Crónica de un agosto intenso

Andrés Gutiérrez Aiza

septiembre 2, 2024 - Actualizado septiembre 2, 2024
Andrés Gutiérrez Aiza

Agosto fue un mes intenso. Tuve muchas actividades en las que aprendí y también me divertí. Primero asistí, como parte de mi Club Down, a la muestra de Frida Kahlo en la zona 11. Esa señora sí que me impresionó: desde su cama pintaba autorretratos bellísimos mostrando todo su dolor después del accidente en el tranvía que sufrió en la Ciudad de México hace cien años. Quedó paralítica y sufría en exceso, aún así, en silla de ruedas participó en una manifestación contra el golpe de Estado en Guatemala en 1954, el golpe que marchitó la “primavera democrática”, según dice mi papá. Él cita a un poeta, más o menos así: podrán cortar todas las flores, pero no acabarán con la primavera.

Ella, la señora Khalo, uniceja, casi como yo, se ve tan joven y hermosa en sus pinturas y en las fotos blanco y negro. Murió joven y por eso vive joven en la memoria del mundo que la admira. Con esa maravillosa obra abrí el mes y lo cerré este sábado 30 con el festival de arte en mi colegio. Hubo muchos actos, canciones, bailes y representaciones de pequeñas obras teatrales, en un escenario bien montado y tantísimos asistentes que aplaudían emocionados. Participé con un baile en el que mi grupo hacía también la música. Mi contribución fue tocar los chinchines. El grupo iba muy bien uniformado con playera roja, pantalón o falda negra y zapatos del mismo color.

A mitad del mes asistí al cumpleaños de Natalia, Down como yo, mi amiga de la infancia. Fuimos a un boliche en el que anoté varias chuzas para sorpresa de los asistentes (no sabían que mis hermanos me han entrenado muy bien durante años); comimos pizza y dieron donas de postre, pero como a mí no me gustan los sabores dulces me permití pedir unas papitas fritas. Por cierto, en estos días se celebró el Día Mundial de las Papas Fritas y oí por ahí que continuaba la disputa entre si las inventaron los franceses o los belgas, hasta que mi hermano Tito me dijo que las inventó un belga que vivía en Francia; no sé si es cierto, pero ofreció una buena solución. Ese día llevé a mi salón de clases una bolsa gigante de papas para compartir con todos.

Una semana después salimos a almorzar comida china con mi amiguita Mariana, su mamá Vanesa y su hermana mayor Valeria, una linda joven que estudia diseño en Francia. De mi lado me acompañó Adri, mi hermana querida; nada más ella, pues Tito ya no pudo venir. También la pasamos bomba. Vanesa fue por nosotros al condominio y de paso hicimos un recorrido -es muy grande el lugar, en verdad, tiene mucho bosque y parques. A ellas les dio nostalgia porque vivieron ahí varios años.

Pero no todo fue color de rosas en este mes. La semana pasada me enfermé y fue serio; no pude ir al colegio por tres días. Aunque yo no me quería perder el cumpleaños de mi maestra Dámaris, que fue el jueves 30 (ya le tenía listo su regalito y había horneado un par de pastelitos) la fiebre me atacó con mucha agresividad. Tuve infección en la garganta; dos niños más de mi salón sufrieron igual. Además me perdí dos clases de karate. Finalmente, con los cuidados de mi familia y los medicamentos adecuados salí avante. Hoy domingo que me siento a escribir esta columna estoy plenamente recuperado y vivaracho. Al terminar iré a la peluquería y mañana retomaré mis clases.

Para terminar con optimismo, les cuento la gran noticia que hace una semana celebramos en el colegio el cumpleaños de mi mejor amiga, Stefanie. Cumplió 16 y lo celebramos a lo grande. A escondidas, me llevé un mantel blanco de la casa y todos los individuales, también blancos. Adorné la mesa donde colocamos el pastel, los refrescos y los regalos. Por cierto, le compré una cartera muy bonita a la cumpleañera; es pequeña, se puede colgar al hombro, cabe perfecto el celular, una libreta y otras cosas personales. A ella le gustó mucho. Me correspondió ofrecer las palabras de felicitaciones en nombre del grupo. Dicen que soy elocuente cuando hablo en público, pero también soy demasiado emotivo, se me quiebra la voz y los ojos se me ponen llorosos. Al final Stefanie se acercó y agradecida me dio un gran abrazo. Salió corriendo del colegio porque iba con su familia a otra celebración. Y, como decía mi madre cuando era yo un niño, colorín colorado que este cuento se ha acabado. Les deseo un septiembre emocionante y feliz, aunque siempre haya baches, esperando que no sean tantos ni tan grandes como los de nuestras calles y carreteras.

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