El deplorable -y afortunadamente infructuoso- intento de asesinato de Donald Trump, en el ambiente de polarización aguda que viven los EEUU y el mundo, inevitablemente provocó reacciones políticas inmediatas. No me había enterado aún del suceso por los medios de comunicación ordinarios -el sábado 13, por la tarde- cuando ya había recibido comentarios al respecto “por WhatsApp”, desde ambos extremos del espectro político. “¡Fue el Complejo Militar-Industrial que domina al partido Demócrata, que no puede permitir que Trump acabe con sus guerras!” -me advirtió un trompista. “No pueden tolerar la idea de la limpieza de comunistas y globalistas que se avecina y la destrucción de sus negocios turbios” -enfatizó. “¡Fue un auto-atentado, planificadamente ineficaz, para hacerse la víctima!” -decía otro mensaje, contrario. “¡Qué casualidad que hayan matado inmediatamente al francotirador, para que no hablara! Y que el dizque asesino entrara armado con un rifle telescópico, «como Pedro por su casa», al círculo de seguridad. Ahora Biden -como era la intención- aparecerá aún más disminuido, frente al dizque nuevo «héroe» conservador, ese estafador que destruirá la democracia”… Hasta ahora, sin embargo, no ha surgido evidencia para apoyar ninguna de esas ni otras especulaciones tóxicas que “por X” y por otras vías, inmediatamente se hicieron circular. Lo que las autoridades han logrado establecer, aunque de manera aún preliminar, es que el presunto asesino era un anodino joven blanco, de lentes, bachiller de clase media urbana ¡de veinte años!; con escaso y contradictorio historial ideológico: pequeño contribuyente de una campaña “progresista”, pero formalmente inscrito en el partido Republicano, “de madre demócrata y padre libertario”; sin mayores nexos sociales, económicos o políticos. ¿Un lobo solitario, un loco, un desequilibrado emocional? ¿El peón, el instrumento, el “tonto útil” de una conspiración? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que en EEUU es muy fácil comprar armas que no deberían estar al alcance de este tipo de persona y que la rabia y las pasiones políticas están desatadas…
Hasta horas antes del atentado, la discusión pública en los EEUU estaba dominada por “el deshoje de la margarita”; escena en la que el presidente Biden repite aquel ritual inmemorial de si “me quiere o no me quiere”, en este caso, su propio partido político. Como resultado de su decreciente posición en las encuestas y de su patético desempeño en el último debate contra Trump, un creciente número de personalidades asociadas al partido Demócrata, desde ex Presidentes, hasta donantes, pero pasando por comentaristas de prensa, radio y televisión y ya no digamos, gobernadores, diputados y senadores, además del gran público, cuestionaban pública o privadamente, las posibilidades del octogenario líder de enfrentar con éxito a lo que el mismo Biden ha llamado “un desafío existencial”. O si se buscaban a algún otro joven campeón. Indudablemente, el fallido atentado fortalece las probabilidades electorales de Trump y el tiempo se estrecha para que los Demócratas hagan lo que tienen que hacer en relación a un liderazgo renovado. Particularmente ahora que muchos trompistas, como me dijo uno de “los religiosos” que lo apoyan, creen que es evidente que el pasado sábado 13, a Trump “lo tocó el dedo de Dios”. El asunto tiene en vilo a media humanidad, porque la actitud que tendrá el Presidente de los EEUU en torno a la guerra de Ucrania, el conflicto del Medio-Oriente y los roces con China, pareciera ser diametralmente opuesta entre los Demócratas y Trump, en un momento de inflexión histórica global. Y en añadidura a políticas económicas también disonantes, causantes según algunos -en el caso de seguir Biden en la Presidencia- de una supuesta crisis monetaria inminente, un futuro gobierno de Trump amenaza desde ya enfrentar el problema migratorio con deportaciones masivas. Como mínimo, adiós a las remesas chapinas “in crescendo”. Así que aún en la pequeña Guatemala, el desenlace de esa contienda presidencial podría afectar desde a nuestra balanza cambiaria hasta, además, las actitudes y las acciones de los grupos golpistas que cada vez más envalentonados, no han descansado en tratar de desgastar al nuevo gobierno de Arévalo, desde antes de su mismo arribo al poder…
