Recientemente se socializó un anteproyecto de ley que sin duda revitaliza la esperanza que los guatemaltecos abrigan de poder obtener atención de salud integral, empezando por un área de la salud que por demasiado tiempo había sido subestimada en Guatemala, la salud mental.
Y me disculpo de antemano porque ciertamente no soy un profesional ni estudiante de la salud mental con la autoridad para escribir al respecto, solo soy un fiel admirador de la gran labor que llevan a cabo y en especial siendo testigo del impacto que una buena salud mental tiene en el resto de las ramificaciones que componen a la salud integral.
De acuerdo con algunos datos que han analizado los diversos diálogos que se han desarrollado alrededor de este anteproyecto de ley la situación de la salud mental es crítica, con apenas el 2% del presupuesto de salud pública siendo destinado al cuidado de la salud mental de acuerdo con estadísticas de la Organización Mundial de la Salud en 2020.
Si un niño, adulto, ciudadano, profesional, o servidor público padece en su salud mental, seguramente su salud física decae; y tanto su educación, productividad como decisiones se ven afectadas. Esto demuestra lo esencial que es una atención integral de la salud mental, porque no discrimina, y su alcance o la carencia de este pueden impactar desde la gestación hasta el adulto mayor.
No podemos pretender aportar algo bueno a la sociedad si no empezamos por estar bien nosotros mismos. Tantos fenómenos sociales podrían ser atacados por medio una cobertura más amplia de la salud mental, desde el bullying en las escuelas hasta la corrupción en el Estado, en especial considerando que todos tenemos historias diferentes, tornándose muy fácil juzgar y condenar desde la ignorancia, pero no sabemos si ese compañero de clase abusivo sufrió algún abuso en si mismo que no ha logrado resolver y por ello agrede, o incluso alguna carencia emocional, cognitiva, social o familiar que hace más propensos a los criminales, tanto de cuello blanco como “comunes” de delinquir, también incluyo aquellos propensos a declarar que nuestro único hospital dedicado a la atención de la salud mental esta “rebonito” o que el guatemalteco es “corrupto por naturaleza”.
Sin afán de reflejar en estas palabras un falso positivismo hacia la administración pública, me parece que esta ley, así como la recién sancionada Ley de Atención Integral de Cáncer, son aciertos que abren la puerta a muchos cambios más en esta nueva etapa de nuestra democracia, pero también es un llamado de atención a la ciudadanía a mantenerse alertas, informados, críticos, pero sobre todo, participativos para que desde el poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial sigan avanzado hacia la ruta que trae mayor beneficio y desarrollo.
Somos seres sociales, y así como cuando las neuronas juntas producen grandes ideas, continuemos reparando el tejido de nuestra sociedad para avanzar juntos hacia un mejor futuro donde podamos aprender, construir y producir sanos de la mente, el corazón y el alma.
Etiquetas:resiliencia salud integral salud mental