No soy experta en política, y en esta columna quiero centrarme en cómo el individualismo se ha presentado como una virtud en muchas sociedades. Además, quiero destacar cómo, desde la colectividad, podemos defender nuestros derechos, en especial la justicia. Mi intención es ofrecer una perspectiva, mostrando cómo estas dinámicas influyen en nuestra percepción de la comunidad y en la lucha por los derechos humanos.
La reciente victoria electoral de Donald Trump ha reavivado una corriente de emociones y preocupaciones a nivel global. En enero, se anticipa que se desaten una serie de eventos que podrían redefinir el panorama político y social en diversas regiones del mundo. Desde el prolongado conflicto entre Israel y Gaza, pasando por la invasión de Ucrania, hasta las crisis humanitarias en múltiples países de África y Asia, el escenario internacional parece opaco. A esto se suma el impacto devastador del cambio climático, que ha dejado a España lidiando con inundaciones, y la persistente corrupción en países latinoamericanos como Guatemala, que a menudo se siente como un punto insignificante en medio de un mar de catástrofes.
La llegada de Trump no augura tiempos fáciles para las comunidades latinas y otras minorías en Estados Unidos y a nivel global esto se complejiza. Su retórica y políticas han alimentado un ambiente de división, misoginia y xenofobia, exacerbando tensiones que ya existían.
El individualismo ha enseñado a priorizar nuestros intereses personales sobre los colectivos, creando una cultura en la que la búsqueda del éxito individual es aclamada, mientras que las luchas comunitarias son a menudo ignoradas o minimizadas. Sin embargo, esta visión del mundo puede ser perjudicial, especialmente en tiempos de crisis, ya que puede convertirse en un obstáculo para la acción colectiva. Nos han vendido la idea de que el éxito personal es la respuesta a nuestros problemas, lo que nos aleja de la necesidad de unirnos y luchar por nuestros derechos.
La colectividad se vuelve esencial para enfrentar la adversidad y exigir derechos fundamentales. La historia ha demostrado que las luchas colectivas son más efectivas que los esfuerzos individuales. Movimientos como el de los derechos civiles, el feminismo y la lucha por los derechos LGBTQ+ han logrado avances significativos.
En Guatemala, la educación juega un papel crucial en la formación de una comunidad fuerte. No se trata únicamente de acceder a información, sino de comprender nuestra historia y la lucha por los derechos humanos. Conocer nuestras raíces y las batallas del pasado nos permite entender mejor el contexto en el que vivimos y enfrentar los desafíos actuales. Por lo tanto, es esencial revisar el plan de estudios vigente para que se eduque a los niños y niñas en el análisis y la comprensión de nuestra historia.
La interseccionalidad nos ayuda a comprender cómo diferentes formas de opresión se entrelazan y afectan a las personas de manera única, lo que debe ser considerado por el Estado en su enfoque hacia las comunidades. En Guatemala, estas comunidades son diversas y no homogéneas; en ellas conviven múltiples identidades y realidades. Las luchas por los derechos de las mujeres, de los pueblos originarios y de la comunidad LGBTQ+ deben ser abordadas de manera conjunta, ya que cada una está interconectada con las demás.
La justicia en el país, lamentablemente, está influenciada por redes que perpetúan la corrupción y la impunidad. En un entorno donde las divisiones sociales se intensifican, la unidad y la organización colectiva son fundamentales para generar cambios significativos. Solo a través de la colaboración y la lucha conjunta se podrán lograr las transformaciones estructurales que Guatemala necesita, dado que los poderes del Estado han demostrado ser incapaces de producir esos cambios por sí solos.
Así pues, los cambios drásticos que están dando nivel global podrían inspirarnos como sociedad guatemalteca a reexaminar y revitalizar nuestras luchas, especialmente en la búsqueda de justicia que tanto se ha mostrado lejana, sombría, amañada y permeada por quienes se niegan a que la verdad y la equidad prevalezcan.
La resistencia colectiva puede derribar muros de impunidad y corrupción.
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