Los primeros tres meses del gobierno del Movimiento Semilla que encabezan Bernardo Arévalo y Karin Herrera, han marcado las pautas sobre el estilo de gestión, las alianzas prioritarias y la agenda implícita que promueve el mandatario. Esto tiene que ver con la manera como se abordan desde el Ejecutivo los grandes desafíos políticos y, a la vez, cómo interpreta la oposición, pequeña pero poderosa y radical -que decididamente se conduce en la ruta inequívoca de la desestabilización-, ese arte de gobernar. Donde hay respeto y prudencia, esta interpreta miedo el cual estimula su mayor agresividad.
A continuación, describo lo que podrían ser las variables para la construcción de los escenarios de los próximos cien días y más:
- El presidente Arévalo es paciente con sus rivales políticos, no tiene un temperamento de choque, es agudo en el análisis y siempre se inclina por la resolución negociada de los conflictos; en tal sentido, puede llegar a ser el edificador de grandes acuerdos nacionales. Sin embargo, tiene la capacidad de encender la mecha corta cuando sus aliados -en quienes ha depositado la confianza política- transgreden principios, aunque puedan parecer asuntos menores, como se vio en el caso de la exministra de Ambiente y Recursos Naturales hace un par de semanas.
- Sus alianzas principales descansan en los agentes renovadores, en quienes contactan con la raíz cultural de los pueblos y con los abandonados. Aunque es capaz de comprender varios idiomas ideológicos, apuntará hacia el empresariado modernizante que cumple la normativa básica tributaria y laboral, y que asume el riesgo de la competencia. Está procurando, sin romanticismos, el diálogo y conocimiento mutuo con las autoridades ancestrales, que rotan cada uno o dos años pero que son permanentes como institución y se ocupan cada vez de los problemas nacionales y ya no solo de los locales. Ha labrado, además, un compromiso de comunicación fluida con los movimientos campesinos.
- Arévalo hace dialogar en su pensamiento y prácticas políticas el espíritu demócrata con el orden republicano. Es respetuoso de las instituciones y esa formación de fondo es lo que puede hacer desesperar a los suyos, dentro y fuera del gobierno, y provocar una lectura convenientemente tergiversada por parte de sus enemigos, que sí los tiene, no porque les haya declarado la guerra, sino porque se la declararon a él desde la madrugada del 26 de junio pasado cuando insospechadamente encarnó una opción de poder. Esa confrontación será irreductible porque un armisticio declarado por parte de sus enemigos solo sería a costa del sometimiento o la resignación política “del dejar hacer y dejar pasar”, es decir, su anulación e intrascendencia como gobernante.
De estas variables, que podrían parecer subjetivas, desprendo viñetas de tres escenarios de cortísimo plazo:
1. Las alianzas progresan, pero van rezagadas con respecto de las ofensivas de ingobernabilidad de los enemigos (digo, enemigos, pues los adversarios son leales, no desestabilizan). No le darán respiro y aprovecharán su ventaja en la construcción de la narrativa a través de sus ejércitos mercenarios de troles para anular la escasa capacidad de comunicación política estratégica del gobierno.
2. Abstenerse de demandar a las instituciones contraloras sobre el cumplimiento leal de sus mandatos (por ejemplo, a la Contraloría no denunciar administrativa ni penalmente los grandes fraudes del gobierno de Giammattei; a las cortes la escandalosa impunidad con la que le extienden alfombra roja a los truhanes, o a la fiscal general usar su poder para la persecución política y atentar contra la democracia, o a la oficina de control de lavado de dinero voltear la mirada) se irá convirtiendo en un boomerang, pues estas no observan los mismos principios de independencia de poderes. Fácilmente le tenderán la emboscada.
3. La mecha corta de Arévalo ante los actos de corrupción, la podrían aprovechar sus enemigos para acelerar el carrusel de relevos en los altos mandos de la administración, mientras se va consolidando la burocracia gris que es maleable para sus intereses. Al mismo tiempo pueden emplearla como un arma de desmoralización al exacerbar el síndrome del presidente traicionado. La radicalidad de Arévalo le podría impedir construir su propia área gris en política -pragmática pero no despojada de principios- procurando generar gobernabilidad bajo su égida.
En el frente internacional los enemigos de Arévalo están en desventaja, pero trabajan tenazmente en Washington por medio de carísimos despachos de cabilderos para vender la falsa historia sobre el “comunista que asaltó el poder el año pasado mediante un fraude electoral”.
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