Fernando González Davison acompañado por el editor Raúl Figueroa Sarti, durante la presentación del libro. Foto: F&G Editores
La novela histórica con dicho título que presenté en Guatemala el 20 de febrero la considero una culminación de una misión personal que me tracé hace varias décadas para poder transparentar el proceso político más importante de Guatemala en el siglo XX durante los gobiernos reformistas de Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz Guzmán de 1944 a 1954. Sobre el tema existe gran cantidad de bibliografía, pero faltaba el enfoque global al proceso y, al mismo tiempo, carecía de un análisis personalísimo de sus principales actores. Los historiadores abordan problemas del cambio histórico, la causalidad, la objetividad y la interpretación, pero no a los personajes en sí. Como sigo a la escuela francesa de los Annales, que enfatiza la larga duración, las estructuras sociales y mentales, y la historia total, con elementos de la filosofía de la historia, debí compenetrarme que me estaba enfrentando a una misión casi imposible de llevar a cabo en forma de novela atendiendo a sus protagonistas en un teatro muy humano con dramas de una tragedia anunciada.
En esta novela histórica está presente la memoria colectiva, la historia y la política, la historia y la literatura. En ella hay relatos del pasado y les doy vida. Además, los he interpretado con base a fuentes documentales y, así, presento una historia crítica y reflexiva, consciente de mis propios límites y de mi responsabilidad social. Uso en lo posible un estilo claro y argumentativo, con un fuerte componente crítico y reflexivo. Aprendí de Margarite Yurcenar el arte de la novela histórica para adentrarme en el personaje y eso es una tarea compleja, máxime cuando hay varios protagonistas donde hay que sumergirse en ellos.
Escribí “Mentiras, fuego y sangre…” porque entendí el fuerte componente ideologizado de las opiniones de uno y otro bando sobre la primavera democrática de los gobiernos de Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz. Algunas opiniones servían para favorecerlos, otras para denostarlos según la ideología de grupo, en esa guerra casi religiosa que fue la Guerra Fría donde afloró la lucha contra el comunismo contra todo el esfuerzo del nacionalismo en los pequeños países. Eso Juan José Arévalo lo describió como una lucha del tiburón contra las sardinas del sur. En esa tensión la verdad histórica se diluía. Cada grupo echaba agua a su molino. La verdad no era lo importante. La crítica sesgada prevaleció y, al final de cuentas, nadie ni los intelectuales en Guatemala entendían con claridad qué fue lo que pasó con nuestros dos presidentes al contentarse al escuchar a testigos que habían presenciado tan cruciales momentos políticos, pero desde su perspectiva personal y parcial, conforme sus libros y testimonios.
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Me di cuenta que había muchos misterios por develar por lo que decidí explorar la realidad de los hechos y llegar a fondo. En el proceso de investigación, por ejemplo, develé con mayor precisión cómo murió Francisco Arana en el puente de la Gloria en Amatitlán, también descubrí cómo sucedió el asesinato de Castillo Armas en 1957 y cómo Árbenz fue asesinado en 1971 en México, novedades históricas muy significativas para nuestra historia, que nuestros jóvenes historiadores deberían profundizar en el futuro.
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Desde los años ochenta comencé a reunir variedad de información de los archivos desclasificados en la Biblioteca Nacional del Congreso de Estados Unidos y, luego de tomar nota, me animé a escribir “Oscura transparencia, la caída de Árbenz”, que publiqué en los años noventa y lleva cinco ediciones. Pero como solo me concentré en 1954 sentí que estaba incompleta, pues para entender el proceso total debería investigar a los dos protagonistas Arévalo y Árbenz que lucharon contra los dos personajes macabros: Samuel Zemurray, el mayor accionista de la United Fruit Co., y Allan Dulles, el director de la CIA para dar una visión histórica lo más fehaciente posible y tratarlos sin ideologías sino como personajes de carne y hueso. Para ello, había que entenderlos como personas con sus virtudes y defectos, aunque los dos últimos no tenían escrúpulos para decir mentiras al estilo Goebbels, el propagandista de Hitler, de repetir mentiras una y otra vez hasta que la gente así creía las mentiras. Los detalles de la intervención extranjera contra ambos presidentes están bien expuestos luego de una profunda investigación de otros diez años o más. Quedé en shock al comprender el mundo de la ignominia de la empresa y la CÍA para unirse con perversos dictadores del Caribe, ya que juntos aplastaron una democracia que daba al pueblo los beneficios sociales que elevaron su dignidad. Toda esta conflictiva felicidad quedó perdida en 1954 y, hasta la fecha, nuestra democracia no ha podido levantarse en debida forma. Las novedades históricas, con enlaces de ficción, están allí presentes y la lectura de sus hojas los va a sorprender. Me impuse expresar en la novela la verdad histórica con toda su crudeza posible, duela a quien le duela, pues “la verdad nos hará libres”.
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