Xela, La Esperanza

Pensar que la niñez, la juventud y todas las personas pudiésemos andar libremente por parques, bibliotecas y casas de la cultura donde potenciar talentos y así contribuir al bien común, nos da mucha esperanza de que se vaya eliminando la cultura de violencia.

Ana Cofiño     agosto 25, 2024

Última actualización: agosto 24, 2024 7:40 pm

La Esperanza es un municipio de Quezaltenango, cercano a Xelajuj Noj, asentado sobre territorio Mam posteriormente ocupado por los Kiche’s antes de la invasión española. Recientemente estuve allí por cuestiones de trabajo, disfrutando además del clima y las hermosas montañas que rodean ese pequeño valle donde conviven milpas, siembra de papas y campos de flor amarilla en estrecha vecindad con casas de varios niveles, edificaciones que se reproducen sin control ni regulaciones, extendiendo la invasión del cemento y el bloc sobre los bosques antiguos. 

Una tarde después de trabajar en la comunicación feminista con jóvenes de distintas procedencias, tuvimos ocasión de visitar a nuestra querida colega, la antropóloga Cecilia Mérida, investigadora social de larga trayectoria que conoce y vive en La Esperanza, quien nos convidó a una infusión de hierba Luisa, nos mostró el parque de su pueblo y nos condujo de vuelta al recinto donde nos hospedamos. Siempre es interesante conversar con quienes tienen puntos de vista basados en experiencias propias, vividas en su entorno, y escuchar testimonios de protagonistas de la historia local. Agradecemos su hospitalidad y buena disposición para colaborar en diversas propuestas feministas.

Aproveché el viaje a los Altos para visitar a personas dedicadas a la edición y venta de libros, a las artes, a la memoria, a la construcción y divulgación de propuestas críticas. Gracias a colegas y buenas amistades, pude enterarme de algunas de las múltiples actividades y proyectos que están en curso en esa ciudad iluminada por la luna. Conversar con gente del lugar es una manera práctica de aproximarnos a un contexto ajeno o desconocido. Escuchar lo que dicen sobre la vida cotidiana, sobre sus sentires, es una fuente de conocimiento valiosa.

Una visita que tenía pendiente era al Parque Intercultural de Quezaltenango, ubicado en lo que fue la estación del Ferrocarril de los Altos (1930-1933) y más tarde, la Base Militar Manuel Lisandro Barillas, hoy convertida en un espacio cultural donde funcionan varios proyectos interesantes, entre ellos, la galería de fotografía Maíz, coordinada por Valeria Leiva, donde pude ver una exposición muy bien montada de artistas de fotografía estenopeica de varios países. Esta galería funciona en lo que llaman La Torre, un salón amplio al que se llega por una escalera de metal que también alberga un teatrino conducido por Guillermo Santillana, así como la galería 01320 que dirige Bryan Castro. Pude compartir un delicioso almuerzo con algunos de los jóvenes que animan el proyecto y quedé gratamente impresionada por lo que están generando. Tengo que decir que ese breve recorrido me dejó estimulada y con ganas de volver. 

Estación del Ferrocarril de los Altos, Quetzaltenango, 1930

Emma Guadalupe Molina Theissen, detenida por el ejército en septiembre de 1981, fue conducida y retenida por nueve días en dicha base militar, hasta que logró escapar. El 6 de octubre un comando militar secuestró a su hermano de 14 años, Marco Antonio Molina Theissen, quien hasta el día de hoy permanece desaparecido. En el juicio llevado a cabo en 2018 al que se sometió a cinco militares sentenciados por ser responsables de crímenes de lesa humanidad cometidos en ese lugar, Emma dio testimonio de las vejaciones y torturas, las violaciones sexuales a que fue sometida en dichas instalaciones. Así como ella, se considera muy probable que estudiantes del Centro Universitario de Occidente, como Joaquín Rodas, también desaparecido, hayan estado en cautiverio en ese lugar macabro.

