Harto sabemos que la corrupción es un mal endémico que afecta enormemente a todas las personas, quitándole oportunidades de estudio, salud y en general, erosionando el tejido social que literalmente frena el desarrollo económico.
Ante esta situación, muchos países han buscado formas de frenar el embate de ésta y así lograr minimizar sus efectos, recurriendo a diversas técnicas que van desde la investigación y acciones punitivas, hasta la implementación de sistemas que la controlen y prevengan. Esta última es esencial.
Sin embargo, luego de dedicar algunos años al estudio del fenómeno de la corrupción, he llegado a la firme convicción que este problema no encontrará soluciones únicas y viables, si no se implementa la conciencia del correcto actuar desde la infancia.
¡Es decir, prevenir la corrupción desde los espacios e instancias indicadas para ello, es necesario, pero abordarla, desde las escuelas, es trascendental!
Los protocolos y medidas preventivas contra la corrupción, como la transparencia administrativa, los sistemas de gobierno abierto, las auditorías, la implementación de leyes más estrictas, la digitalización y la vigilancia constante, son herramientas valiosas y necesarias, pero quizá no lograrán un efecto a gran escala, si no existe un acompañamiento que tenga sus bases en la educación temprana del individuo, para dotarlo de principios sólidos que le permitan actuar correctamente, aunque a éste no se le controle o vigile.
Lamentablemente, el ser humano lleva en cierta medida, una actitud intrínseca de evadir normas y sacar provecho. Sin embargo, podemos verificar modelos de conducta en muchas partes del mundo, en donde la ciudadanía hace lo correcto, no porque alguien se lo exija o controle, sino simplemente porque a muy temprana edad, aprendió a hacer lo correcto y nada más.
Las personas involucradas en actos corruptos, a menudo encuentran maneras de evadir los controles, adaptándose y encontrando nuevas formas de perpetrar sus actos deshonestos. Por lo tanto, este enfoque reactivo tiene sus límites y muchas veces las medidas que se implementan, surgen después que el daño está consumado y cuando las consecuencias negativas para la sociedad, ya son evidentes.
Es aquí donde se produce la pregunta clave: ¿Es suficiente confiar y depositar la solución a este enorme problema, únicamente en la implementación de estos mecanismos preventivos? La respuesta pareciera ser no.
En esencia, no hay un solo camino para luchar contra este flagelo y si bien es cierto que no existe país en el mundo con nulos índices de corrupción, sí los hay con muy bajos niveles de la misma y en ellos es perceptible su alto nivel educativo.
¿Coincidencia? No lo creo.
Trabajar en la formación de los principios morales desde una edad temprana, es un fiel indicador de éxito, que traerá consigo sociedades más honestas y transparentes.
Hoy más que nunca, apelaría a una educación con un enfoque basado en la ética y los principios de la honradez, argumentando que si realmente se desea luchar contra la corrupción, la actual administración, a través de su Ministerio de Educación, deberá girar todos sus esfuerzos para trabajar por una enseñanza basada en los valores.
Aclaro que no hago referencia a simplemente hablar de estos temas en uno u otro curso, sino a programas concretos, reales, concisos y de carácter permanente, que sean parte del currículum escolar, en donde dichos temas sean parte elemental del programa educativo, que lleve consigo la integridad y la responsabilidad que todos tenemos frente a la corrupción, concibiéndola desde la infancia, como un elemento deleznable, que nos hace daño y nos quita toda oportunidad de desarrollo y de mejora.
La educación moral no sólo debe provenir de la familia, sino también de las escuelas y la comunidad en general.
Por ello, considero y recomiendo, implementar todo tipo de programas educativos que contengan lecciones explícitas sobre moralidad, ilustrando las consecuencias graves que nos trae la corrupción, promoviendo así, el valor de una conducta honesta.
Además, los modelos a seguir juegan un papel fundamental: Los niños deben ver en sus padres, maestros y líderes comunitarios, ejemplos vivos de integridad.
Las comparaciones no siempre son buenas, pues es entendible que cada caso y cada país, cuenta con sus propias tipicidades, historia y desafíos. Sin embargo, replicar buenas prácticas, quizá no sea tan complejo, cuando de educar se trata.
Invito a revisar los currícula de nuestro sistema educativo y ver la forma de implementar una educación integral y sólida, que logre permear en la conciencia de la niñez, la juventud y por consiguiente, la de la adultez, la importancia de actuar con principios éticos en todo momento.
En muchos países esto ha tenido notables resultados, traduciéndose esto en bajos índices de corrupción y una alta confianza en las instituciones públicas.
Siguiendo su ejemplo, podríamos fácilmente reconocer que la educación es una forma de prevención de la corrupción a largo plazo, arraigándola en la conciencia colectiva desde la infancia.
En conclusión, si bien los sistemas de prevención son herramientas necesarias en la lucha contra la corrupción, no son suficientes por sí solos.
La cultura de la integridad y la responsabilidad que se tiene ante los actos deshonestos, debe inculcarse desde una edad temprana, para así construir una sociedad que no sólo disponga de los efectos reactivos de esta conducta, sino que cuente con ciudadanos que, por principio, los rechacen desde su esencia.
Etiquetas:corrupción Educación ética integridad principios morales