Vivimos una época hilarante y dramática de desmadres, de hechos incomprensibles e injustificables, de tempestades e inundaciones, de genocidios, de bulos y mentiras, de politización de la justicia, de presidentes ineptos y analfabetas, de políticos falsos y cobardes, de amenazas de guerra nuclear, etcétera, etcétera.
Varios son los acontecimientos que marcan la actualidad poco antes de que termine el año 2024, al menos en Europa: las grandes inundaciones que hubo en la comunidad autónoma de Valencia, España, la imposibilidad absurda de que el presidente de esa comunidad reconozca su responsabilidad en lo sucedido con más de 200 muertos, mientras él pasaba un rato agradable acompañado de una dama en un motel mientras su pueblo era literalmente tragado por las aguas desbordadas de un río y las autoridades trataban de contactarlo sin remedio.
Según las orientaciones ideológicas del periódico o de la televisión de que se trate, cada uno o cada una pondrá el acento en una noticia u otra, y en la interpretación que considere apropiada, siendo las tendencias dominantes, por ejemplo, la investigación insidiosa de parte de un juez sobre la implicación de la esposa de Pedro Sánchez, Presidente de Gobierno, en el improbable uso y abuso de influencias para conseguir inmerecidas prebendas personales, intentando con ello desprestigiar y doblegar al poder ejecutivo para que este tire la toalla y deje abierto el espacio a que forme un nuevo gobierno la derecha más conservadora, analfabeta y recalcitrante que ha tenido España desde la muerte del dictador Francisco Franco.
La colusión entre las cloacas mediáticas y las cloacas de algunos sectores de la judicatura resulta cada vez más que evidente, pero hablar de “lawfare” o de esto en voz alta, así como cuestionar el sistema judicial heredado del franquismo, sigue siendo un tema tabú entre los periodistas y juristas españoles, es decir, hay que “hacer sho” (¡chitón, shut up!) como se dice en Guatemala.
En cuanto a las tertulias mediáticas sobre política española, lo más picante ha sido el escándalo causado por el dirigente político de izquierda, Íñigo Errejón, uno de los fundadores del partido político Podemos. Este joven y talentoso personaje, vehemente teórico del feminismo, alejado ya de Podemos y diputado en el Congreso bajo la bandera de Sumar, renunció a sus funciones como diputado y como dirigente de su partido para enfrentar los cargos que una conocida actriz y presentadora de televisión ha lanzado contra él por abuso sexual y maltrato, acusación que no ha sido la única a la que tendrá que hacer frente.
Todo lo cual ha puesto de relieve, una vez más, una de las incoherencias e inconsistencias en las que tropiezan muchos dirigentes políticos, religiosos, empresariales, artísticos o simplemente humanos, a saber, la de no poder estar a la altura de sus prédicas y pretensiones públicas, porque su comportamiento personal contradice por completo al personaje social que ellos se han construido, tema sobre el que ya he hablado en anteriores artículos, exponiendo algunos ejemplos paradójicos. Como bien dice un dicho africano, contra más alto sube el mono al árbol, más se le ve el culo.
Luego presenciamos como tema de inevitable actualidad, la elección a la presidencia de los Estados Unidos de ese esperpento llamado Donald Trump, quizás una de las expresiones más auténticas y acabadas del tipo de ciudadano rústico, gansteril y analfabeta que el capitalismo salvaje ha podido crear en los Estados Unidos, elevándolo a ídolo incuestionable entre los sectores menos instruidos y menos sofisticados.
Trump destronó de su puesto al político más patético que ha ocupado la Casa Blanca en Washington en los últimos años, el senil e insoportable Joe Biden, uno de los presidentes más erráticos y guerreristas que han dirigido la política exterior de ese país a través de provocaciones, sanciones y amenazas, obsesionado por extender las casi novecientas bases militares que tienen en el mundo (de las cuales, nada menos que 250 bases en Europa con 100,000 soldados), que por lo visto le parecen insuficientes. ¿El propósito? Provocar y estrangular a Rusia, metiendo la OTAN poco a poco en Ucrania, aunque ésta no pertenezca a la OTAN.
¿Qué hará Trump en el futuro con respecto a Taiwán, isla perteneciente históricamente a la China continental, pero que podría ser utilizada contra la China como hoy se utiliza a Ucrania para debilitar a Rusia? Y last but not least: ¿Seguirá Trump sosteniendo a Israel, incapaz de detener los crímenes que este comete impunemente en Gaza (más de 40,000 civiles impunemente asesinados, de los cuales probablemente no hay más de 5,000 combatientes de Hamas) con la anuencia y el servilismo de Europa, excepto de España, que tímidamente propugna desde hace poco una solución impracticable que consiste en el reconocimiento de un Estado palestino virtual pero sin territorio?
Y ahora, la última perla de Biden: su regalo amoroso para la humanidad antes de cederle la silla a Trump. Consiste en permitir, junto a los dirigentes de los países europeos poseedores del arma nuclear (Gran Bretaña y Francia), que el fiel sirviente que es Zelenski, utilice contra Rusia los misiles de gran alcance (manipulados por militares de la OTAN), lo que constituye una provocación y un paso más en la escalada, abriendo la posibilidad de una confrontación nuclear que conduciría a la extinción de la humanidad. Lo cómico y absurdo de todo esto es que, por una parte, los promotores de guerra y propagandistas occidentales acusan descaradamente y sin razón a Rusia -como ya lo hicieron en 1947 en el inicio de la guerra fría- de querer invadir y adueñarse de Europa. Y, por otra parte, al mismo tiempo, esos mismos propagandistas aseguran que Rusia ya no tiene suficientes soldados ni armas para vencer a Ucrania, por eso necesita a Irán por armas y a Corea por soldados. ¿En qué quedamos, entonces?
Sobre el origen del conflicto de Rusia y Ucrania, la interpretación que domina en Occidente hace voluntaria y cínicamente abstracción de la historia, es decir, de lo que había sucedido antes (el no complimiento por parte de Ucrania de los acuerdos de Minsk, entre otras cosas), considerando con fingida estupefacción que todo lo que aconteció en aquel fatídico 24 de febrero de 2022, fue resultado de una caprichosa paranoia de los dirigentes rusos, y no el resultado de una sutil y persistente provocación calculada del Departamento de Estado de los Estados Unidos.
Pero, si se quiere entender el problema en su verdadera complejidad, hay que tomar en cuenta que el origen de estos lodos surge a partir del golpe de Estado propiciado y financiado por los Estados Unidos en Kiev en 2014, y por la brutal represión sucesiva que el gobierno ucraniano desencadenó contra los ciudadanos de habla rusa en la región del Donbás, habiendo empezando en Crimea. Y más tarde, a causa del objetivo inscrito en 1921 por la oligarquía ucraniana en la Constitución de ese país, consistente en devenir lo más pronto posible en miembro de la OTAN, lo que para Rusia constituía y constituye, categóricamente, como siempre lo ha advertido, un peligro existencial, una línea roja a no traspasar, punto y final.
Y hasta aquí, pues, un breve compendio de algunos de los desmadres que nos afligen.
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