Crónica de la Revolución del 44, en seis breves capítulos: VI y final. Amarga cosecha…

Lionel Toriello

octubre 24, 2024 - Actualizado octubre 23, 2024
Lionel Toriello

“Los pueblos que no aprenden de su Historia… están condenados a repetirla.” – Célebre frase atribuida a Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana (1,863-1,952), madrileño más conocido como “George Santayana”, profesor de Harvard. Filósofo, ensayista, poeta y novelista, se hizo próspero y famoso con su novela, en inglés, “The Last Puritan”.

Si la impaciencia y las aprehensiones de Arévalo no hubiesen precipitado la tragedia del “Puente de la Gloria”, quizá desde hace siete décadas hubiésemos tenido un relevo periódico entre nuestras izquierdas y derechas, parecido al que hoy se da en EEUU entre “demócratas” y “republicanos”; si, ocurrida la tragedia, la alianza de “la derecha” guatemalteca con “la troika de S&C” (Cabot Lodge y los hermanos Dulles), aún así, hubiese esperado a que Árbenz terminara su período, quizá todavía podríamos haber tenido cíclicas correcciones de rumbo dentro del cauce democrático; y aunque se hubiese impuesto políticamente, cosa que no era segura, una social-democracia como la que quería Arévalo, quizá hubiésemos tenido una historia reciente más parecida a la que inició Figueres, en Costa Rica, en 1,948, que a la que de hecho tuvimos. Pero no fue así. Con la muerte de Arana (1,949) los odios se encendieron y las mentes se nublaron. Este país polarizado y heterogéneo, con sus pesadas y dramáticas herencias coloniales, entró en efervescencia en el clima internacional de “guerra fría” y “macartismo” (el del senador “Joe” McCarthy). En río revuelto, la codicia de gente foránea muy poderosa cambió el rumbo del país: una radio (“liberación”) en la Honduras de la “mamita Unai”; una campaña de desinformación, local e internacional, dirigida desde Nueva york por encargo de la misma UFCO; unos aviones cobijados por la Nicaragua del sátrapa “Tacho” Somoza; y armas, dineros y pertrechos del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo; se unieron a los sobornos, chantajes y amenazas del enviado de “S&C”, el embajador estadounidense, John Emil Peurifoy, hacia el ejército guatemalteco…

Aislado de sus antiguos amigos, encandilado por un pequeño pero disciplinado partido comunista (el PGT), asediado por crecientes enemigos locales y perseguido por sus demonios personales, Árbenz no pudo impedir la debacle. Fue evidenciándose que no estaba construyéndose una “república de pequeños propietarios, a la Lincoln”, sino las bases de una potencialdictadura del proletariado”. Al arribo de un puñado de mercenarios en la frontera, él se derrumbó como un héroe de mármol con pies de barro y ya en tierra, lo hicieron pedazos (“Del árbol caído, todo mundo hace leña”: hasta Castro, años después, lo exhibía en una tarima y le decía “a los yanquis”, señalándolo con el dedo: “recuerden que Cuba no es Guatemala”). Al caer su gobierno (1,954) el proceso reformista entró en franca regresión, devolviéndose las tierras expropiadas. La Escuela Politécnica fue cerrada y purgada y se hizo una “Constitución” a dedo (1,956). Tras la violenta muerte de “Cara de Hacha” y la inestabilidad política subsiguiente, la institución castrense hizo (con diputados “electos” en “planilla única”) otra y nueva “Constitución anticomunista” (1,965) y se arrogó, a la fuerza, la dirección del país. Siguieron veinte años de dictadura institucional disfrazada de “democracia republicana”, enfrentada a una guerrilla que buscaba hacer de Guatemala otra Cuba “fidelista”. Una minoría “derechista” empeñada en conservar nuestro enfermo e inefectivo sistema, y otra minoría “izquierdista” empeñada en imponernos la dictadura de una “vanguardia revolucionaria”, ensangrentaron a un país en el que la mayoría se sentía ajena a ambos extremos. Hace 35 años, finalmente, abandonamos nuestro eufemísticamente llamado “conflicto armado interno”, para entrar, con una Constitución más genuina (1,985), a esta “democracia de alquiler”, que sin resolver los problemas fundamentales de nuestra sociedad, sino agravándolos, ha devenido terca cleptocracia