La mejor manera de resignificar el sitio del horror que fue esa Zona Militar 17-15 durante la guerra contrainsurgente en los años ochenta, usado como centro clandestino de detención a donde fueron conducidos ilegalmente mujeres y hombres de la región, es convertirlo en un centro para las artes, que tanta falta hacen en el país. 

Que hoy se abran al público el Museo de la Memoria, una Biblioteca, el Museo del Ferrocarril de los Altos y unos inmensos hangares donde se han realizado conciertos, festivales y la Feria del Libro, entre otras actividades, es un paso grande que contribuye a curar las heridas no sanadas y a preservar la historia de las resistencias. Es deseable que llegue apoyo del Estado para fortalecer el acceso del público a estos lugares que le dan elementos de identidad, de comunidad, de defensa de sus territorios.

Según se dice en Xela, hay interés en convertir ese lugar histórico en un centro comercial o algo parecido. No sorprende. Es sabido que el capital privado no apoya la preservación de la memoria ni estimula el pensamiento crítico. Ojalá entre la pujante sociedad civil se encuentre la fuerza para detener la voracidad y la estupidez de quienes desprecian la cultura y la riqueza natural. Me dio tristeza saber que los árboles del parque Benito Juárez fueron tumbados sin importar su importante papel en el entorno urbano.

Un poco a la carrera conversé con la escritora, catedrática y querida amiga, Anabella Acevedo, quien también participa en la vida cultural de Xela desde hace más de veinte años. He tenido la fortuna de seguir su trayectoria y esta vez fui beneficiaria de sus múltiples contribuciones, con un libro prologado por ella, la novela La mujer de pelo largo de la escritora Leonor Paz y Paz, publicada por la Universidad Rafael Landívar y la Universidad Alberto Hurtado de Santiago de Chile. Espero que esta novela sea materia de otra reseña. De momento sólo pude leer el prólogo de Anabella, mismo que nos ubica en el contexto social de esta escritora que en los años ochenta fue señalada por sus posiciones democráticas, reflejadas en artículos de prensa, cuentos y otras intervenciones en las que demandó el fin de las injusticias.

Tiempo me faltó para ir a la exhibición de Días perfectos, del director Wim Wenders, una de las películas que se han mostrado en Cinespacio, sala ubicada en el edificio Polanco, otro de los hermosos proyectos que hacen de Xela una ciudad con una vida cultural intensa. Según mis fuentes, el director de cine Andrés Rodríguez, quien, por cierto, va a participar en el próximo festival de cine de Venecia con un cortometraje titulado James, gestiona festivales y la exhibición de cine no comercial desde hace varios años. Queda en agenda para la próxima visita ir a esa sala alternativa.

La esperanza es un sentimiento que se proyecta como la confianza en que un deseo se realice, como una posibilidad de bienestar. Pensar que la niñez, la juventud y todas las personas pudiésemos andar libremente por parques, bibliotecas y casas de la cultura donde potenciar talentos y así contribuir al bien común, nos da muchas esperanzas de que se vaya eliminando la cultura de violencia atravesada por el racismo, el machismo y la herencia colonial que han impuesto quienes ostentan el poder. Allí donde se juntan la libertad, la voluntad de cambio y la creatividad es muy posible que brote una mentalidad colectiva más sana y feliz. Concretar los sueños es sentar las bases de una transformación. 

Xelajuj Noj significa “bajo diez sabidurías”. Quizá entre esas sabidurías desarrolladas en una historia larga y compleja de luchas y resistencias, la esperanza siga floreciendo. Brindo porque así sea.

El volcán Santa María, los tamales de arroz, los libros, el cariño y la gentileza de la gente, son apenas algunas razones por las que quiero volver a Xela. Sobre todo, por el intercambio que hacemos con personas de distintos territorios, interesadas en las propuestas feministas, materia sobre la que hablaré en otra ocasión.

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