Tan real como extraordinario

Desde hace poco más de dos siglos, desde la Francia de la última década del siglo XVIII, la revolución, por un lado, y las reacciones contra ella, por el otro lado, han organizado la percepción del tiempo

Rogelio Salazar de León

abril 14, 2024 - Actualizado abril 13, 2024
Liberty Leading the People. 1830. Oil on canvas, 260 x 325 cm.

¿Qué tiene que pasar para que un hombre, para que un grupo o un pueblo entero digan: prefiero la muerte a la aceptación de tener que obedecer…? …a la aceptación de tener que seguir obedeciendo…? Ya no más, ya “nunca más”.

Las rebeliones o, si se prefiere, las sublevaciones pertenecen a la historia, pero al mismo tiempo parece como si quisieran romper con ella; y eso es así de asombroso y paradójico porque lo más seguro es que el propio hombre que se alza, que se subleva, que se rebela no tiene una explicación plena para sus decisiones, para sus actos; eso es así porque el propio hombre que se subleva atraviesa por una especie de ceguera que lo obnubila; porque el propio hombre que se subleva ha llegado a un punto en el cual debe (tiene que…) rasgar las vestiduras de la historia y, en consecuencia, romper con todo el torrente de justificaciones y explicaciones, romper con las largas cadenas de la ley y la cordura.

Ante lo cual cabe conjeturar y decir que, si las sociedades viven y se sostienen vivas es porque los poderes que se ejercen no son del todo absolutos o, para decirlo de otra forma, no son absolutamente absolutos; lo cual, significa que más allá de todas las aceptaciones, de todas las seducciones, de todas las maniobras, o bien, porque más allá de todas las coerciones, amenazas y violencias queda alguna posibilidad de movimiento, queda alguna posibilidad de canje.

Ahora bien, si ante los poderes fácticos ya no se puede nada, ya no se puede hacer nada, ya no queda una sola posibilidad de movimiento…, una vez llegado ese punto ya no importan los gases ni las ametralladoras ni los paredones…, llegado ese punto los hombres se rebelan y, sin que se sepa bien cómo, se rasga la vestidura de la historia.

Promesas del más allá, retorno del paraíso, la espera o la llegada del Mesías, el reino de todos o la lluvia de fuego del Apocalipsis; durante siglos la rotura de la historia se ha recubierto, incluso, de revestimientos y pelajes religiosos; y luego desde ahí, el asunto de la rebeldía ha llegado a abrirse campo hacia la dimensión de la racionalidad, hacia el asunto de la historia racional, hacia la revolución.

Desde hace poco más de dos siglos, desde la Francia de la última década del siglo XVIII, la revolución, por un lado, y las reacciones contra ella, por el otro lado, han organizado la percepción del tiempo; las alternancias entre los esfuerzos republicanos y los esfuerzos por las restauraciones monárquicas; las alternancias entre los esfuerzos democráticos y la insistencia por restaurar imperios, ha sido una muestra clara del clima político desde las guerras napoleónicas.

¿Es deseable la revolución…? Ese puede ser el verdadero enigma de la subversión, de la sublevación, de la rebeldía.

Lo que pasa por la cabeza del subversivo… ¿…es algo que tiene sentido…de alguna forma…? ¿…puede entenderse que eso es algo que sucede al margen de la locura…?

A estas alturas, no falta aquel que sostiene que la sublevación ha sido neutralizada, que la revolución ya no es posible o, en todo caso, que ha sido colonizada por la maniobra política, por la Real-Politik, según se diría en otras latitudes, lo cual equivale a decir que se ha abierto un campo de racionalidad para la historia; ante lo cual, lo más adecuado puede ser reconocer que la razón siempre ha sido interpelada, como si las cosas siempre se hubieran formulado así: ¿existe la razón para rebelarse contra la razón…? O bien ¿existe, asiste, se tiene la razón para rebelarse…? Lo más aconsejable es que la cuestión quede abierta.

El hecho cierto e innegable es que hay sublevación porque no sólo existe la razón de los grandes hombres, filósofos, estadistas, conquistadores, etc., no sólo la razón de ellos entra en la historia; también se introduce en ellas la subjetividad de cualquier hombre, de cualquier hombre común, así como el inconsciente se cuela en la vida de cada uno, como si se tratara de un soplo.

Un delincuente pone su vida en juego ante un abusivo padre de la patria…, en cierto momento un loco ya no puede ser ridiculizado ni encerrado…, un pueblo rechaza el régimen que lo oprime y lo comprime…; todos deciden entrar a jugar un juego en el que nada está garantizado, en donde la propia vida está en juego, nadie es obligado a entrar al juego de las voces confusas que cantan e intentan nombrar la verdad que parece estar más allá.

¿Descarrilar la historia es una cuestión de ética o de moral…? Tal vez, ¿más allá de los consabidos maniqueísmos, ¿…quién se atreve a responder algo así…?

Pero, en todo caso, descarrilar la historia sí que es una cuestión de realidad.

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