Dado que el tiempo es uno de los andamiajes fundamentales de nuestra existencia es difícil definirlo. Por esta razón, San Agustín de Hipona decía que sabía que era el tiempo en tanto no se lo preguntasen. Así las cosas, un rasgo de lo verdaderamente elemental es su dificultad de comprensión. Por ejemplo, comprender nuestra propia vida es demasiado difícil hasta el punto de que mucha gente, lastimosamente, renuncia a pensar acerca de su propio ser.
El tiempo físico, el que miden los relojes, siempre se queda corto a la hora de comprender nuestras experiencias y no puede llevarnos a ese reino de significaciones que le da sentido al mundo en que vivimos. Es el mundo de la duración, ese tiempo marcado por el impulso vital que fue tan bien descrito por el filósofo francés Henri Bergson.
El puro presentismo, la determinación de vivir en el presente, es simplemente irrealizable. En rigor, quien solo quiere existir en el presente, ni el presente vive: existir con plenitud implica siempre un proyecto de vida que se hunde en el pasado para hacer frente al futuro. Vivir solo el presente implica olvidar lo que constituye realmente la existencia humana. En la época del presentismo eterno—en donde todo lo nuevo se ve superado en cuestión de días—no hay oportunidad de madurar y, en consecuencia, se siente que el mundo carece de sentido.
Así, no debemos pasar por alto que en ocasiones como el de la bienvenida de un nuevo año, el ambiente nos transporta hacia un tiempo en el que descubríamos maravillados el mundo. La magia de los rituales y de las costumbres nos hace retornar al ritmo esencial de la vida. El tamal que comemos en estas fiestas convoca el recuerdo de las cenas que compartimos en otras épocas. Al degustar este plato es inevitable que se instale en nuestra mente algunas de las gratas experiencias: la alegre conversación de los adultos, la agradable sorpresa de alguien que llegaba entonces a nuestras casas.
En mi caso, no puedo olvidar que, en estas noches de fiesta, las casas tenían las puertas siempre abiertas. La pobreza siempre ha sido un dato de nuestra condición humana. Pero entonces no se hacían mayores preguntas y todos eran bienvenidos.
El pasado siempre acecha y es un placer sentirse pillado. Cerrarse al pasado es negar la vida. Al contrario, cuando cerramos la vista al presente y nos sumergimos en lo que ha transcurrido nos sumergimos en un mundo mágico. En mi caso, se abre un ambiente de luz débil, cargado de los olores del pino y la manzanilla, en un abigarrado escenario de fuertes rojos y verdes que circunda a un nacimiento que los niños no cesaban de mirar.
El tiempo enmarca tanto la felicidad como el dolor, la finitud del ser humano. Por esto, cada nuevo almanaque se recibe con nostalgia y esperanza. Y por esto quizás no debamos acelerar el tiempo. El pasado nos vuelve a recordar que muchas de las cosas que realmente importan no siempre se pueden contabilizar o situar en una balanza: lo que piden es que las revivamos.
El pasado nos muestra una de las formas de existencia de la dimensión espiritual. Por esta razón, el maestro del teatro Eugene Ionesco pensaba que la nostalgia siempre evidencia que existe un más allá. La añoranza con la que recordamos a los que no están nos acerca a la esperanza de poder volver a verlos. El ángel de Walter Benjamin intenta despertar a los muertos, quienes nos vuelven a ver desde ese ámbito que trae la memoria
El tiempo nunca se pierde: en el caso humano se convierte en memoria. Por lo tanto, no debería asustarnos el futuro porque en este se podrían aplicar las lecciones que ha dejado el pasado. Por doloroso que haya sido, el pasado puede encerrar lecciones que pueden llevarnos a vivir mejor. De ahí la necesidad de la fidelidad memorística y de los ritos que la reviven en nuestro espíritu. De ahí que sea imprescindible recibir con esperanza este 2025.
Este debe ser un tiempo de solidaridad. Nunca debemos olvidar que todos tuvimos un comienzo en el cual estuvimos necesitados de los brazos de los otros; con el tiempo se los concedemos a los otros y, eventualmente, volveremos a necesitarlos. La vida nos conmina a abrazarnos en el pasado, el presente y el futuro. Por lo tanto, abrazarnos es la tierna obligación de un tiempo tan especial: aquel en que iniciamos un nuevo calendario.
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