La Guatemala que conocimos emergió de lo cruento del conflicto armado interno a una sociedad empeñada en el diálogo social, haciendo esfuerzos genuinos por retejerse a sí misma, por verse cara a cara entre actores recientemente enfrentados, desconocidos el uno del otro, diametralmente opuestos por razones ideológicas o rencillas pasadas. La desconfianza fue el fantasma que merodeó en los primeros encuentros, quizá nunca despareció del todo, pero dejó de ser obstáculo a la conversación seria, lo cierto es que se dio paso a recurrentes momentos en que la sociedad hizo pausa para hablar sobre sí misma y buscar en lo mejor de sus actores, propuestas de acción inmediata y de futuro. El Pacto Fiscal, la Agenda Nacional Compartida, diálogos por el desarrollo rural son momentos calcados en la historia. Hitos de madurez social y política.
¿En dónde perdimos -de nuevo- la tolerancia? Obviamente no tengo la respuesta, lo cierto es que -hoy- no existe “hilvanada” alguna, que satisfaga a la sociedad entera y nos lleve a caminar por rutas comunes, Volvimos a la descalificación permanente. La degradación vivida socialmente en los primeros años de este siglo atestigua nuestras incapacidades. No es cierto que hay ganadores absolutos, obviamente la mayoría poblacional carga el peso, de la debacle. ¿Que un diálogo nacional es imposible en este país? No lo creo. Que es dificultoso, obvio, pero no imposible, lo hemos demostrado. Algunos aún piensan que el diálogo solo sirve solo para darle oxígeno al oponente que suponen vencido, es una falacia. No estamos en un nivel de conflicto irreversible, vivimos eso sí, en una sociedad crispada, en donde un pequeño reducto, atiza exitosamente conflictos, ya desde el uso abusivo del derecho penal o desde el saboteo político. La elección de cortes es quizá el ejemplo más visible en este momento. Mantener la confrontación abierta, entre diversos sectores sociales, es continuar con la Guatemala paticoja en la que convivimos, adosada con una que otra alegría, deportiva o cultural, la mas de las veces en un ambiente de franca pesadumbre, en donde, como dijimos, los pobres son los más afectados. Sin futuro. Volver al cauce de la legalidad democrática, es una de las virtudes de un diálogo nacional con resultados. No hay que negarnos la oportunidad. Hay suficiente juventud en los sectores que puede enmendar la plana de los desaciertos.
El gobierno central tiene un reto en ello, los diálogos sectoriales son bienvenidos y seguramente ofrecen resultados para los sectores concernidos, pero dada la magnitud del fraccionamiento y confrontación, resultan insuficientes para el todo social. Así, el reto ahora es convocar a la sociedad a un dialogo nacional, con una agenda debidamente ordenada y priorizada desde “lo posible”, para luego avanzar hacia dimensiones más complejas. Se trata de permitirnos romper barreras aparentemente infranqueables que pueden ser superadas o administradas desde la mesa de una conversación estructurada. Que habrá reducidos núcleos que se opongan al dialogo, y harán hasta lo imposible por. hacerlo fracasar, no lo dudamos, sin embargo, nos parece que una abrumadora mayoría de la representación sectorial en este país está conformada por seres racionales, cuerdos, amantes de la paz y la paz significa diálogo.
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