trabajo”, a degradar la cultura y a “envenenar la sangre” (!) del pueblo estadounidense. Esto, aunque una iniciativa de Ley bi-partisana que trabajosamente se había consensuado para regular inteligentemente el fenómeno, haya sido desechada hace unos meses en el Congreso por órdenes de Trump a sus incondicionales (para mantener el tema sin resolver, a flor de piel, entre la opinión pública). En ese contexto, de nada sirve tratar de presentar contra-argumentos racionales, como señalar que las estadísticas indican que los inmigrantes recién llegados tienen una propensión al crimen menor al del ciudadano promedio; o que llegan a hacer los trabajos que los ciudadanos actuales declinan hacer (como limpiar inodoros, hacer camas de hotel o cosechar tomates, en un extremo; o hacer trabajos técnicos en los que previamente hay que estudiar mucho, en el otro); o que uno de los factores más importantes para explicar el desempeño positivo de la economía norteamericana es, precisamente, que la inmigración compensa la contracción asociada al declive demográfico de otros sectores poblacionales del país. No hay argumento que valga frente al temor exacerbado de esos ahora glorificados “hill-billies” (montañeses blancos) de que están siendo invadidos por “una ola de color café”. Ellos sólo ven que quien les sirve la hamburguesa, les cobra en la caja del supermercado, les autoriza un préstamo bancario, o trabaja en una computadora de la NASA, es, cada vez más, un inmigrante “de color café” y que frecuentemente, habla el español mejor que el inglés. Que son quienes hacen la jardinería, o los trabajos de plomería en las casas de los suburbios y que además, han hecho aparecer restaurantes y taquerías de comida “exótica” por todos lados… y que “seguramente”, están detrás “del incremento” del robo, del tráfico de drogas y en general, del crimen común en las ciudades (que según los números oficiales, ha declinado consistentemente, desde los 90’s). Por eso aplauden cuando Trump les vuelve a ofrecer que “terminará el muro” (que por cierto, “no le pudo cobrar” a México, como ofreció) y que hará la redada de inmigrantes ilegales más grande de la historia, para echar a unos ¡quince millones! de “mojados” por “el hoyo de mierda” de donde salieron…
A esos votantes en la base de la pirámide social, se añaden otros grupos cínicos y poderosos, como algunos “hombres de negocios” que aborrecen toda regulación y cualquier impuesto; entre ellos, han cultivado varios mitos, en contubernio con el maestro de las “fake news”, que dicen, por ejemplo, que bajo la administración Biden “la inflación se ha salido de control” y que la gente lo constata al ir a los supermercados o al llenar el tanque de gasolina de sus carros. Esto a pesar de que -según la “Investopedia”, para tomar la palabra de un observador independiente- la inflación anual fue 7.0%, al finalizar el 2021; 6.5%, al finalizar el 2022 y 3.4%, al finalizar el 2023; y 3.0% (anualizado) al 30 de junio del 2024. Se añaden, también, grupos de religiosos fundamentalistas que pretenden prohibir el aborto legal aún en el caso de que una madre adolescente haya sido embarazada por una violación o un incesto; además de reprimir con el poder del Estado -en muchos casos, hipócritamente- cualquier manifestación de diversidad sexual. También políticos mercenarios, incapaces de contradecir al nuevo “máximo líder” por temor a “la reacción de la base”, como cuando se intenta regular la adquisición de armas de asalto por cualquier loco que ande suelto; y hasta académicos, que saben que Trump es un truhán, pero que hará -dictatorialmente- “cosas” que les convienen. Entre ellos, que saben que el famoso Donald ha sido encontrado culpable judicialmente de asalto sexual, de fraude bancario y tributario, de comprar medios de comunicación para que le oculten sus faltas de carácter y que incitó a una turba para intentar -por primera vez en la historia de esa república- de impedir la pacífica transmisión del poder conforme al resultado obtenido en las urnas, aplican aquella frase de F.D. Roosevelt cuando dijo que Tacho Somoza era “un hijo de puta”, pero que era, al fin y al cabo, “nuestro hijo de puta”. Todos ellos aplauden cuando Trump ofrece retirar su apoyo a Ucrania y dejar “que los europeos se defiendan solos” frente al asalto de Putin, pues consideran -ingenua o maliciosamente- que