En 1588, con la destrucción de su Armada Invencible, España perdió el control de los mares y se inició así el proceso que conduciría a quienes hablan inglés al dominio de los océanos, de la globalización y después, del mundo. Felipe II de España (en cuyas tierras “nunca se ponía el sol”) había decidido invadir Inglaterra, un país del que fue rey-consorte durante su breve matrimonio (1554-58) con María Tudor, para impedir que la medio-hermana de su difunta esposa, Isabel I (hija de Enrique VIII con Ana Bolena, razón de ser de la separación entre la Iglesia Anglicana y la Católica), continuara hostigándolo. Hacía esto, “la reina hereje”, acercando a sus súbditos a los protestantes holandeses que se le habían rebelado al rey español en el Continente y alentando a sus marineros -convertidos en ladrones de mar con sanción oficial inglesa- a asaltar en alta mar a los buques que venían “de las Indias”, cargados de riquezas. A la hora de la verdad, los barcos ingleses, más pequeños y más ágiles que los buques españoles, tenían la ventaja táctica de contar con cañones que aunque de un poco menor potencia, tenían un alcance más largo que el de sus equivalentes ibéricos, de manera que a conveniente distancia, podían atacar sin ser atacados de vuelta. Esa desventaja hispana sólo podía ser compensada con la “maniobra de la media luna”, mediante la cual la flota española inducía a los barcos ingleses a perseguir a una supuesta presa fácil, mientras que por los flancos los rodeaban con otros buques, que al cerrar el cerco, “ponían a tiro” de los cañones españoles a los barcos ingleses. Por todo ésto, el plan de Felipe era atrapar a la flota inglesa antes de zarpar y arrinconada, destruirla a cañonazos en su propio puerto; para después ir a las costas franco-holandesas a recoger a los famosos tercios españoles (al mando del mítico Alejandro Farnesio) y desembarcarlos en territorio insular, y así completar con una invasión terrestre, su dominación del reino anglo-sajón… Pero todo salió mal. Los espías ingleses advirtieron a su flota a tiempo y ésta se posicionó sigilosamente al oeste de sus enemigos, de manera que los españoles no la pudieron atrapar en su propio puerto, sino que la tuvieron siempre, viento en contra, hostigándolos desde una distancia inalcanzable para sus cañones. Las maniobras tácticas clásicas de la flota hispana obligaron a desplazar al grupo naval español hacia el este, en retirada inevitable y empujado por los vientos, hasta topar con las costas de Francia. Eventualmente, salir de ahí fue a costa de grandes pérdidas, catastróficamente agravadas por el mal clima y cien vicisitudes más, que dejaron cuestionada la superioridad naval de España para siempre.
El asunto vino a mi memoria porque desde hace meses y hasta la reciente suspensión de las limitaciones que sus proveedores de armamento les habían impuesto, los ucranianos habían estado recibiendo fuego ruso desde allende sus fronteras, sin poder atacar de vuelta a la fuente de esos bombardeos, por prohibición expresa de sus aliados. Sabidas las consecuencias de ser bombardeados así, sin poder responder al fuego, los ucranianos habían venido solicitando a sus aliados “el permiso” para contra-atacar, desde su territorio los focos de origen de los bombardeos, con armamento occidental recién adquirido, de suficiente largo alcance. Pero esto implica que armas occidentales, disparadas por ucranianos, impacten objetivos militares dentro del territorio ruso y eso le ha subido al menos un par de grados al presunto enfrentamiento ruso-occidental, que amenaza con “escalar” aún más…
Para quienes hacen la apología de la posición rusa, la invasión de Ucrania es consecuencia de la dizque obcecada insistencia de Occidente en expandir las fronteras de la OTAN hacia el este, tras un supuesto “golpe de Estado blando” orquestado por la CIA en 2014 (que resultó en la huída del rusófilo Presidente Víctor Yanukovych a Moscú, tras las masivas demostraciones del “Euromaidán” en Kiev); que es como decir que aquí la caída de Otto Pérez Molina en 2015 no fue fruto de las manifestaciones populares “en la Plaza”, sino el simple resultado de otro “golpe blando de la CIA”. Supuestas seguridades que “Occidente” le dio a Rusia de no expandirse hacia el este después de la implosión de la antigua URSS en 1991, “han sido violadas por sistema”, dice tal visión de las cosas, “forzando” a Putin a “contener” la expansión de la OTAN hacia el este con acciones militares, como la invasión de Georgia en 2008 y la de Crimea y el Dombás en el 2014; implicando que los rusos tienen el derecho de impedirle a los pueblos de los antiguos estados satélites de la URSS el preferir un sistema distinto al de la autocracia rusa. Pero la realidad es que la mayoría de la población del antiguo vecindario soviético -habiendo ya “probado” las pecaminosas delicias de la libertad- prefiere vivir “a la occidental” (cosa a la que tienen pleno derecho) y entonces, de manera titubeante y remisa, “Occidente” se ha visto compelido -a regañadientes- a apoyarlos; violando con ello, entre otras cosas y según Putin, el acuerdo de Minsk (2014) y destruyendo la credibilidad de Occidente en Rusia. Si a eso añadimos que excepción hecha de sus armas nucleares, el poderío militar ruso es bastante menor al que requieren sus abusivas pretensiones geopolíticas (ya que está desafiando a un bloque occidental que tiene 40 veces su PIB, el cual es apenas comparable al italiano, de dos y media veces menor población que la rusa), la frustración