Desesperación y Demagogia: Nefastas Consejeras

Hugo Maul R.     julio 15, 2024

Última actualización: julio 14, 2024 3:02 pm
Hugo Maul R.

“Por una lamentable conjunción de infortunios, nuestro país vive todavía una de sus crisis … más profundas a la vez que una falta de liderazgo tan acentuada y evidente, que nos pareciera estar caminando en la oscuridad hacia el precipicio del caos social”. Líneas que describen aproximadamente bien las percepciones que muchos tienen hoy acerca de lo que pasa en Guatemala. Es preciso aclarar que este texto no fue escrito con ese propósito. Ni siquiera es respecto de Guatemala, mucho menos de acontecimientos recientes. Es la forma en que un intelectual venezolano describía la crisis que golpeaba a aquel país hace más de 40 años. ¿Quién se iba a imaginar en aquel entonces que dichos problemas se agravarían todavía más? Sin embargo, para sorpresa de incrédulos y de ingenuos, la situación venezolana demuestra que toda situación, por mala que sea, siempre puede empeorar. Desde esta perspectiva, resulta obligado preguntarse cuánto más puede agravarse la situación actual en Guatemala. A la luz de la experiencia reciente en este continente, la respuesta no es nada alentadora. Para los que creen que los países “tocan fondo”, basta con voltear a ver a países como Argentina, Venezuela, o Nicaragua para caer en cuenta que toda situación, por difícil y caótica que sea, siempre puede empeorar. La razón principal de eso, tal como dijo Simón Bolívar, en referencia a los peligros que afrontaba los americanos defendiendo su patria, “la desesperación no escoge los medios que la sacan del peligro” (ensayo dirigido al editor de la Gaceta Real de Jamaica en 1815, firmado bajo el seudónimo El Americano)”.

La desesperación trae consigo medidas perniciosas, pero necesarias, como también dijo Bolívar en el referido ensayo. La desesperación es tierra fértil para los demagogos, que haciendo promesas sobre inexistentes paraísos terrenales buscan manipular el apoyo popular para su propia causa; así también, resulta propicia para quienes buscan mediante la conflictividad provocar miedos, odios y dividir a la población para alcanzar sus aviesas intenciones. La desesperación hace ver espejismos, soluciones mágicas a los problemas existentes. Hacer creer a algunos que basta con tener otro tipo de gobierno o un nuevo embajador de los EE.UU. para que todo mejore de la noche a la mañana.

La desesperación impide dimensionar adecuadamente la verdadera magnitud y complejidad de los problemas. La desesperación hace creer que los parches son tan efectivos como las reformas completas; que las decisiones fundamentales pueden seguirse posponiendo, siempre y cuando exista un paliativo que traiga alivio inmediato. En momentos como los actuales es importante reflexionar profundamente acerca de la naturaleza de los principales problemas que vive el país y sus posibles soluciones, para evitar así caer en la trampa de soluciones parciales y coyunturales que solo conllevan el agravamiento de las causas fundamentales de los problemas actuales.

Los dos primeros párrafos, con pequeños cambios de redacción, son fragmentos de una columna de opinión del autor de estas líneas aparecida en un famoso medio de comunicación hace más de 20 años atrás. En aquel entonces, como parte de una crítica hacia las medidas desesperadas que el gobierno de turno tomaba para hacer frente a los problemas provocados por sus propias decisiones equivocadas. Este episodio histórico demuestra que soliviantar a la población con discursos demagógicos que demandan soluciones mágicas a problemas estructurales, solo abona a los intereses de los grupos que florecen con el conflicto, la corrupción y la ingobernabilidad. También demuestra que medidas desesperadas ante graves problemas no resuelven nada y solo aumentan el malestar existente.

Para salir de este círculo vicioso, es fundamental que se empiecen a abordar los problemas con un enfoque de largo plazo, basado en diagnósticos rigurosos y soluciones integrales. Es imperativo que las decisiones políticas no se tomen bajo la presión del corto plazo o de intereses particulares, sino con una visión clara de un desarrollo que beneficie a toda la sociedad. Para lograr esto se requiere de un esfuerzo conjunto entre el gobierno y la ciudadanía, enfrentando juntos los desafíos y buscando soluciones sostenibles que beneficien a todos.

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