Cuando en el teatro griego no había manera lógica de resolver el entuerto creado entre los actores del drama, el autor de la obra -alguien como Esquilo, Sófocles o Eurípides- hacía aparecer a un dios del Olimpo, descendiendo sobre el escenario de los cables de una máquina que hoy llamaríamos “grúa” y “sanseacabó”. De ahí vino la expresión “el dios de la máquina” y la convicción de que ciertas situaciones sólo se pueden resolver con ese tipo de intervención…
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