Días de libros

Me encanta regresar a ciertas lecturas, como quien regresa a ciertos lugares, a ciertos paisajes que significaron algo en su pasado. Son viajes sentimentales que emprendo cuando la realidad se me complica o deja de gustarme.

Luis Aceituno

abril 19, 2024 - Actualizado abril 18, 2024
Luis Aceituno

“Yo sigo jugando a no ser ciego”, contaba en una entrevista Jorge Luis Borges, así que seguía comprando libros, llenando su casa de ellos, como si pudiera leerlos. “Los otros días -relata en la misma entrevista- me regalaron una edición de la Enciclopedia de Brokhaus. Yo sentí la presencia de ese libro en mi casa, la sentí como una suerte de felicidad. Ahí estaban los veintitantos volúmenes con una letra gótica que no puedo leer, con los mapas y grabados que no puedo ver. Y sin embargo, el libro estaba ahí. Yo sentía como una gravitación amistosa del libro”.

Sin padecer de ceguera, yo también me siento un poco Borges. Repleto mi casa, ya de por sí pequeña, de libros, discos, películas que se van amontonando en estanterías, mesas, sillas y rincones esperando mi atención, el momento indicado para introducirme en ellos, y así van pasando los días, los meses, los años. Sin embargo, necesito su presencia, su cercanía, saber que están ahí y que puedo recurrir a ellos para que me salven de la desesperación o del peligro de la estulticia.

A veces extraño aquellas tardes y noches enteras dedicadas a la lectura. Afuera el mundo podía derrumbarse que a mí me importaba un carajo. Eran los tiempos en que yo no tenía mayor cosa que perder en el desastre, así que intentaba impregnarme de un poco de plenitud -de felicidad, diría Borges- antes del desmoronamiento. Son esos instantes los que busco capturar ahora, pero cada vez son más escasos.

No es que ahora no lea. Es más, a veces me jacto de leer cinco o diez libros a la vez y no es pedantería, sino mero desorden. Es decir, tomo un libro que se me cruza por ahí, me engancho y leo algunas páginas, hasta que aparece la realidad para recordarme asuntos más urgentes. Y así me mantengo de aquí para allá, pescando párrafos de esto y lo otro, incapaz de entregarme, de sumergirme a fondo, como requieren las grandes lecturas, las grandes aventuras vitales.

El problema por otra parte, es que ahora, la mayoría de las veces, leo para informarme y no por el gozo que representa abandonarse a los placeres de la imaginación, la ensoñación, la exploración de otras realidades más allá de la propia.

“¿A poco ya te leíste todos esos libros?”, es la pregunta recurrente cuando alguien visita mi casa y repara en su desorden llamémosle libresco. “No, pero estoy en eso”, contesto. La verdad es que algunos sí y muchas veces. Me encanta regresar a ciertas lecturas, como quien regresa a ciertos lugares, a ciertos paisajes que significaron algo en su pasado. Son viajes sentimentales que emprendo cuando la realidad se me complica o deja de gustarme.

Otros libros, como dije, están ahí para acompañarme. A veces, como Borges, los huelo, los toco, los siento y me imagino la cantidad de placeres que me aguardan o que se me escapan. Quizás ya no tenga tiempo para leerlos, pues otros demandan mi atención urgente o simplemente me gana la pereza.

Este 23 de abril se celebra el día del libro, conmemorando la muerte de Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso. Me puse a ver Don Quijote cabalga de nuevo, la película donde Cantinflas hace de Sancho Panza. Siempre que la veo de nuevo, me conmueve hasta las lágrimas la escena de la quema de libros. La plebe saquea la biblioteca de don Alonso Quijano, y arroja a las llamas esos volúmenes responsables de la demencia del caballero andante. Sancho y Dulcinea rescatan los que pueden de las llamas y están dispuestos a protegerlos con sus vidas. Ninguno de los dos sabe leer, pero no quieren que se acabe la locura y el encanto.

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