Todas estas elucubraciones son particularmente relevantes en momentos en los que el mundo vive un extraño aproximamiento de los extremos políticos, en un ambiente de creciente confusión. Me explico: una sociedad cuyo régimen político está estructurado en torno a (i) la concentración del poder, con un autócrata en el pináculo del poder; (ii) la intolerancia hacia cualquier disidencia de la ortodoxia oficial; y (iii) la militarización, abierta o solapada, de la sociedad; es una sociedad funcionalmente fascista. Este tipo de sociedad, además, cuando surgió originalmente en la Italia de Mussolinni, adoptó un régimen económico de “capitalismo dirigido”. Por eso, aunque ello incomode al academicismo rigorista, por su conducta social y política actual, es perfectamente lógico tildar, hoy, a los regímenes de Rusia y China, de ser funcionalmente fascistas. Aunque en reconocimiento de sus narrativas específicas, originadas en la revolución bolchevique y el maoísmo, no obstante, es lógico, también, y sin que ello sea contradictorio, apellidarlas como fascismos “de izquierda”. A esos fascismos “de izquierda» parecieran estárseles acercando -aunque con diferencias de narrativa y ortodoxias- los tradicionales fascistas “de derecha”. Casi se puede oír: “¡Fascistas, de izquierda y derecha, uníos!”, mientras se guiñan el ojo pesonajes como Orban, Putin y Le Pen… y ahora, hasta gente de Vox. Y ya no digamos, Trump y Xi…
Dan ganas de estar en las sandalias de Esquilo, de Sófocles o de Eurípides, escribiendo la Historia de un imaginario mundo contemporáneo, mágicamente hecho realidad. En esa Obra, la agresión de Putin sobre Ucrania quedaría contenida por el continuado y firme apoyo de Occidente a su aguerrido pueblo y el déspota ruso no caería en la tentación de utilizar su anquilosado arsenal nuclear, por temor a la certeza de una destrucción asimétrica asegurada. No habría, consecuentemente, holocausto nuclear mundial en este siglo y China y Rusia se acomodarían eventualmente a un mundo multi-polar pacífico, más interesado en el bienestar universal que en ampliar, a la fuerza, sus círculos de dominio hegemónico regional. El peso moral de las tradiciones occidentales, aunado a su inescapable peso económico, contribuirían también a una solución bi-estatal, de coexistencia pacífica en el largo plazo, entre Palestina e Israel. Biden, aceptando la realidad de que el padre Tiempo es indetenible, renunciaría, salvando su legado; y daría paso a una drástica -e inmediata- renovación de las estructuras de liderazgo de su partido. Así, los demócratas le darían tal paliza al movimiento MAGA en las próximas elecciones, que el partido Republicano, resurgiendo de sus cenizas y redescubriendo sus principios originarios, también pasaría por un proceso de drástica renovación de sus liderazgos, en el siguiente ciclo; hasta hacer de los EEUU, de nuevo, un sistema político eficazmente bi-partidista y exitoso. En Guatemala, como guinda del pastel, los golpistas fracasarían rotundamente y nuestra sociedad terminaría encaminándose, finalmente, a la auténtica República Democrática…
Aunque como se ven las cosas hoy, para lograrlo, probablemente tendríamos que bajar de los cables de la grúa, al centro del escenario, al mismo Zeus, con todos sus rayos…
Etiquetas:armas atentado Trump deportaciones masivas Donald Trump extremos políticos Joe Biden liderazgo político Partido Demócrata Partido Republicano problema migratorio