el “impacto fiscal” de esa política exterior debilita las finanzas norteamericanas y que sólo favorece -coincidiendo con el discurso de las izquierdas nostálgicas- al “complejo militar-industrial”, que supuestamente es el que de veras ha gobernado, hasta ahora, a los EEUU. Desconocen, abiertamente, el poder disuasivo que la OTAN ha tenido para evitar guerras. Para “ponerle la tapa al pomo”, también algunos ingenuos cultistas del Bitcoin están entusiasmados con una supuesta actitud “más amigable” del equipo de Trump en relación a las criptomonedas y así, aunado al efecto que el abominable intento de asesinato tuvo –“lo tocó el dedo de Dios”, dicen sus panegiristas- el ascenso de un Mussolini americano al pináculo del poder mundial parece una ominosa realidad inminente…
Pero en los EEUU hay mucha gente culta, inteligente, talentosa y comprometida con sus instituciones republicanas, que contemplan, con horror, el prospecto de un retorno del bribón MAGA a la Casa Blanca. A grupos de esa gente se debe la presión que se hizo para forzar a Biden a declinar su candidatura. Son, entre muchos otros, académicos, periodistas, empresarios, artistas y simples ciudadanos avergonzados por el rol que se le ha permitido jugar a Trump en la política norteamericana, quienes ahora intentarán incidir en la selección del mejor candidato que las circunstancias permitan, para enfrentar al “desafío existencial” que Trump representa para su democracia. A pesar de que los simplones corifeos del movimiento MAGA los acusen de ser “Woke”, o “chairos”, como les dirían aquí, el despertar del miedo al desastre empieza a manifestarse, con el apoyo de la mayoría de los países aliados a EEUU, igualmente aterrorizados. El anquilosado partido Demócrata está siendo sacudido internamente para responder al desafío. Sus escleróticas estructuras de poder interno se opusieron inicialmente a la renuncia del candidato oficial y posteriormente, han venido intentando imponer una “coronación” de Kamala Harris, como “heredera” de Biden, sin proceso competitivo alguno. Pero “no está la Magdalena pa’ tafetanes” y algunas fuerzas dentro del partido propician una Convención “abierta”. Lo corto del tiempo, producto de esas mismas resistencias de la estructura partidaria, reduce las posibilidades de que el proceso se “abra” mucho, permitiendo una verdadera competencia por la candidatura presidencial; pero en el peor de los casos, la selección del Vice-Presidente forzará un saludable remezón de las prácticas partidarias internas, para permitir que aflore el abundante talento político joven, ahora y en el siguiente ciclo. Una vez pasada la Convención (que está programada para terminar el próximo 22 de agosto), todo el mundo democrático “cerrará filas” en torno a la persona que resulte “ungida” por la Asamblea partidaria. Y es de esperar una muy agresiva campaña por capturar los corazones y las mentes del votante de a pie, entre los que aún hay un significativo porcentaje de indiferentes e indecisos. Así que como decía el recordado “Buck” Canel en mis días de estudiante de secundaria, cuando “la serie mundial de béisbol” se transmitía “por onda corta”: “el bateador lleva tre’ bolas y do’ estraik’ y tiene las bases llenas; de manera que ¡no se vayan, señora’ y señore’, que e’to se pone bueno!”.
Esa filosofía beisbolística también se aplica al cuadro político nacional, en el que el pleno del “pacto de corruptos”, con la bendición de “la mayoría de la minoría”, le apuesta al candidato MAGA. Aunque por su fenotipo serían vistos por Trump con el mismo amor con el que el canchón vería a un “zompopo de mayo” servido en su plato como “delicatessen oaxaqueña”, son ridículos “trompistas tropicales”. Sueñan, ingenuamente, que Trump recuerda dónde queda Guatemala en el mapa y que apoyará un cambio en la política bi-partisana de combate a la corrupción en el tercer mundo. Que se prestará a su ansiado pero frustrado golpe de Estado. Mientras tanto, cabe recordar, que al hasta ahora maniatado gobierno de Bernardo Arévalo -quien a pesar de todo ya logró hacer los cambios en la estructura jerárquica del Ejército que él buscaba y adversaban los golpistas- está apenas al inicio de su mandato. O sea que aún le quedan las 7/8 partes de su período, para hacer los cambios para los cuales el pueblo lo eligió…
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