Dos viernes al mes nos reunimos para pasar momentos divertidos. El grupo es más o menos grande, pero somos diez los más constantes. Tenemos entre 16 y 22 años. Hay menos chicas que varones, pero fue una chica, mi buena amiga Mariana, quien me invitó a participar en estas tertulias.
Un día nos reunimos en la casa de Mariana precisamente. La pasamos bomba. Hubo comida para todos los gustos, jugamos en el jardín y bailamos muchísimo. La fiesta terminó de noche y fui el último en despedirse. La otra vez salimos a almorzar y teníamos la mesa más grande y divertida del restaurante. Contábamos chistes y anécdotas graciosas destornillándonos de la risa.
El viernes pasado decidimos ir al cine a ver Deadpool. Mi hermana Helani no estaba muy de acuerdo. Ella la vio un día antes y aunque le pareció muy buena y con sentido del humor, pensó que era demasiado violenta. “Es que la sangre casi que te salpica desde que comienza”, me dijo. Pero le expliqué que las decisiones de a qué restaurante ir o cuál película ver las tomábamos por votación y que la mayoría lo decidió y que, de todas formas, esas cosas no me asustaban. Y así fue, aunque más que ver la película nos dedicamos a compartir los poporopos y jugarnos bromas en silencio para no distraer al público.
Por lo general nos acompaña algún adulto, por cualquier cosa. Esta vez fue Silvia una señora terapeuta que me atendió cuando fui muy pequeño. De hecho, fue terapeuta de varios de los chicos del Club Down de los viernes, así que nos conoce muy bien. La mayoría de nosotros nos conocimos también desde niños. Coincidíamos en fiestas de cumpleaños o en el colegio. Por ejemplo, con Mariana, que es dos años menor que yo, estuvimos en el parvulito de Los Chapulines. Ella iba en el salón de mi hermano Nico, el benjamín de la familia. El otro día encontré una foto en la que aparecemos los tres, junto con otros niños. Éramos unos enanos.
Con los años dejamos de vernos, hasta que nos reencontramos el año pasado. A quien conocí recién nacido fue a Rodrigo -que ahora es un gigante. A los dos años me enfermé un poco grave y hubo necesidad de que me internaran. Como me desesperaba salía de la habitación con mi bata y cargando la bolsita de suero. Me asomé a la sala de recién nacidos y ahí estaba Rodriguito. Sus papás y mis papás platicaban no sé de qué, muy animadamente.
Esta vez al salir de la sala del cine decidimos volver a comer. Votamos y la mayoría quiso hamburguesas, pero Mariana, Ana Valeria de 16 años -una amiga nueva- y yo teníamos antojo de pollitos y de papas, que en mi caso no pueden faltar. Como es un piso de restaurantes y están comunicados no hubo problema en dividirnos. Silvia nos tenía a todos a la vista. Al salir le dimos jalón a Mariana y a Silvia, y como el buen Natalio se las sabe todas, buscó en la radio la canción de la banda FM de Zacapa ¡Oh, Mariana! Y nos fuimos cantando en coro todo el camino.
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