de Moscú parece inevitable. Por supuesto, tales consideraciones son vistas por los apologistas de la posición rusa como meras excusas para justificar una burda ampliación del territorio “bajo el control” de la OTAN, pues desconocen que en el escenario internacional “las ideas importan y tienen consecuencias”. La praxis implícita de Occidente es que hay que propiciar la prosperidad universal, ya que ésta desemboca inevitablemente en la voluntaria democratización de las sociedades prósperas, cosa que aunque no ha ocurrido (hasta la fecha) en China, por ejemplo, sí ha estado ocurriendo en casi toda la Europa Oriental y por supuesto, también, en Ucrania. De manera que pese a lo que dicen sus propagandistas, frente a la súbita capacidad ucraniana de responder a sus bombardeos desde el interior de su territorio con armas occidentales de largo alcance, Rusia no tiene capacidad de prevalecer sobre Ucrania con métodos militares convencionales; y el costo político -para el autócrata- de ese fracaso es tan alto, que el tirano ruso ya ha empezado a hablar de la utilización de sus armas nucleares; en alarmante escenificación de la vieja “trampa de Tucídides”, que hoy enfrentaría a Rusia (aliado con otras autocracias como China, Corea del Norte y la teocrática Irán) ya directamente contra la OTAN y otros aliados naturales de “Occidente”…
De 1949 (año en el que la URSS detonó su primer artefacto nuclear) a 1991 (año en el que la URSS se autodisolvió), el mundo se libró de una confrontación nuclear entre la extinta Unión Soviética y los EEUU, debido al poder disuasivo de la “mutua destrucción asegurada” (MAD – “loca”, por sus siglas en inglés); o la consciencia de que una tercera guerra mundial era entonces equivalente a un “pacto suicida” universal. La realidad de 2024 ya no es la misma y se podría caracterizar más como el riesgo de una “destrucción asimétrica global”, absolutamente fatal para Rusia pero cuyo costo en vidas y destrucción física en el resto del mundo sigue siendo inaceptable para Occidente; en un conflicto que en lo nuclear, sigue siendo aún esencialmente bipolar. Los rusófilos, no obstante, hacen referencia a una fantasiosa multi-polaridad cuya expresión máxima es el grupo de los BRICS, sin reconocer que la posición del dólar como divisa global -y sus implicaciones- sigue siendo inalcanzable -en el futuro previsible- para cualquier combinación del rublo, el yuan, la rupia y/o los descendientes del cruzeiro, aunque ése sea -por su complejidad- tema para otro artículo más largo, que involucraría, necesariamente, al Bitcoin. Así que el mundo se encamina, realmente, a una nueva -y probablemente efímera- bipolaridad China-EEUU, en la que la potencia emergente dista mucho de tener un futuro de dominación asegurado, por sus no muy conocidos pero muy reales problemas demográficos, financieros y de abastecimientos; que no tienen en grado equivalente los EEUU. Así que como consecuencia de la enorme disparidad económica -y consecuentemente, tecnológica y militar- entre Rusia y la OTAN, el equivocado cálculo inicial de Putin lo reducirá, en el mejor de los escenarios, a un estancamiento prolongado del conflicto; sobre todo porque China tiene, realmente, otras prioridades estratégicas; diferentes de las de su antiguo rival en Mongolia y en el este de Siberia, del cual ahora, sin lugar a dudas, el anterior “imperio celeste” -antes humillado, entre otros, por Rusia- se aprovechará…
Pero desde dos milenios y pico de distancia, Tucídides nos envía otra advertencia: Atenas no fue derrotada, realmente, por la potencia de sus adversarios externos. La trágica derrota de Atenas se tornó inevitable por la insidiosa labor de sus enemigos internos, que simpatizantes del sistema oligárquico que emblematizaba Esparta, terminaron propiciando la destrucción de su mundo, con tal de acabar con la por ellos odiada democracia. Algo similar ocurre en el primer mundo de hoy: el hasta hace poco impensable ascenso de la ultra-derecha que se consideró eliminada por la Segunda Guerra Mundial, pone en jaque interno a las democracias; como lo ilustra el avance de sus agrupaciones políticas en las recientes elecciones parlamentarias europeas, o el terco desempeño de Trump en las tempranas encuestas electorales de los EEUU. El candidato “MAGA” no sólo ha expresado inequívocamente su admiración y empatía por Putin, Xi Jinping y Kim Jong Un, sino que ha anunciado su intención de retirar a los EEUU de la OTAN y de dejar a los europeos solos en sus problemas defensivos. En esta parroquia, el fenómeno tiene sus equivalencias en los golpistas que intentan derrocar al gobierno y añoran el pronto retorno del proto-fascista candidato MAGA a la Casa Blanca. He oído a “derechistas” de antaño, expresar su admiración por Putin, por ser “cazador de huecos”, dizque respetuoso de las tradiciones religiosas, y defensor “del orden”. Aquí, además, se da el curioso caso de que estos ultra-derechistas coinciden en sus posturas “putinescas” con “las izquierdas nostálgicas” chapinas, que siguen viendo en la Rusia de hoy, un espejismo de lo que para ellos significó la URSS de ayer. Pero no se equivoque, ciudadano: en estos tiempos peligrosos, Guatemala no puede darse el lujo de ser sorprendida alejada de las democracias que han venido apoyando nuestras aspiraciones de cambio; porque eso no sólo sería dispararnos en el pie, apostándole a los perdedores, sino, además, nos colocaría en el lado equivocado de la Historia…
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