Paradójicamente, el 4 de febrero de 1,958, un Tribunal Distrital del Estado de Luisiana encontró a la United Fruit Company culpable de flagrantes violaciones a las leyes anti-monopolio de los Estados Unidos y la condenó a crear “de sus propios activos” una “nueva compañía” que le hiciera competencia a ella misma, para quitarle “el control monopólico que tenía sobre el mercado del banano”. La “troika de S&C”, bien informada por su estratégica posición en el gobierno de Eisenhower de eventos relevantes que pudieran afectar sus intereses, tuvo ocasión de salir de sus acciones de la UFCO en la bolsa de valores, anticipándose al derrumbe de su valor bursátil. Mientras tanto, al otro lado del mundo, en Corea del Sur y Taiwán, las reformas agrarias capitalistas (y “preventivas”) que inició el general Douglas MacArthur (el mismo que quería invadir China para sacar “a sombrerazos” a Mao Zedong y si fuera necesario, hacerle también la guerra a Stalin) producían un nuevo “milagro económico”. El pragmático general había entendido que las probabilidades de consolidar las instituciones republicanas y la economía de mercado eran mejores en una sociedad menos desigual, en la que abundaran los pequeños propietarios. Siete décadas después, los resultados están a la vista y comparados con nuestro sucedáneo del capitalismo de plantación, son elocuentes.

Aún hoy, nuestros conservadores insisten en que “la desigualdad no es el problema, sino la pobreza”. Es evidente que la desigualdad es inevitable y en pequeñas dosis, posiblemente hasta beneficiosa. Pero lo que el registro histórico también señala es que una desigualdad abismal, sistémica y desesperanzadora, no sólo desalienta la consolidación de la institucionalidad republicana e inhibe el surgimiento de mercados eficientes, sino que es caldo de cultivo propicio para el surgimiento de peligrosos mesianismos que resultan remedios peores que la enfermedad que pretenden curar. Por eso, a lo largo de la Historia y en distintas geografías, en sociedades dirigidas inteligentemente, se crearon bases para el éxito socioeconómico propiciando el surgimiento de una amplia clase media. Hoy la relación tierra/población y la evolución de los mercados hacen del reparto agrario capitalista (que habría sido posible en 1,821, en 1,871 o quizá hasta en 1,954), una proposición aritméticamente imposible, técnicamente regresiva y políticamente inviable. Lo cual no quiere decir que no podamos lograr una dotación patrimonial ciudadana que logre el mismo objetivo, por la vía de otros activos republicanos y con menor fricción política y social. Todo este drama empezó cuando Justo Rufino Barrios se deslumbró con la posibilidad de lograr el desarrollo del país con una amplia red ferrocarrilera (ojo, Giammattei) y todo lo que ello implicaba (1,873). Llegamos a 1,904 y la red no estaba terminada. Estrada Cabrera le dio entonces a Mynor C. Keith grandes latifundios a cambio de que terminara “el tren” y al hacerlo, consolidó el carácter semi-feudal de la sociedad guatemalteca post-colonial, creando la “república bananera”. Se continuó “lotificando” el país para albergar grandes plantaciones y nó para crear una sociedad de granjeros. No nos hemos logrado sacudir aún esa herencia post-colonial y en consecuencia, el país sigue abrumadoramente desigual, polarizado y dividido. A juzgar por las encuestas de la última elección, un 15% del electorado cree que a pesar de todo, la solución es “no hacer olas” pues así vendrá “la inversión” (sobre todo, extranjera), cuyos beneficios, a la larga, se “derramarán” sobre las mayorías. Otro 15%, en contra de las evidentes lecciones de la historia global, sigue creyendo en las soluciones neo-marxistas. Siete de cada diez ciudadanos, sin embargo, sólo esperan paz y prosperidad y se sienten defraudados por una República que en siete décadas, es más, en dos siglos, no ha ofrecido soluciones efectivas, sin ciudadanos de segunda clase. Sabe, también, que no hay futuro si seguimos en manos de “Alí Babá y sus cuarenta ladrones”… Pero hemos sobrevivido y así iniciamos este nuevo período de gobierno, con terca esperanza. Nuevos gobernantes: habrá que ver si no desoímos, de nuevo, el sabio consejo de Santayana…

«Publicado en la sección de Opinión de elPeriódico el 7 de enero de 2020″

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